Navarra, territorio rico en tierras fértiles, reservas de agua y con climatología diversa, es un lugar perfecto para el sector alimentario. Históricamente, los sistemas agro-ganaderos diversificados creados por la gente del campo nos proporcionaron una gran variedad de alimentos a todos los habitantes de Euskal Herria. Pero hoy en día el uso de los recursos naturales de nuestra comunidad mayoritariamente tiene otro fin. En las últimas décadas el capital, con el apoyo de las distintas políticas agrarias y económicas de la administración, ha ido imponiendo la lógica de la industrialización y del libre mercado en el medio rural.

En la actualidad en Navarra el 75% de las tierras de cultivo se dedican al monocultivo de grano y forraje para alimentación animal, habiendo dejado de lado la diversificación (entre ellas la producción de leguminosas y fruta). Y su comercialización se realiza principalmente a través de la operadora AN en el mercado libre a nivel mundial, en el que los agricultores navarros no deciden los precios ni de compra ni de venta. Sólo el 25% de la tierra de cultivo está destinada a la alimentación humana: verdura, fruta, olivo y una pequeña porción de cereal. Pero el destino de esta producción tampoco es satisfacer las necesidades alimentarias de cercanía. Casi el 99% de las hortalizas que se producen en las tierras más fértiles de la Ribera, por ejemplo, se comercializa en el norte de Europa.

Este modelo de producción industrial e intensiva de alimentos es muy dependiente de los combustibles fósiles en toda la cadena, así como de fertilizantes químicos y pesticidas. Según los datos, el consumo de estos últimos entre 2009 y 2019 se duplicó en nuestra comunidad, cuando desde Europa nos dicen que para el 2030 hay que reducirlos.

En la ganadería también se ha impuesto la misma lógica. En ella la alimentación animal se basa en la mayoría de los casos en proteína vegetal procedente de Sudamérica y en cereal cuyo origen se desconoce. Es dominante en los sectores de vacuno de leche, porcino y aviar. Además, en el caso de los cerdos y pollos, las integradoras están impulsando en Navarra la expansión del modelo de macro-granjas. Ya tenemos más cerdos que habitantes y su carne está destinada principalmente a la exportación. Por el contrario, en las producciones más sostenibles, como el ovino, el número de cabezas ha disminuido a la mitad en los últimos veinte años.

Este modelo productivo, además de ser insostenible a nivel medioambiental y socio-económico de los pueblos, afecta también a la seguridad alimentaria. Este año se está viendo mejor que nunca que el mismo impide el desarrollo de un sistema propio de alimentos sanos para satisfacer las necesidades de nuestra población. El encarecimiento de la energía, y con ello el aumento del precio de las materias primas en los mercados especulativos, ha puesto en serios aprietos a todos los sectores, especialmente a los ganaderos. Además, la larga sequía ha provocado que el heno recolectado durante la primavera-verano se haya reducido a la mitad; durante el verano, la escasez generalizada de pastos ha obligado a los ganaderos a alimentar al ganado con la comida reservada para el invierno, y todas estas circunstancias han empujado a todos a buscar forraje, pagando precios prohibitivos. Y entretanto, se ha tenido que escuchar que el forraje producido en Navarra se está llevando deshidratado a los mercados de Arabia Saudí o que está siendo retenido por los especuladores en los almacenes a la espera de que alcance precios todavía más elevados, quedando los almacenes de muchas explotaciones medio vacíos para el invierno. Las injusticias de un mercado desregulado y alocado.

Toda esta realidad evidencia claramente que los grandes retos eco-sociales que tenemos como sociedad en el ámbito alimentario requieren de una profunda transformación estructural. Urge regular los mercados y precios y reorganizar todo el sistema alimentario de un modo integral, adaptando nuestro modo de alimentarnos a los recursos que disponemos en nuestro territorio y planificando nuestro sector productivo con el fin de satisfacer las necesidades alimentarias de nuestra población. Asimismo, exige diseñar una transición hacia un modelo más sostenible dirigido a todo el sector.

Así, en la agricultura hay que acompañar a las personas productoras a abandonar progresivamente el uso de abonos químicos y pesticidas (con el fin de proteger de la contaminación recursos como el suelo y el agua, y de evitar que los pueblos pierdan su soberanía sobre el agua); y apoyarlas para que en su lugar desarrollen manejos autónomos y sostenibles basados en la agroecología. Y al mismo tiempo, es necesario recuperar la diversificación de cultivos, entre ellas la producción de leguminosas tanto para la alimentación animal como humana y de fruta. En la ganadería hay que abordar procesos de des-intensificación, reduciendo el número de cabezas por explotación y haciendo una ganadería extensiva ligada a la tierra. Su alimentación debería sustentarse en pastos, forraje, proteína vegetal y grano producido en Navarra.

Este cambio radical requiere de la intervención administrativa a través de políticas públicas para la creación de sistemas alimentarios locales que cuiden el medio ambiente y que produzcan alimentos sanos para toda la sociedad navarra. Y la financiación al sector, más que limitarse a paliar su difícil situación y prolongar la agonía, debiera de dirigirse a promover este cambio de modelo. Somos conscientes de que las instituciones están controladas bajo amenaza por los poderes económicos de la agroindustria, y que en la mayoría de los casos hacen política a su servicio. Por eso, a la sociedad nos ha llegado la hora de organizarnos no sólo en torno a sistemas de producción y consumo alternativos locales, sino también de salir a la calle a reclamar de un modo firme y contundente: Soberania alimentaria ya!

Etxalde