Un dilema es un político tratando de salvar sus dos caras a la vez. (Abraham Lincoln)

Tras años de maniobras gubernamentales y tensiones retóricas, iniciamos la escalada de un año electoral que vendrá acompañado de torpes inferencias, inevitables colisiones políticas y nuevas promesas mesiánicas de los partidos, persiguiendo con ellas la supervivencia. Entre tanto, la guerra de Putin busca consolidar su imperio, muerto a muerto, como todas las matanzas que el imperialismo ha perpetrado con su dinastía del crimen, haciendo patrias con las muertes que salpican de sangre la historia.

En nuestro país, la maquinaria de las elecciones municipales, autonómicas y generales ya está calentando motores. El PSOE tiene en Pedro Sánchez, embriagado de posteridad, al gran revolucionario de su propia causa; hombre cuyo destino de proyectil hacia la inestable diana de las urnas comienza a zozobrar. Como representante de la única verdad en el modo de hacer política, va besando el hormigón de todos los aeropuertos de Occidente buscando las bendiciones de la Unión Europea. Todo cuanto dice la oposición es un contradiós propio del fascismo rampante y tardío que aúlla a su alrededor como el lobo en la aldea, lobo que él espanta con su audacia de socialista macho, cuyo progresismo se sube a las farolas de Europa y a las espaldas de los orfeones del pueblo. Su imperio eran los pobres, hasta que el socialismo derivó en un sanchismo que ha deteriorado el hábitat democrático e institucional, con un discurso onanista que desarrolla una política acomodaticia y voluble desde su acorazado Potemkin de Ferraz, donde la tripulación de ministros, obnubilada por el nimbo presidencial y mostrando sus tragaderas, se aleja de gestar un motín que recupere las riendas del socialismo. Ah, la eterna embustera de las promesas políticas, siempre corriendo su maratón de mentiras en los comicios, con la sombra de la manipulación electoral que cobra su plusvalía en la intención de voto y nos muestra las causas profundas de la falta de participación ciudadana. Las elecciones siguen siendo en España un cuerpo a cuerpo entre los líderes cuyas descalificaciones, afectadas por el cáncer político de la soberbia, constituyen su enferma ideología. En 1931 Ortega y Gasset advirtió en las Cortes Constituyentes: “no podemos venir a hacer ni el payaso ni el tenor ni el jabalí”; pese al tiempo transcurrido, estos papeles se siguen representando e intercambiando; Pitigrilli dijo que se empieza en incendiario y se termina en bombero. El presidente del gobierno ejerce un cesarismo populista, mezclando ética, promesas, incumplimientos e intereses propios, dañando los cimientos de un socialismo que empieza a deslizarse hacia la distopía, mientras, con argumentos ontológicos, se mantiene la farsa de ser los mismos en los que la sociedad creía ver amplitudes venideras de justicia y libertad. El compulsivo afán de imponerse a la sociedad por la palabra nos muestra una forma de vida vegetal, que es el poder por el poder. Los presagios apocalípticos están calando en la ciudadanía, que ve cómo en la política se sigue manteniendo la corrupción haciendo que muchas miradas desarrollen un desconcertante estrabismo de siglas. El ruido y la furia, el puño y la rosa están pasando por nuestra biografía dejándola desolada, pero poco importa para quienes comen de su propio mito mientras practican aquello de que una mentira muy repetida acaba siendo verdad para el pueblo. La fracturación de la izquierda hace que ya no se vea al PSOE como un partido de izquierdas, evidenciando que se mueve entre la endogamia y la mendicidad condicionada. Pedro Sánchez está consiguiendo emborronar la legislatura con una polución de palabras inanes que ocultan el temor a un silencio en el que aflora el orteguiano “no es esto, no es esto”, generándose la necesidad de seguir hablando sin parar para atravesar la pantanosa jungla de la política actual, monologando sin un punto y coma para no dejar espacio a la duda shakespeariana. Un gobierno monologante es tan peligroso como antidemocrático; la dialéctica abierta ha de ser el estilo literario de la democracia. Nuestra gran secuoya de la libertad empieza a parecer un bonsái. La tradición del pensamiento humillado sigue estando viva en esta legislatura que ha perdido el respeto a la ética de la verdad, ante la triste mirada de los viejos socialistas que soñaron con no arruinar el domingo a los pobres repartiendo calderilla, mientras la derecha se hace notar maniobrando para que las posturas se enroquen cada vez más; pero el tiempo, con su monóculo de oro, ve pasar a los políticos como a las aves migratorias, con su gorgojeo, hacia otros derroteros, con la esperanza perdida de ser lo que nunca fueron. Se agrava la antinomia entre moral y política dejando un reguero de tristeza y pesimismo en el pueblo. Estos orates de la política, de izquierdas o derechas, van siempre acompañados de cerrazones que les siguen como perros falderos que ladran a la razón y a la concordia. La buscada sonrisa de Bruselas empieza a derivar en dudosa mueca; estallan los engranajes habituales de la política en un tiempo en el que los partidos del orden están trayendo desorden. La derecha, como Píndaro y Baquílides, sigue escribiendo su triunfante epinicio, seguida de su cohorte portadora de programas de gobierno a los que hay que quitar polvo y telarañas. Mi ética es mi estética, dijo André Gide; ética y estética que son contaminadas por los partidos políticos mediante las superficialidades que demanda el egocentrismo, demorando resolver el jeroglífico del futuro en el que se percibe el afloramiento de la tensión nacional. La confusa sintaxis de los programas políticos olvida que entre la flor y el fruto precisamos una dialéctica en paz que deje de promocionar España contra España; nuestros avances democráticos dependen de este trecho. Los partidos carecen de un Hamlet reflexivo y proclaman su verdad radical en la que ahogan como un anatema la diversidad del pensamiento, dejando en melificado humo el fuego del progreso. El buen ejercicio de la política se ve entorpecido por ineptos conceptuales de tonta fonética que, ante la parrilla de micrófonos, hacen de ella un tornado de peligro público en este absurdo desfile que facilitan los medios informativos del amarillismo con sus programas populares de contaminación mental. Se ha debilitado la opinión pública y aumentado el confusionismo desde que no hay un periódico en la calle debajo de cada brazo, como fuerza enriquecedora de la reflexión y el pensamiento. La ineptitud es menos perjudicial diseminada que agrupada y, en política, fomenta los besos de Judas y los tratos convenientes, sin que necesariamente lo sean para el ciudadano que, harto del trilerismo y sus variantes, desea que los partidos se entiendan de una puta vez y muestren altura de miras. Ante tanto desatino en nuestra política recordamos que en la mitología griega Zeus arrojó a Ate a la tierra para que vagara por el mundo pisando las cabezas de los hombres en lugar de la tierra, provocando la ofuscación y el caos entre los mortales; en ello estamos. Esperemos que el sistema inmunológico de la cordura ciudadana proporcione la clarividencia y el conocimiento necesario para saber qué muros nos rodean en este avance irracional del mundo, en el que la insatisfacción consciente nos recuerda que un ser humano es siempre presa de sus verdades, verdades por las que hay que luchar para mantener la esperanza en el porvenir, buscando el rayo de luz que despliegue en el cristal sus ocultos colores.