No es secreto la dificultad que tienen los centros públicos para asentar sus plantillas, en ocasiones envejecidas, coartadas por comisiones eternas, en entornos que nadie quiere (o sabe querer), o con sus talentos mermados por sindicatos, política y adendados (el propio Departamento de Educación entre ellos).

Mientras tanto, a los centros se nos requiere: responsables de convivencia, acción tutorial y orientación académica, transformación digital, nuevas tecnologías, plan digital de centro, formación, coeducación, biblioteca, programas lingüísticos, internacionalización, Skolae, bienestar docente, Eoidna, gestor Educa, etcétera. Todo es muy bonito, no se puede negar.

Ahora, descontemos las jefaturas de departamento, y aderecemos la ensalada con planes de inclusión, atención a la diversidad, sistema de gestión, planes de autoevaluación, proyectos estratégicos, alumnado en prácticas, colaboraciones de investigación, leyes pausadamente impuestas, novedosas situaciones de aprendizaje y evaluación por competencias renovada, etcétera. Más bonito, si cabe.

Por último, no olvidemos las necesidades propias de cada centro, que son las más propias, aunque parezcan las menos importantes. A cada cual, lo que le toque: recreos, minorías, convivencia, atención psicológica, huerto, sostenibilidad, idiomas, Erasmus+, STEM, Bachillerato internacional o de investigación, actividades extraescolares, nuevas metodologías de variado pelaje como proyectos interdisciplinares, grupos interactivos, comunidades de aprendizaje, bibliotecas tutorizadas, apoyo entre iguales y por las tardes, tertulias dialógicas, etcétera. Aquí hablamos de palabras mayores, ya que aunque a veces no nos vendamos tanto, los institutos públicos somos, en un alto porcentaje, un hervidero de innovación y compromiso.

Pero los números no dan. Mi centro cuenta con 90 profesores/as, de los cuales 50 son definitivos. Si de los mismos quito a aquellos que están en comisiones externas o excedencias, me quedo con 36, y si restamos las reducciones de edad o jubilaciones inminentes (que se implican como el que más aunque ya no puedan asumir un largo recorrido), pues me quedo con el exiguo número de 20 personas. O lo que es lo mismo, un 22% de la plantilla se tiene que responsabilizar de mantener la continuidad e idiosincrasia del centro a largo plazo (con mis respetos a los que consiguen repetir, interinos incluidos).

De esos 20, por cierto, no olvidemos que hay que restar al equipo directivo (4-5 personas), 17 jefaturas de departamento, orientadoras, y la continuidad de los responsables y proyectos arriba mencionados, que no son pocos. Ni qué decir tiene que las tutorías, los grupos de 2º de Bachillerato (sin notas infladas) o aquellos grupos con problemáticas más concretas, son algo totalmente secundario, mal que nos pese a nosotros y les pese a las familias.

Hagan cuentas, señoras y señores, los números no dan. Pero si se piden comisiones de servicios para algún puesto de implicación especial, parece que estemos pidiendo una hipoteca en el más exigente de los bancos. Al menos, en algunos casos, ya que mientras algunos servicios del departamento, alabados sean, estudian la situación y nos escuchan (entendiendo las necesidades r-e-a-l-e-s de los centros), otros nos contestan con un escueto “desestimado, apáñatelas con tu personal”.

¿Pero qué personal?, ¿el que se va a Educación?, ¿el que ayuda en otros equipos directivos?, ¿o el que desaparece entre políticos, sindicatos y excedencias o bajas médicas? No queda más opción que cargar ese trabajo, otro más, sobre los hombros de ese 22% que parece obligado a consumirse, como si fueran piezas desechables en un tablero de ajedrez. Me incluyo, con casi una década en el puesto.

Estoy hablando más concretamente de dos cargos que, no siendo obligatorios, suelen ser rehuídos por el común de los mortales: el responsable del Sistema de Gestión (que se encarga de toda la documentación del centro y de controlar que llegue a buen puerto), y el coordinador de Programas Lingüísticos, que en nuestro caso, uno de los pocos centros navarros con 3 programas simultáneos, lidera a más de 30 personas y hace el seguimiento de un 60% del alumnado de la ESO. Son, tácita y organizativamente, como dos miembros del equipo directivo (comisiones que sí son automáticamente concedidas, por otro lado).

Si ya es difícil per se dar con perfiles tan específicos, imagínense tener que cambiarlos y formarlos cada año. Inasumible e inoperativo. Pero eso da igual, no es problema de los que firman esas comisiones, sino de los centros. Ellos se enrocan como piezas nobles, allá arriba en las alturas, olvidando lo que es hacer funcionar un centro, al pie del cañón y pensando en el día a día… pensando en el alumnado. Y aún más, ¿Por qué otros años se daban y éste no? Tal vez, todo sea sólo un equilibrio político o una cesión sindical. Tal vez, sea sólo un azote en el trasero a un director demasiado preocupado por tratar de que su centro funcione lo mejor posible. Tal vez, y yo no me esté dando cuenta (pues nadie me lo ha explicado), sea lo mejor para nuestro instituto.

Lo que sí está claro es que aquellos que convocan a los equipos directivos en actos públicos deberían dejar de agradecer y alabar la importancia de nuestra labor, evitando utilizar conceptos tan sonoros como “autonomía de centro”, “liderazgo” o “atendemos a las necesidades de cada caso concreto”. Todo es una pantomima. El problema es realmente vuestro, y ojalá no tuviéramos que solicitar estas comisiones. Tal vez, sólo tal vez, simplemente deberían confiar en nosotros, ayudándonos a mantener una Educación Pública de calidad. Mientras tanto, sólo nos queda “apañárnoslas” y, cómo no, mirar de reojo a la concertada o a esas comunidades adelantadas en la materia. ¿De verdad somos de la pública?

*El autor es director del IES Basoko y presidente de ADC Ciudadela