Se podría decir que la ciencia ficción es un género artístico tan solo alcanzable por seres especialmente imaginativos dotados de una sensibilidad especial basada principalmente en la especulación visionaria que va más allá de la experiencia. Fruto de esta imaginación tanto Fritz Lang en 1927 como Charles Chaplin en 1936, leyeron el futuro y crearon dos obras maestras, Metrópolis y Tiempos modernos, respectivamente. Con su fantasía inigualable fueron capaces de trasladar a la pantalla la imagen de un mundo quimérico, adelantándose a su tiempo. Visionarios, sí; pero, a su vez, descriptores realistas del mundo que les rodeaba, cuyas versiones están en plena vigencia, y tampoco muy alejadas de otra narración excepcional como fue la “alegoría de la caverna” que Platón nos dejó en sus diálogos hace ya casi 25 siglos. En común, los tres autores dividen el mundo en dos grupos diferentes, a veces, sino siempre, antagónicos: ricos y pobres; dominadores y esclavos.

Lang, sitúa la trama de su película muy cerca nuestra, en el año 2026, en una ciudad llamada Metrópolis donde los obreros viven en un gueto subterráneo del que no pueden salir y desde donde trabajan en pésimas condiciones para mantener a la élite de propietarios y pensadores que viven en la superficie despreciando a los trabajadores. Incitados por un robot antropomorfo -no perdamos de vista este dato- los trabajadores se rebelan contra los dominadores con la amenaza de destruir la ciudad que se encuentra en la superficie si las condiciones no mejoran. Por otro lado, Chaplin, en Tiempos modernos, desenfunda un alegato contra la deshumanización de una sociedad que creía que la industrialización y el capitalismo iban a ser la solución a todos los problemas generados por la brecha social que asolaba al mundo. El film refleja la existencia de un ciudadano norteamericano, joven e ilusionado, a la vez que anodino y vulgar -uno, entre muchos- arrastrado a la demencia por una sociedad mecanizada y consumista. Los ojos del protagonista se sitúan al lado de los más desfavorecidos socialmente, ofreciéndonos escenas donde se percibe la esclavitud a la que están sometidos los obreros en una cadena de producción que enriquece a escasas personas. Aunque el final de la historia también es esperanzador al igual que en Metrópolis, en ambas películas la descripción del mundo de los trabajadores es atroz. Luces y sombras en la caverna de Platón. Me pregunto ¿qué ha cambiado en nuestro tiempo, tras los innumerables conflictos bélicos creados y sufridos para solucionar todos los problemas o tras las continuas crisis financieras y sociales a las que nos enfrentamos día sí día también que evidencian que la fractura social entre los que tienen y los que no tienen es cada día más ancha y profunda?

Es importante señalar que la juventud actual deambula por los canales de un mercado laboral languidecido y paupérrimo. Es igual que grado de formación tengan, las rutas que ofrece el capitalismo son escasamente beneficiosas para la mayoría. A pesar de esto, en el mundo desarrollado -el otro, el invisible no influye, nunca cuenta- se dice que es la mejor preparada intelectualmente de la historia. Pero esa cualidad, en principio portentosa, no les garantiza nada. Al revés, ha individualizado su comportamiento, hasta el punto de excluirles de las negociaciones en el contexto social. Por otro lado, tampoco la vejez está en su mejor momento. La incertidumbre que ofrece el sistema económico dominante para una vida o muerte digna nos encara a un futuro poco prometedor para la mayoría. Una vejez desprotegida por el sistema, habitualmente anclada en la inutilidad que tan solo cuenta en los valores consumistas. A estas circunstancias hay que sumar la insatisfacción de una población cuyo comportamiento está dirigido por una economía y una producción que no se basa en las necesidades y sostenibilidad humanas, sino que están encaminadas a la acumulación y el consumo.

Es evidente que estamos de nuevo ante un proceso de transformación de la sociedad, por lo tanto, del sistema. De nuevo estamos ante el dialogo entre los que defienden la tradición, en beneficio de los y las de siempre y los que quieren que la dignidad del progreso se reparta para todos igual. Por eso, ¿si la juventud y la vejez albergan serias dudas sobre la capacidad del sistema para una existencia digna para todas, por qué no existe un dialogo intergeneracional fluido, que entable discusiones político-sociales para decidir qué futuro pretendemos? ¿A quién le interesa que esto siga como siempre?

Está claro que al sistema imperante. Un sistema que rechaza las transformaciones, porque perjudican a los poderes tradicionales. Es necesario la formalización de nuevos diálogos que acojan las nuevas reacciones de los y las actuantes. La juventud, por lógica, ya no reacciona igual que la vejez. El problema es siempre el mismo: la parte elitista de la sociedad no quiere transformaciones. Para evitarlas, utiliza la imposición rehuyendo del dialogo porque sabe que a través de él podemos entendernos. A falta de él, ahora nos impone la Inteligencia Artificial (IA). Una herramienta que combina algoritmos con la intención de que unas máquinas presenten las mismas capacidades que el ser humano. Acordémonos de que F. Lang ya imaginó un robot antropomorfo en 1927. Pero ¿quién introduce los datos que nutren los modelos generativos? En Metrópolis, y eso salvó a los obreros, el creador del robot tenía buenos sentimientos, instalándolos en el androide. Ahora, siendo evidente que el anticipo de la IA han sido las fake news, su impacto nos amenaza debido a los usos perversos que se hace de ella, bien sea en manos de los gobiernos o de las empresas privadas. Los rasgos de raza, tendencias políticas, inclinaciones sexuales, creencias…etc., se pueden manipular generando textos o imágenes creíbles y coherentes, pero, en definitiva, falsos. Tendencias que provocan resultados deseados conseguidos con todos nuestros datos y preguntas que inocentemente hemos prestado a la nube. Ahora, alguien los ha manipulado intoxicando a la sociedad inclinando la balanza para unos usos determinados, en lo que se reconoce como una ola reaccionaria que posiblemente esté derechizando a la sociedad, separando a la gente de bien de la que no lo es. ¿Por qué?

El contexto de las dos películas referenciadas nos sitúa en un mundo industrializado caracterizado por la velocidad y el control social. En Metrópolis, para que las élites siguieran progresando necesitaban controlar las ambiciones de los obreros, adueñarse de su consentimiento, era igual mediante la fuerza. En Tiempos modernos necesitaban la sumisión al consumo, ofreciéndoles a cambio vivir. El relato de los dos directores huye de la complacencia, haciendo presente lo ausente, haciéndonos ver lo que es y lo que no es, por eso eran visionarios.

Si el diálogo fue la herramienta que usó Platón para incitar a buscar soluciones, hoy, su ausencia evita preguntas. Charlot no nos ofrece una solución, pero si una actitud: la risa, como herramienta de subversión y resistencia contra aquellos que pretenden el éxito mediante la manipulación y el aborregamiento. Quizás, en nuestros tiempos modernos, no es cuestión de abandonar la tecnología, pero es necesario que su uso no mantenga las imposiciones de las élites y su capacidad de infundir miedo mediante la manipulación. Es necesario recuperar el dialogo, abandonar la caverna y el subsuelo, salir a la calle y reírnos de ellos para afirmar nuestros derechos y diferenciarnos de su gente de bien.