Es una de las correlaciones más perfectas que existen en la ciencia: La evolución trazada en los últimos cientos de miles de años entre la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y su temperatura. El CO2 es solo uno de los gases de efecto invernadero, el de mayor impacto potencial, pero cuya acumulación se suma al de otros gases con una química más compleja, como el metano. El momento ha llegado: el calentamiento en nuestro planeta se acelera, acompañado además este año del fenómeno climático de El Niño, que empuja a que los termómetros en vastas partes del planeta se vayan un poco más arriba. La citada correlación empieza a emerger, junto a la aparición y ocurrencia de patrones meteorológicos más intensos y estacionarios que favorecen eventos más extremos. Esto es lo que verdaderamente subyace al término emergencia climática, con innumerables consecuencias, algunas de ellas mucho más graves de lo que podamos pensar. Valgan dos ejemplos como muestra de ello:

- Canadá ha visto como 9 millones de hectáreas de su territorio han ardido en unos pocos meses. Se dice pronto, pero equivale a una extensión igual a una quinta parte de la península ibérica. Y no es sólo la calcinación de materia vegetal o la destrucción del hábitat de valiosos ecosistemas, sino que estos fuegos y su voraz propagación suponen una gran perturbación a procesos relacionados con la materia orgánica en el suelo y liberan ingentes cantidades de emisiones naturales de CO2 a la atmósfera (la cantidad de este gas procedente de los incendios de Canadá de este año equivale aproximadamente a lo que se emite en el estado español en 9 meses), además de provocar una mala calidad del aire, incluso en zonas a miles de kilómetros de distancia.

- Las olas de calor se recrudecen. El norte de Mexico acaba de sufrir el que seguramente es el segundo episodio más extremo de temperatura de la historia en términos de extensión, intensidad y persistencia tras la ola de calor que afectó al sureste de China durante todo el pasado verano. Muchos otros países del planeta como Irán, o nuevamente China, vuelven a verse inmersos en olas de calor que forzosamente suponen decenas o quizás centenares de miles de muertes prematuras en población vulnerable, puntualmente superando incluso las tasas de mortalidad en las olas de la pandemia ocasionada por el covid-19.

La peor noticia es que el calentamiento se seguirá acelerando. Deberíamos ser conscientes de que el famoso 1.5°C del Acuerdo de París será pronto historia y que, a medio plazo, en 10 o 20 años, se llegará a los 2°C, hagamos lo que hagamos. La inercia y las retroalimentaciones que se pongan en marcha se ocuparán de ello. Y es que poco le importa a la Tierra la retórica de cumbres climáticas internacionales, llenas de buenas intenciones y de objetivos ambiciosos de reducción de emisiones. La atmósfera, los hielos y la biosfera seguirán respondiendo a esa concentración atmosférica creciente de gases de efecto invernadero y a todas sus consecuencias. Según los modelos de los grandes centros climáticos del planeta, la única esperanza para tocar techo en ese umbral recae en una descarbonización total de todas las grandes economías en muy pocos años junto a técnicas que ayuden a rebalancear el desequilibro energético terrestre en el que estamos inmersos. Sobre una base exclusivamente atribuible a la modelización estas son las premisas compatibles con que el calentamiento no se escape a los 3, 4 o 5 grados (aunque algunos de los mejores climatólogos del mundo han afirmado que ya hay suficiente carbono en la atmósfera como para llegar a esos valores, o incluso más). Tanto si esto ocurre como si no, y siendo conscientes de que toda esta gigantesca problemática sigue siendo ajena al día a día del 99% de la población, los dos escenarios anteriores implican cambios trascendentales a todos los niveles. La descarbonización total exigiría, más allá de las políticas de transición energética, un análisis necesario y meteórico de cómo sectores como el de la agricultura, transporte o turismo se deshacen de todas sus emisiones. Por ponernos en situación el primer año de pandemia las emisiones de las mayores economías cayeron en torno a un 15-30%. Necesitaríamos un 100%, es algo mucho más radical. En el escenario en el que el calentamiento alcanza varios grados desaparece buena parte de la vida del planeta y solo una estrecha franja del globo es compatible con la habitabilidad. En nuestra región, toda o la mayor parte de nuestra superficie forestal arde, los ciclos agrarios estacionales se interrumpen y la gestión hidrológica como la entendemos actualmente pierde sentido: la torrencialidad de las lluvias de las que hemos sido testigos en Navarra en las últimas semanas sería sólo un anticipo de lo que se convertiría en la tónica dominante pero al lado de eso dominarían periodos muy largos en los que no caería una sola gota.

En este contexto llama la atención el avance de opciones políticas que niegan lo que hoy en día es ya una nueva realidad climática así como lo que son sus proyecciones para el futuro, sustentadas por una base científica demostrada. Apostar por seguir como hasta ahora para no interferir con el crecimiento de las economías nos conduce directamente a un destino sin esperanza alguna. Mientras tanto el tiempo pasa y el problema se agrava. Confiamos en la ciencia para lidiar con la pandemia. Ahora debería ser infinitamente más importante y acuciante.

El autor es delegado territorial de AEMET en Navarra