Al mediodía del 14 de julio estalló un incendio en Olloki, valle de Esteribar, amenazando a Altzuza, Eguessibar/ valle de Egüés. Los vecinos de Errikotxiki, concejo de Altzuza, abrumados por las primeras noticias y atizados por el fuerte olor a humo, abandonamos las casas en dirección a un altozano desde el que oteamos el monte que trepa Altzuza, nos separa de Olloki pero nos permite ver la cuenca de Iruña. Dejamos abiertas las casas, muchos vecinos previsores hicieron maletas de emergencia, y pusimos en funcionamiento los riegos para humedecer la amenazada zona ajardinada. Nosotros, sin saber qué salvar de lo salvable, montamos en el coche con nuestro perro que, raro en él, se mantenía obediente, agazapado. Olfateaba el peligro que nos amenazaba.

Dejé atrás mi vivienda de medio siglo, al albur de una posible destrucción. Como aseveró una vecina, el móvil era la única posesión infalible por su contenido de datos de seguros, teléfonos y de archivos necesarios si se producía la catástrofe anunciada. Dimos una vuelta en coche para inspeccionar la zona, las llamas no se avistaban aún en Altzuza, por la carretera utilizada un siglo atrás por el tren Irati, que bordea el Urbi, pequeño y humilde río de Egüés que, viniendo de Lumbier desembocando en Uharte, al pie de sus cataratas, para dar caudal al Arga, y entonces sí que nos enfrentamos, cara a cara, al abrasamiento del campo de cultivo de Olloki. Aterrador.

La Policía Foral nos hizo retroceder, estaban despejando y acordonando la zona pues el viento amenazaba empujar el fuego por los lados del monte San Miguel, alimentado por sus pinares, los plantados para reforestarlo hace unos treinta años. Presenciamos cómo detenían en la carretera de Altzuza a un hombre de mediana edad, con bigote y barbas albinos, mochila al hombro, presunto sospechoso de haber pegado fuego al plantío de cereal de Olloki. Veinticuatro horas después el juez dictamina libertad provisional al sujeto, quien afirmó, según leemos, echar un pitillo al pajar, al mediodía, en el día declarado como el mas caluroso del año. A no entender.

Otro agente nos explicó que el dispositivo en marcha contaba con sesenta profesionales, cuidaba de que la gente se mantuviera tranquila y a salvo, de proteger del fuego a las poblaciones y custodiar el valioso Museo Oteiza, en lo alto de Altzuza. Estaba en marcha la acción de los bomberos de Navarra, una ambulancia de la Cruz Roja, coches de Protección del Medio Ambiente de Navarra. Nos habló el agente de la acción protectora a los perros de una guardería de Olloki, conmovido al ver el nuestro con sus orejas bajas y ánimo alicaído en la trasera del coche.

Estuvieron presentes autoridades del Gobierno de Navarra, de los ayuntamientos de Egüés y Olloki, otorgando con su presencia respaldo a seguir manteniendo la calma y permanecer pendientes a cualquier aviso de emergencia, o ante el posible desvío del viento. La nube oscura de humo ya se apeaba por la encimera del monte y observamos, con pánico, las peligrosas llamas rojas danzando camino de Altzuza. Cientos de aves rapaces se alejaron de la zona incendiada, viniendo también hacia nosotros, atentas a los animales rastreras de los que se alimentan y que huían de la quema. Comenzó el trajín de dos helicópteros que cargaron agua de la piscina de Errikotxiki, uno de los tres poblados del concejo de Altzuza, y observamos entre admirados y asustados la maniobra del helicóptero en detenerse hacia la superficie acuática, llenar la gran bolsa y erguirse, de forma impecable hacia el cielo, rumbo al incendio, una y otra vez, para desaguar en el monte San Miguel, revolando sobre nuestras cabezas. Poco a poco, y se nos hizo eterno, fue rebajando la voracidad de las lenguas de fuego, y aparecieron dos hidroaviones que remataron la acción de reducirlo, quedando sobre nosotros y el monte una espesa capa de humo. Calima siniestra. Cenizas de vida animal y forestal.

Al caer la tarde, aliviados por la rebaja de la catástrofe que cada quien advirtió, regresamos los vecinos desde el puesto de observación a las casas intactas. El aire seguía trayendo olor a quema y es que hubo un rebrote de fuego amenazando al convento de las monjas benedictinas de Altzuza. En la noche pudimos descansar. Al amanecer del 15 de julio nos despertó el ruido de helicópteros e hidroaviones que remataban una ultima presencia del fuego. El lunes, día 17, seguían los helicópteros rondando por la zona.

Ancianos, jóvenes y niños permanecimos conmovidos por la tensión sufrida que incluía el temor físico a ser abrasados y la amenaza de perder nuestros bienes. El desalojo de nuestras casas, la larga tarde de vigilancia en la que no pudimos atender a otros compromisos. El olor a azufre que respirábamos. La sensación de que pese a luchar por sentirnos seguros en condiciones económicas y morales, un suceso inesperado te vuelve vulnerable. Aunque frente a eso, funcionó la amistad de años de convivencia, de trabajo comunal o auzolan que se realizó en Errikotxiki desde su comienzo en un campo que fue de viñas y cereal, la terquedad que a muchos de nosotros determinó, hace medio siglo, elegir una vida en la ladera de un monte, cerca del sitio donde hace mil años hubo un grupo poblador y erigió una iglesia románica de piedra que significa perpetuidad.

En Iruña la gente cantaba entristecida el Pobre de mí, ajenos a nuestra tragedia. De alguna manera hermané el cántico sanferminero a la situación que padecíamos. El momento de tristeza por lo posible a perder y la resolución a luchar por seguir adelante.

*La autora es bibliotecaria y escritora