La convivencia entre crédulos e incrédulos es necesaria, sin embargo no está siendo fácil ni respetuosa. Quizá oponer la llamada paradoja de Epicuro a la paradójica vía cordial de Unamuno contribuya a tener en consideración aspectos que relativicen y atenúen los efectos hostiles entre ambos, sobre todo en una sociedad laica en la que necesariamente están obligados a cohabitar. De hecho, aun amparados en la libertad de expresión, se producen opiniones despectivas e innecesarias contra las religiones, pero a su vez el sentir de los ateos o agnósticos circula vigilado por una oculta inquisición, pues aunque hoy día a nadie se le quema en la hoguera, se le combate mediante el descrédito, la demonización o las denuncias por supuestos delitos contra los sentimientos religiosos.

La teodicea, esa peculiar metafísica de Leibniz, que aspiraba a conciliar mediante pruebas razonadas la idea de Dios con la presencia del mal en el mundo, ha tenido escaso éxito, ya que esta inagotable discusión filosófica, conocida como la paradoja de Epicuro, esconde una contradicción insalvable, pues pretende avenir la rigidez dogmática con la racionalidad. En efecto, la misología, término introducido por Platón, que fruto de la soberbia y la ignorancia desprecia los razonamientos y el saber, intenta envolvernos en una absurda teodicea, cuya refutación puede resumirse de forma racionalmente sencilla. Dios no quiere el mal, pero lo permite, luego según la lógica es cómplice. Y siendo todopoderoso e infinitamente bueno, como se supone que es, representa la conditio sine qua non o condición de posibilidad de que existan las guerras, las enfermedades, el hambre, la pobreza y la muerte. Es obvio que quien pudiendo haber excluido el mal de la creación, no lo hizo, no puede eludir su responsabilidad ni culpar al ser humano de las calamidades existentes en el mundo. Es más, si, como narra el Apocalipsis, unos doscientos ángeles, espíritus puros e inquilinos celestiales, liderados por el arcángel Lucifer, se rebelaron contra Dios, ¿por qué, tras semejante descalabro creativo, hizo Dios al hombre y a la mujer? En este sentido, el ser humano, es víctima de un segundo revés de la creación, pues ni la omnipotencia ni la omnisciencia divina le previnieron ni liberaron de los desastres que acontecen en el planeta. La conclusión lógica es, según Epicuro, o no existe Dios, o su poder es limitado. Así que desde esta perspectiva, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe debe apuntar en otra dirección, pues no hay teodicea que pueda resistirse a la evidencia. En fin, como dijo el deleznable machista, don Juan Tenorio, aunque en este caso con cierta razón: “Clamé al cielo, y no me oyó. Mas, si sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el cielo, no yo”. Ahora bien, la razón disuelve el sentido absoluto de la vida y aniquila la esperanza, lo que aboca al ser humano a un inevitable nihilismo. Por ello, más allá de la razón, parece oportuno tener en consideración la desiderativa vía cordial que propuso Miguel de Unamuno, que parte de ese terror que infunde la nada y de la necesidad de dar sentido y fundamento a la vida humana. A medida que la ciencia avanza, las creencias retroceden. Hasta donde llega el conocimiento científico, todo se explica sin Dios. Sin embargo, más allá del saber, nada se dilucida ni con Él ni sin Él. Y si el mundo es igual de incomprensible, entre dos absurdos, ¿por qué no elegir el que más sosiego procura? Entre el desértico intelectualismo y el oasis de la creencia, quizá es mejor aferrase al respiro de la fe. La propia ansia de pervivencia y el anhelo de no morir, reclama la existencia de Dios. El ser humano no se resigna a la muerte, por ello, su tragedia se basa en su condición precaria y temporal, que se convierte en incertidumbre ante lo desconocido de su destino. En este sentido, Dios no es sino el hombre en trance de querer ser para siempre. Quizá este antropomorfismo teológico forma parte de lo más profundo del ser humano y suponga la única vía abierta a la esperanza. Es cierto que el sentimiento no logra hacer del consuelo verdad, pero tampoco la razón logra hacer de la verdad consuelo. Tal es la tragedia de los seres humanos. Quizá la fe representa un camino expedito y dotado de sentido, una confianza vivida, dubitativa y agónica, pero confrontada con la ciencia y la filosofía. Pese a ello, este desiderátum es el único camino posible que aporte sentido absoluto a la vida humana y abra una puerta a la esperanza de eternidad. Pues no consiste tanto la fe, señores, en creer lo que no vimos, cuanto en crear lo que no vemos. Sólo la fe crea, afirmaba Unamuno. En fin, lo incierto y discutible de ambas vías debería de hacer más fácil la tolerancia y la convivencia.

El autor es médico-psiquiatra-psicoanalista