El 23 de agosto se conmemora el aniversario de la matanza de Valcaldera. Gracias a los datos aportados por Vierge, basados en las declaraciones de dos testigos directos (Honorino Arteta, superviviente de la misma tras conseguir escapar, y de Amalio Salaverri, miembro de una cofradía asistencial) así como a otros aportados por Marino Ayerra y que le fueron comunicados por el sacerdote Antonio Añoveros, que también estuvo allí como confesor, y un documento del referido Arteta publicado recientemente por un sobrino suyo, conocemos los detalles de aquella masacre en la que en dicho paraje bardenero fueron ejecutados 52 de los 53 excarcelados aquel día de la prisión provincial de Pamplona (entre ellos militantes y simpatizantes de Izquierda Republicana, el PSOE, la UGT, el PCE y la CNT), a cañón tocante y por verdugos requetés y falangistas. Esa saca fue la segunda mayor saca colectiva registrada en Navarra durante la guerra, superada tan solo por la de 21 de octubre de Monreal, con 64 personas asesinados. Ya anteriormente habían tenido lugar otros asesinatos colectivos de republicanos e izquierdistas en los que el número de asesinados superó la decena o la veintena.

En este artículo no quiero repetir las informaciones sobre los pormenores de dicho asesinato colectivo que he publicado en diversos sitios, sino que quiero enfocar hacia otra dirección: al hecho de que en el mismo momento en que se embarcaba en autobuses a los que iban a ser asesinados salía una macroprocesión de la catedral de Pamplona, organizada como un acto de comunión litúrgica de todas las fuerzas implicadas en el golpe de Estado que sirviera para la total interiorización del mensaje del compromiso de Navarra de luchar hasta el final cumpliendo con su misión redentora y salvadora de España. Por lo tanto, lo sucedido aquel día fue una suma de dos rituales: al comunitarista de reforzamiento de vínculos entre todas las fuerzas golpistas, se añadía otro de expiación y sacrificio bajo los cánones del Antiguo Testamento.

La macroprocesión del 23 de agosto fue el segundo acto generador de emotividad catártica de aquel trágico verano. Le antecedió la misa de campaña del 25 de julio en la Plaza del Castillo. Esos dos grandes actos fueron complementados por otros desarrollados en el espacio público (desfiles, misas, despedidas a las columnas) para reforzar la previa adscripción mecánica de la población, que se sumaban al empleo de la violencia expresado en asesinatos extrajudiciales, sacas, detenciones, encarcelamientos, actos de escarnio y rapados, también conocidos inexcusablemente por la población. Todo ello para intimidar y desmoralizar al desafecto, jactarse de la propia fuerza, y buscar la máxima radicalización y polarización y la mejora de la moral grupal de los afines para la potenciación de la movilización y la captación de recursos. Exacerbar el fanatismo lleva a un compromiso apasionado e intransigente en favor de la causa para conducir a la gente a la voluntad de verter tanto la sangre propia como la de otros.

La misa de campaña del 25 de julio, día de Santiago y patrón de España, se organizó a partir de un llamamiento publicado la víspera en Diario de Navarra, cuyo presumible autor habría sido Eladio Esparza, subdirector del mismo, y durante aquel verano también delegado de prensa de los requetés junto con Francisco López Sanz, director este de El Pensamiento Navarro. Finalmente la misa sería organizada por la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra, órgano colegiado gestor de la movilización y de la represión por el lado carlista, en demanda de auxilio divino en su apuesta golpista. Todos los sectores a favor del golpe de estado estuvieron representados. El texto del acto de consagración de los requetés al Sagrado Corazón de Jesús estuvo redactado con un estilo literario que se acomoda mucho al de Eladio Esparza, que, además, junto con López Sanz, auxilió en la ceremonia al vicario general de la diócesis Juan José Santander.

La macroprocesión del 23 de agosto fue ideada también por Eladio Esparza. El 14 de agosto publicó un artículo en el que planteaba al cabildo de la catedral que la procesión ideada por este en honor a Santa María la Real, en vez de limitarse al interior del templo, recorriera la ciudad con toda la solemnidad y como plegaria colectiva, siendo la imagen llevada por los maceros de la Diputación y escoltada por requetés y falangistas, así como por autoridades y representantes de todas las fuerzas golpistas, presidido todo ello por las banderas de Navarra y España, “nuestra Patria, redimida en la sangre de nuestros hijos”, en una atmósfera inspirada en los autos sacramentales del barroco español. El 15 de agosto, el propio Esparza recalcaba la necesidad de tamaña escenografía porque, a su juicio, el alzamiento no iba a ser un paseo militar triunfal a causa de la “resistencia tenaz, formidable y áspera” del marxismo que iba a obligar a un gran esfuerzo de sangre, esfuerzo que ya estaba siendo visualizado con la llegada de combatientes fallecidos en el frente, de los que, por otra parte, informaban los diferentes periódicos de la provincia día tras día.

Los planteamientos de Esparza como gestor de emociones colectivas fueron secundados por Mola, quien el 16 habló de la importancia de la religión en el nuevo Estado, pero sobre todo por el obispo Olaechea, quien el 19 ordenó en una circular publicada en la prensa la celebración del acto, según los parámetros postulados por Esparza, reseñando que “vivimos una hora histórica en la que se ventilan los sagrados intereses de la Religión y de la Patria; se ha entablado una contienda entre la civilización y la barbarie”. El 21 se publicaba un comunicado del vicario general y del obispo Olaechea sobre la procesión, concretando su recorrido, su orden y estructura y sus cánticos. El mismo domingo 23, Diario de Navarra publicaba un artículo del obispo Olaechea titulado No es una guerra: es una cruzada, que corroboraba su total conformidad con el golpe de Estado y que es el primer documento episcopal que se conoce donde se subraya el carácter cruzadista del golpe de Estado. Ese día también se reproducía como artículo La Plegaria de los requetés a Santa María la Real, obra con toda seguridad de Esparza, pronunciada como discurso la víspera desde el Círculo Tradicionalista en la que se mencionada el carácter “satánico” de la contienda. Asimismo, se comunicaba un ligero cambio que decía también que la procesión se retrasaría dos horas, a las 19, y se recortaba el tránsito por la parte este de la parte vieja de la ciudad para invisibilizar la salida de los presos de la prisión provincial.

El martes 25 la prensa dio detalles de la macroprocesión a la que afluyó gente de toda la comarca. La procesión “desfiló entre una doble y apiñadísima fila de público” que rompía frecuentemente en “salvas de aplausos” y colgaduras en los balcones, muchos de ellos “con la gloriosa Bandera de España”. En la Plaza del Castillo se había levantado un amplio templete rematado arriba y por los lados con banderitas de Navarra y España. Por el micrófono instalado en el Círculo Tradicionalista, tras entonarse la Salve gregoriana y el rezo del Sub tuum praesidium (un cántico de petición de amparo a la Virgen en tiempos convulsos), el mismo Esparza gritó las voces tradicionales: “¡Pamplona por Santa María!, ¡Navarra por Santa María! ¡España por Santa María!”. La procesión concluyó en la catedral a las nueve de la noche.

Por lo tanto, la matanza de Valcaldera demuestra que los actos de aquel día formaban parte de un ritual mucho más complejo, de fortalecimiento de lazos entre los sublevados y de necesidad de expiación por parte de los enemigos que debían de ser sacrificados, toda vez que los participantes relevantes en la procesión y en su organización (cargos militares, dirigentes requetés y falangistas que enviaron a los verdugos, obispado que envió a sacerdotes al lugar) planificaron y conocieron todos los extremos del asesinato colectivo simultáneo. Todo ello, bajo los parámetros del foralcatolicismo y ante una población pamplonesa entregada a los excesos represivos de aquellas semanas y aquiescente y connivente ante ellos. Ninguna amnesia recreada o inducida podrá borrar la verdad histórica.