Después de un julio de récord de temperaturas, agosto ha cerrado también con registros de temperatura nunca vistos. La península Ibérica ha estado más de la mitad de los días del mes pasado bajo los efectos de las olas de calor.

Las olas de calor que cada vez son más frecuentes, intensas y extensas, y el impacto que están dejando en la salud de las personas, física y también mental, plantea un nuevo reto: que su aumento, ya irreversible, no se traduzca también en un incremento de la mortalidad. Sin llegar a la mortalidad tan elevada del verano de 2022, el calor extremo de este nuevo estío anómalo ha causado más de 1.800 defunciones a nivel estatal, según datos del Instituto de Salud Carlos III de Madrid.

Con medias de 1,5ºC por encima de los valores preindustriales, las altas temperaturas de este verano y las sucesivas olas de calor deben de ser una importante llamada de atención sobre la urgencia de la puesta en marcha de medidas de adaptación que minimicen los impactos que tienen sobre la salud, señalan los expertos en salud.

Pero de las olas de calor, hemos pasado el pasado y segundo fin de semana de septiembre a las mareas vivas en la costa vasca y a la DANA. Pero las mareas vivas no se deben al cambio climático. Mareas vivas siempre se han dado. Según cuenta Manuel González, coordinador del área de Sistemas de Observación y Datos del centro científico y tecnológico vasco AZTI, “septiembre-octubre y febrero-marzo son época de grandes mareas vivas, aunque el fenómeno de estas mareas no es exclusivo de estos meses. Hay mareas vivas todos los meses del año y se producen en situación de luna nueva o luna llena. Cuando esto ocurre, el efecto de la luna y del sol se ajusta y ambos se suman, originando las mareas vivas. Sin embargo, en cuartos crecientes o menguantes el efecto del sol es contrapuesto al de la luna y entonces las mareas son más pequeñas, las conocidas como mareas muertas”.

La luna, el sol y la tierra juegan un papel crucial en el fenómeno de las mareas, según Manuel González. Las mareas vivas tienen lugar cuando estos astros se encuentran situados, más o menos, en línea recta. La gran protagonista del ciclo de las mareas es la luna, mientras que el sol desempeña un papel secundario. Los astros se atraen entre sí y la intensidad de dicha fuerza provoca que la superficie líquida del océano se deforme de manera notable y se traslade por los océanos como una onda.

Ahora bien, a las mareas vivas en la situación de emergencia climática en que estamos, hay que añadir la subida del nivel del mar, como lo dicen los informes de IPCC, incluida la costa vasca. A esta marea viva de este fin de semana que ha llegado en algunos municipios costeros lugares a unos 5,13 metros habrá que añadir, en el peor de los escenarios previstos medio metro a finales de este siglo, según los estudios del Gobierno vasco. En ese sentido, las cosas se pueden agravar muchísimo si realmente no intensificamos la lucha contra el cambio climático, que pivota en ese doble pilar: la mitigación, es decir, la reducción de las emisiones, y la adaptación, orientada a reducir los riesgos e incrementar la resiliencia frente al cambio del clima de los sistemas humanos y naturales.

En cuanto a la DANA –acrónimo de Depresión Aislada en Niveles Altos–, fenómeno conocido habitualmente como gota fría, ha batido algunos récords históricos en precipitaciones en Navarra, como es el caso de Pamplona, con 145 litros acumulados en 24 horas, una cifra solo superada en 1975, y 50 municipios navarros han tenido incidencias muy importantes, donde como positivo es que no haya habido muertos, y también que en esta ocasión los nueve ríos navarros han permanecido en sus cauces por milímetros en algunos casos.

Pero, ¿qué papel juega en la DANA el cambio climático? Aunque cualquier evento individual no puede atribuirse directamente a los efectos del cambio climático, lo cierto es que, acorde a las previsiones de la comunidad científica, este tipo de eventos serán cada vez más habituales y de consecuencias severas. Los estudios de atribución y todos los indicadores que hay de proyecciones de cambio climático indican que el tiempo meteorológico se va a volver más extremo, haciendo que este tipo fenómenos se den con mayor frecuencia y con más intensificación, señala en la revista Climática Daniel Santos, doctor en Ciencias Físicas e investigador en Meteorología. Los tres indicadores de una DANA que son la duración, la frecuencia y la intensidad, están aumentando y en ese sentido nos podemos encontrar diversos escenarios, entre los cuales está el hecho de que las lluvias que provocan no son nada buenas para el campo, ya que traen consigo efectos más catastróficos, al igual que en las áreas urbanas, que destrozan todo lo que pueden.

Ante estas previsiones de olas de calor, de sequías, de menos precipitaciones pero las que haya con más torrencialidad, la acción pasa por mitigar los efectos del calentamiento global, reduciendo las emisiones, y el abandono progresivo de los combustibles fósiles. Por otro lado, hay que ayudar a la naturaleza a amortiguar las olas de calor con la renaturalización y no cortando árboles como se está haciendo en algunas ciudades, pues los árboles, además de reducir la contaminación, proyectan sombras y un microclima más fresco gracias a la evapotranspiración. A su vez, las lluvias fuertes de estos días también son aliadas a la hora de reducir las temperaturas y para aprovechar el efecto pluvial, ya que mejoran también las infraestructuras de captación de agua que puede tener distintos usos. El problema en general es que el diseño urbano de muchas ciudades y pueblos no está preparado para hacer frente a este tipo de eventos. Con la crisis climática, es absolutamente imprescindible.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente