Aquel domingo de 2011 la portada apostaba fuerte. Un titular a cinco columnas para contar que los principales cargos institucionales de Navarra (la presidenta y el vicepresidente del Gobierno; el alcalde de Pamplona y el expresidente de la Comunidad) estaban cobrando un sobresueldo oculto a través de Caja Navarra.

La noticia llevaba algunos días en la redacción y se había decidido guardar para la edición dominical como se suele hacer con las grandes exclusivas. Sabíamos que era la punta de un iceberg. El tema tenía mucho recorrido y nos habíamos guardado algunos capítulos más para sostener un hilo informativo que iba a ser largo. Era, lo sabíamos todos, una noticia de impacto que había que cuidar con detalle para evitar errores o desmentidos.

No todos los días se señala a la cúpula del poder político –UPN tenía mucha influencia en aquel momento– de estar percibiendo remuneraciones de forma... ¿ilegal? ¿ilícita? ¿inmoral? Fue el debate aquellos días previos. Cómo había que describir ese órgano interno creado en Caja Navarra tras la reconversión estatuaria de la entidad que había dejado a los políticos fuera de los órganos de dirección. Pero a los que se les seguía retribuyendo de igual forma pese a no tener capacidad ejecutiva ni poder de decisión. En Navarra siempre se dio por hecho que los miembros del Gobierno completaban su sueldo en Caja Navarra, pero aquello era otra cosa.

Optamos finalmente por el término “opaco”. Una forma sutil, directa y acertada de definir esa comisión permanente desconocida hasta entonces y a la que Miguel Sanz, Yolanda Barcina, Álvaro Miranda y Enrique Maya acudían periódicamente a escuchar al secretario de la entidad. Reuniones sin mayor contendido, en ocasiones por partida doble, que justificarían después dietas de más de 5.000 euros por sesión. Solo en 2010 la entonces presidenta llegó a cobrar más dinero en sobresueldos que con el salario oficial.

Muchos de estos detalles se fueron conociendo después. La noticia, aquella apertura de periódico a cinco columnas en aquel domingo de octubre, cobró vida propia. El término ‘órgano opaco’ se convirtió en un nombre propio y las dietas de Caja Navarra pasaron a ser una sección habitual de la actualidad informativa.

Se ha especulado mucho desde entonces sobre quién fue la fuente de aquella noticia. De dónde salió la filtración, como se dice ahora cada vez que se quiere desacreditar una información incómoda o indeseada. Poco importa en realidad. El periodismo vive de filtraciones. De fuentes extraoficiales que aportan información, contexto y detalles que ni las instituciones ni los gabinetes de comunicación, cada vez más habituales, quieren facilitar. Interesadas o no, las fuentes son la base del periodismo. 

Aquella actuó con honestidad. Simplemente quería que las dietas de Caja Navarra se conocieran porque estaban mal. Y el periódico supo estar ahí para conseguir la información y hacer su trabajo. No fue fruto del azar. Se contrastó la noticia, se confirmó su veracidad y se trató con rigor. Ese día y los siguientes, en los que la historia periodística acabaría convirtiéndose en Historia de Navarra.

Lo hizo sin darnos cuenta. Habíamos preparado bien los siguientes capítulos. Primero vendrían la reacciones y más tarde los detalles. Lo negarían primero y lo justificarían después para acabar renunciando al cobro de dietas en un intento de crear un cortafuegos que para entonces era ya imparable. Algunos incluso llegaron a devolver el dinero. 

Pero para entonces la historia de las dietas de Caja Navarra se había convertido en el símbolo de una época. La agonía de un modelo de poder clientelar y excluyente que afrontaba su final en medio de una dura crisis económica y recortes sociales. La verdad judicial diría después que no hubo delito. La verdad periodística contó lo que había. La ciudadanía pudo decidir después. l