En reflexiones anteriores escribí sobre la necesidad de poner límites a ciertas aplicaciones, como ya ocurre con Tik Tok en los teléfonos oficiales de los funcionarios de algunos Estados. Y manifestaba mi incomprensión ante la facilidad con la que un menor con un móvil puede navegar por la red sin ningún tipo de control.

Algunas conversaciones con docentes, a quienes admiro su vocación, me hace volver al tema, sobre todo porque siento que nos han convencido –casi– de que no es posible limitar el uso de los móviles en los centros escolares, o hacerlo de manera restringida impidiendo el acceso a determinados contenidos de la red, al menos en alumnos en los estadios de formación básica.

Tenemos igualmente asumido la imagen cotidiana de niños y niñas que necesitan ver una pantalla desde que se levantan de la cama; personitas que prefieren engancharse a sus contenidos favoritos a jugar con otros niños. Son, en fin, infantes adictos o a punto de serlo, pasivos, y, por tanto, sumamente influenciables a la propaganda, a los contenidos de la red y a los mensajes desde las pantallas como sus mejores amigas. 

Junto a lo anterior, nadie medianamente maduro piensa ya que las pantallas son inocentes... ni siquiera para un adulto hecho y derecho. Con el mantra de que entretienen, calman e incluso enseñan, lo que provocan son algunas otras cosas. En primer lugar, roban tiempo de soñar, de explorar y de estar con otros compañeros madurando con ellos. A lo que hay que añadir que su uso desmedido lamina la capacidad de imaginar provocando estímulos preconcebidos, con mensajes que condicionan la voluntad y el espíritu crítico. La consecuencia evidente es acabar siendo practicantes devotos del consumismo desde una tierna edad.

Ya es evidente que la exposición excesiva a los móviles y tabletas puede provocar déficit de atención, retrasos cognitivos, problemas de aprendizaje y de falta de autocontrol; sin olvidarnos del freno a la creatividad. Por eso asombran noticias como la de padres y madres que facilitan teléfonos móviles a sus hijos a fin de calmar su llanto, como si se tratara de un sonajero.

La UNESCO publicó este verano su informe general anual, centrándose en las tecnologías educativas. Se destacaba la importancia del uso de las tecnologías… cuando apoyan claramente el aprendizaje, es decir, en situaciones puntuales, al menos hasta una edad. A juicio de los expertos, no es ninguna tontería que el alumnado menor de doce años no debería disponer de móviles. Leo que en Silicon Valley han cuidado esta faceta educativa restringiendo el uso educativo de tabletas y ordenadores hasta ciertas edades.

Lo importante es poner a los estudiantes en el centro de la metodología docente que se utilice, incluidas las aplicaciones que sí facilitan el aprendizaje. Darle a un chavalín un móvil sin capar, con todas las posibilidades abiertas, es un bomba retardada, tal y como alertan los especialistas.

Leo que Francia e Italia ya prohíben que los chavales lleven sus móviles a los institutos, mientras que Finlandia y Holanda se disponen a hacerlo. El Reino Unido está en pleno debate. Más cerca de nosotros, en algunas comunidades autónomas han implantado algunas restricciones, al parecer con resultados positivos al compaginarlo con otras propuestas alternativas de ocio.

La cuestión de los límites entre uso y abuso de los móviles es un problema educativo que parte del concepto negativo social que existe al ponerlos. Estamos en la era de los derechos, no de los deberes… Muchos padres y madres no acaban de ver la bondad de ciertos límites sobre tiempos de uso del móvil, y de los espacios en donde no puedan usarse. Será nuestra actitud y nuestro ejemplo los que lograrán que no interprete la decisión de limitar como una imposición autoritaria; aunque haya una cierta resistencia. La autoridad surge con normas claras desde el amor ejemplar que prioriza la madurez como hito educativo.

En último término, es necesario poner sobre la mesa que la libertad va unida a la responsabilidad, ya que los límites son necesarios para el desarrollo humano verdadero, para los valores éticos que aseguran la convivencia respetuosa hacia los demás y hacia uno mismo ganando el bien de todos. Y entre ese bien de todos, incluyo la disminución del acoso escolar.

Quizá la esencia para lograr resultados, se encuentre en tener presente siempre la importancia de no confundir una educación amable con una educación permisiva, en este caso con los móviles. Que el cuchillo sirve tanto para cortar el pan como para cortar un dedo.