Cualquier persona que haya tenido la ocasión de leer Una mujer en la guerra, la principal obra memorialística de la escritora Carlota O’Neill, habrá podido comprobar la mención constante de esta mujer ilustrada hacia su esposo, el navarro Virgilio Leret. Al salir de la Escuela Oficial de Idiomas en la calle Compañía o al pasear por el Casco Viejo es fácil toparse en el suelo con la loseta dorada que recuerda el que fuera hogar de comandante Leret, un militar republicano fiel a sus principios y a sus cometidos, asesinado por dirigentes fascistas durante los primeros instantes del golpe de Estado del 36. Carlota O’Neill no sólo conservó siempre su memoria viva, sino que se mantuvo superviviente a duras penas, superando enfermedades de todo tipo, cárcel y hambre, por el maternal deseo de recuperar a las dos hijas que tuvo con Virgilio y poder educarlas en los valores que ambos defendieron: la democracia, el feminismo, el ecologismo y la justicia social.

La forma de supervivencia que tuvo Carlota O’Neill fue la escritura. Hija, nieta y sobrina de grandes ilustrados, con 19 años escribiría su primera novela y en los años 30 del pasado siglo logró que una de sus obras Al rojo –hoy en día en plena vigencia por tratar el tema de la abolición de la prostitución– estuviera más de tres años en cartel en Madrid, consagrándose como dramaturga, antes incluso que como novelista y poeta.

Sus hijas y sus nietas siempre conservarían el legado de Virgilio Leret, inventor e ingeniero, además de hombre de letras. Eso en concreto es mérito de Carlota, que, no sólo puso a salvo los estudios y descubrimientos de su compañero, sino que se mantuvo en pie gracias a su alma creadora y a la literatura que desarrolló con enormes dificultades en la cárcel Victoria Grande de Melilla, encerrada durante cuatro años. Allí escribiría Romanza de las rejas, un poemario solo comparable a In deinen Mauern woht das Leid de Ilse Weber, que moriría asesinada por los nazis en el campo de concentración de Theresienstadt, a las puertas de Auschwitz.

Carlota O’Neill no sólo fue sometida a varios consejos de guerra por ser la esposa de Leret y por mostrarse ante el mundo como una “escritora roja”, además se la penalizó como madre y se le apartó injustamente de sus hijas, incluso después de haber recobrado la libertad. De ahí que el exilio fuera la única patria que le quedó como destino. En este punto, cabe señalar también la importancia que tuvo en su vida el capitán Gastañaga, procedente de una insigne familia de marinos vascos, a quien solicitó ayuda cuando se subió al barco que le llevaría hasta Caracas con sus hijas y hacerlo sin los papeles correspondientes. Gastañaga siempre supo que, en primer lugar, ayudaba a una madre desesperada y, en segundo lugar, salvaba a la viuda del comandante Leret, “el caballero azul”, y a sus adoradas hijas.

A día de hoy, y dados los importantísimos hallazgos en materia de ingeniería aeronáutica del comandante Leret, desconocemos por qué el aeropuerto de Noáin no lleva su nombre, cuando esa iniciativa estuvo en el Parlamento navarro con amplio consenso. Tampoco sabemos por qué Romanza de las rejas, el único poemario escrito por una escritora europea superviviente de las cárceles franquistas no está en el currículum de bachillerato, en los libros de texto, en los clubes de lectura, etcétera. Muchos estudiantes saben recitar Nanas de la cebolla de Miguel Hernández, ¿alguien conoce unos versos de O’Neill escritos en prisión? Estrofas de una belleza tan inigualable que me llevó este verano a visitar el lugar donde estuvo recluida, celda hoy a cielo abierto, lugar donde quise buscar ingenuamente las gotas de su tintero en el suelo, cuando escribía sentada en una caja de madera, mirando que el viento no le hiciera perder ni una milésima de tinta. Así se escribió ese poemario, que es historia viva de este país.

Resulta loable que un grupo de emigrantes en Friburgo, en su universidad, estudiantes, navarros, andaluzas, vascos, peruanas, mexicanas, hayan tomado la iniciativa de promover la figura de Carlota O’Neill como una de las principales escritoras españolas huidas al exilio. Su iniciativa de organizar una conferencia dirigida al público universitario y no universitario en la ciudad donde Hannah Arendt estudió Filosofía es digno de mención. Es para mí un honor acudir como investigadora a esa ciudad alemana, para hablar de esta escritora, de su faceta como madre, esposa, feminista, abolicionista, pero, sobre todo, de adelantada a su tiempo y mujer de Letras, que supo aunar en su persona progreso, valentía y solidaridad, siendo un ejemplo para tantas.

Las investigaciones sobre Carlota han sido reseñables y de gran solidez: Murias, Duplantier… Su teatro, su identidad feminista, sus novelas han tenido acogida en un puñado de buenas investigadoras españolas y francesas. Humildemente he puesto mi granito de arena como vasconavarra, a la hora de investigar su obra memorialística. El poder presentar y exponer los resultados de esta investigación, tanto en Friburgo como en la Universidad de Salamanca, me llena de satisfacción y de alegría. Sólo espero que alguna vez pueda hacerlo también en mi propia tierra, en Navarra, la patria de Virgilio Leret, inspirador de la obra más señera de Carlota O’Neill, en medio del horror que les tocó vivir a ambos. Si algo conmovedor hay en la obra de Carlota es el pasaje donde cuenta la despedida de Melilla, donde quedaban los restos de su esposo en una fosa común, lugar que debería ser visitado por autoridades navarras para rendirle honores. Navarra tiene un homenaje pendiente a esta pareja de ilustrados que hablaban en el Atalayón de Nador, en Mar Chica, sobre la Navarra marítima, sobre Fuenterrabía y sobre el amor. Amor, mar y Navarra, ¿qué hay más bonito en la vida?

*La autora es escritora e investigadora académica