El estudio de los valores ha sido una constante en mi vida profesional, como docente y como investigador. En mi archivo personal, en Internet, encuentro textos desde 1995 (la programación de Sociología de los valores, curso que impartí en 1995-1996) hasta los materiales que utilicé en una conferencia en Markina el año 2022 con este título “Euskadi con identidad propia y plural. Mirando al futuro próximo”. Me serviré de mis textos para esta serie de reflexiones en la prensa del Grupo Noticias del País Vasco y Navarra. Hoy desde una perspectiva global y más adelante aplicado a Vasconia.

¿Qué son los valores?

Cabe decir que en los ámbitos de la filosofía y la sociología se entiende por valores las definiciones de lo bueno y de lo malo, de lo aceptable y de lo rechazable, de lo admitido y de lo prohibido, de lo que hay que hacer y de lo que hay que evitar.

Esta primera acepción del término valor nos lleva a otra, íntimamente relacionada con la anterior pero que quizás permita ver mejor la concatenación entre los valores, las normas y el comportamiento. “Valor” cabe entenderse como un criterio de acción social al cual se adhiere de forma más emocional que meramente racional (lo que no quiere decir en absoluto que se trate de algo irracional), y que no es puesto en duda a corto plazo.

En el mismo sentido cabe hablar de ‘Normas” como criterios de acción social que son el resultado de una decisión meramente racional, y que pueden ser puestos en duda, luego modificables, a corto plazo. Normalmente hay relación directa entre los valores y las normas, así como entre estas y las conductas o comportamientos consiguientes. Veamos un ejemplo simple. Una sociedad puede adoptar ante la circulación rodada, como criterio de acción social, la “seguridad” frente a otra que adoptara la “rapidez”. Lógicamente en razón del valor “seguridad” se adoptarán determinadas normas, por ejemplo, de limitación de velocidad que serán distintas a las que se adoptarían si hubiera sido el valor “rapidez” el retenido. Y, todo ello, tendrá traslado en el comportamiento consiguiente.

Por qué hablar hoy de valores

Mientras se ha compartido un sistema de valores comunes, es decir, cuando había un sistema de valores realmente vigente, el tema de los valores no era objeto de debate intelectual ni tampoco de investigación empírica.

Estos últimos tiempos, sin embargo, los valores parecen haber perdido estabilidad e institucionalización. Se empieza a percibir que los valores se ponen en tela de juicio, que las conductas de algunos contradicen abiertamente los valores considerados como definitivamente establecidos. Entonces es cuando se habla de la “crisis de valores”. Lo que antes se daba por sabido y todo el mundo se atenía a ello sin discutirlo, se convierte en objeto de discernimiento que obliga a todo el mundo a tomar partido. Esto es justamente lo que significa la palabra griega crisis, a saber, discernimiento.

Los valores dominantes en la sociedad actual en Occidente

Centrándonos en el todo social, la base central, el sustrato básico sobre el que se edifica el sistema de valores de la sociedad actual, como bien señala uno de los fundadores del grupo europeo de estudio de los valores, Jan Kerkhofs y que está en la base del Worlwide Values Study, dirigido por Ronald Inglehart, es el individualismo reinante.

Con inusitada rapidez, en el siglo pasado, particularmente en Occidente, hemos transitado de una sociedad tradicional, con legitimación religiosa (de matriz católica o protestante según los países) a otra postmoderna, legitimada en el bienestar individual, tras un corto periodo, el de la sociedad moderna, legitimada por proyectos globales, (socialismo, marxismo, liberalismo, ecologismos, nacionalismos, etcétera).

Limitándonos a los dos últimos periodos, el tránsito de los valores de la sociedad moderna a la postmoderna (a la alta modernidad dicen otros) presenta como línea dominante la dilución de proyectos globales en la suma de proyectos individuales: en la sociedad moderna se propugnaba la plausibilidad de un proyecto global, holístico, de una idea matriz, de un norte como faro de acción social a diferencia de lo que sucede en la sociedad actual, que se caracteriza por la incertidumbre, la duda, el repliegue en lo cotidiano, en lo emocional y, como corolario casi obligado, en la proxemia. En la constitución de grupos por afinidades de diverso orden que la proliferación de redes sociales, merced a las nuevas y potentes tecnologías de la comunicación, no hará sino acrecentar.

Así valoramos lo subjetivo sobre lo objetivo, la fiesta sobre la formación y el trabajo, la deconstrucción sobre la construcción, el cuerpo sobre el espíritu, la responsabilidad diferida sobre la autorresponsabilidad, la dimensión experiencial de lo religioso, dando crédito a toda suerte de fenómenos para religiosos, sobre la institucionalización en iglesias que, también hay que decirlo, con frecuencia se han anquilosado en añoranzas estériles y condenas insostenibles. Hemos dejado atrás la secularización (que en gran medida se ha limitado a un rechazo a la impronta eclesial en el mundo católico) para dar paso a una nueva sacralización, en algún caso bajo la forma de iconos deportivos, en otros en el mundo de la farándula y en todos, en el dinero, auténtico dios, objeto y objetivo del tiempo presente. Las crisis del presente siglo, y determinados indicadores de la forma como se quiere salir de la misma, son un buen ejemplo de esto último.

Aceptamos el compromiso puntual pero no nos comprometemos en el duradero, valoramos el presente sobre el futuro que se nos aparece como incierto e inasible (lo que hace que los jóvenes prefieran retrasarlo lo más posible instalándose en el presente) quedando relegado el pasado a entretenimiento cultural, aunque cada vez más adquirirá fuerza como referente o recordatorio.

Todo esto nos lleva, lo repito, a un valor dominante, el individualismo, que no es solamente uno de los valores emergentes en nuestra sociedad sino el sustrato desde donde cabe entenderla. Ahora bien, el individualismo tiene dos caras. Por un lado, puede suponer la voluntad de adoptar planteamientos propios, autónomos, ilustrados por la razón y el conocimiento de las cosas. Es la voluntad de no ser rebaño. Es la gran herencia de la Ilustración que ha tenido prolongación hasta la importante Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 que, aunque son unos derechos, básicamente individuales, luego vistos desde una perspectiva más autónoma y tolerante que responsable y solidaria. Pero esta concepción nos tememos que ha dejado paso a otra cara del individualismo que viene a decir que yo puedo hacer lo que quiera, con tal de respetar la ley, o de no molestar al otro. De ahí la tantas veces mentada afirmación de que mi libertad termina donde comienza la del otro, un otro convertido, si no en mi enemigo, sí en mi concurrente en el espacio vital. “L’enfer c’est les autres” (El infierno son los otros) ya lo dijo el hoy olvidado Sastre, pero algunas de sus ideas siguen presentes, aunque diluidas, en la sociedad de hoy. Es la moral libertaria, que diría Valadier SJ, que impregna nuestra sociedad. En consecuencia, no es el individualismo de razón, el individualismo de responsabilidad, el individualismo de proyectos el que impera sino el individualismo de deseo, de apetencia, de hacer lo que me gusta, sencillamente porque me gusta. Es la lógica del “nahi dut, nahi dutelako”. Es lo que impide avanzar del individuo al ciudadano y, en ciertos supuestos, del ciudadano a la persona.

Ante esta situación, hay que preguntarse qué sociedad queremos para el futuro. Cuál es el ideal social, el proyecto de Euskal Herria que los actuales vascos y navarros deseamos para las próximas generaciones y estamos dispuestos a potenciar con nuestra dedicación y esfuerzo. l

El autor es catedrático emérito de Sociología. Universidad de Deusto