Si todo en la conciencia perceptiva del humano consiste en ser alucinación controlada, se explica muy bien el porqué de la moda filosófica de empezar la reflexión con un relato a partir de la ficción literaria y cinematográfica, principalmente, aunque también artística, en lugar de lo considerado tradicionalmente como metafísicamente real. Lo hace el malogrado Mark Fisher, el anarco Franco Bifo Berardi y el liberal conservador John Gray (en lo que últimamente he podido leer). También Douglas R. Hofstadter. Y esto a modo de bucle (no tan melancólico como el propuesto para nuestro país por el intelectual orgánico que Oteiza definiera quevedescamente como hombre pegado no tanto a la nariz como a su barba), interrogándose sobre el ¿por qué un fragmento de materia es capaz de pensar en sí mismo?, en Yo soy un extraño bucle.

Otra vez, la imprescindible, a la hora de pensar, paradójica transversalidad, ya que, si todo trata de la ficción, la ficción misma pasaría por constituir la realidad.

En este sentido, Bifo Berardi, así también se pregunta, tras afirmar: “Puesto que el ser humano es el producto (cultural, técnico, histórico) de innumerables influencias, impulsos e implementaciones, podríamos concluir que es un androide que erróneamente cree ser sí mismo. ¿Cuál sería el sentido de esta expresión: sí-mismo? ¿Qué es el sí mismo si no la mirada interior de un organismo biológico que ha sido modificado cultural y tecnológicamente para creer que él no es un objeto, sino un sí-mismo?”. Y aquí cabría recordar como la ipseidad trata de la relación del humano consigo mismo como ser-en-sí y también consciente ser-para-sí. Es como si el bucle participara asimismo de la condición rizomática en la filosofía deleuze-guattariana, cuando el pensador italiano afirma de la centralidad de una “figura que no tiene ni principio ni final”, tal y como igualmente lo hiciera el norteamericano, con el “descubrimiento de Gödel de una gigantesca estructura autorreferente, un majestuoso bucle (…) en el mismísimo centro de un formidable edificio del que sus audaces arquitectos habían desterrado toda autorreferencia” (reseñando Principia Mathematica de Russell y Whitehead). Una serie de patrones analógicos que toman como referencia bien la naturaleza o la abstracción matemática y que mi mente simple tiende, supongo de manera natural, a simplificar, implicando el imperioso requisito de contar con algún tipo de jerarquización.

Confinicio surge de esa necesidad de hibridación dada por la sensación de bucle de todo aquello que nos acontece. Tras el obligado confinamiento, que todo pareciera iba a cambiar, surge la usual esclavista actitud con la que nos desenvolvemos. Son las mismas cíclicas fluctuaciones económico sociales, las mismas periódicas crisis sanitarias renovadas por el efecto de una actualización, las mismas guerras conocidas que incluso llegaran a dar pie a conflagraciones mundiales, pero que consideramos estar contenidas en su presunta localización, las que nos quitan el sueño, desvelando la urgente necesidad de un arreglo para el mantenimiento de nuestra más o menos asegurada comodidad que nadie ni nada debiera cuestionar. E ir más allá supondría, sin más, asumir el que haya más de una manera de apreciar lo que nos acontece en función de esos ángulos de visión que cada uno de nosotros individual y colectivamente podamos adoptar, asumiendo de manera natural el previo de nuestra universal tendencia a la simplificación de todo aquello que directamente nos pueda afectar.

Tal vez, a ello se pueda deber que en época de incertidumbre los populismos repunten de manera tan audaz como peligrosa constatando el que, en la afirmación de Hosftadter, “los humanos  (estemos) condenados a no hablar a ese nivel en el que no existe pérdida de información”; obligados, por tanto, a elegir entre comunicaciones sesgadas de uno u otro cariz y siendo, en esto, tan conservadores como reaccionarios. No entender, o al menos intentarlo, la realidad dada es lo que conlleva una pesada carga que hundiera en el silencio los últimos años de Milán Kundera, el autor de aquella ejemplar creación titulada La insoportable levedad del ser.

Hosftadter se pregunta por qué clase de representación del mundo exterior puede tener un ser no-humano como el mosquito. También si éste sería capaz o no de manejarse con categorías cognitivas respecto de los objetos y sujetos que conforman el entorno que posibilita su existencia, concluyendo que para ser mosquito no hace falta semejantes “lujos intelectuales”.

No sé yo, si en este sentido nuestras vidas, que desde hace tiempo van progresivamente dejando de pertenecernos por mor de este maravilloso sistema creado a partir de lo nuestro a expensa y espaldas de lo de los y lo demás, encuéntrese bajo el hosftadteriano síndrome del mosquito. Sin embargo, este especialista de la cognición no deja de llamar la atención sobre el hecho de que, si el insecto puede contar con algún tipo de conciencia, ésta tal vez pueda darse bajo lo que denominamos como potencial amenaza, señal de peligro, nos dirá, que supone la proyección de una sombra en el contraste visual de su campo. Algo no muy diferente a la penumbra maquinada sobre nuestras vidas por las diferentes y continuadas crisis sobre lo humano, lo divino, y todo lo que pueda atravesarse en el camino establecido por ese presunto ente superior surgido de nuestra semejanza. La que dícese, ahora, Inteligencia Artificial.

El autor es escritor