Hace unas semanas leímos la noticia de la publicación de En agosto nos vemos, la obra póstuma de Gabriel García Márquez. Se trata de un libro que el autor colombiano fue escribiendo a lo largo de varios años, que dio a conocer de manera fragmentaria en algún periódico y que, si bien terminó en un momento dado, no se decidió a publicar en vida.

Como cuentan ellos mismos en el prólogo, los hijos de García Márquez, Gonzalo y Rodrigo, optaron en su día por rescatar el manuscrito y encargar su edición a Cristóbal Pera. Éste recurrió a la ayuda de Mónica Alonso y a otras personas vinculadas al legado literario y a la custodia de documentos del premio Nobel en la Universidad de Austin, Texas, y de ese modo, ahora, diez años después de su muerte, aparece este nuevo trabajo narrativo, acaso el último de Gabo que verá la luz.

En agosto nos vemos es un relato largo que cuenta las sucesivas visitas, siempre una vez al año, de Ana Magdalena Bach a una isla del Caribe donde está enterrada su madre, fallecida ocho antes del inicio de la historia. Allí, cada 16 de agosto, Ana Magdalena deposita un ramo de gladiolos sobre su tumba.

Desde la publicación del libro, y como era de esperar teniendo en cuenta la repercusión mediática de todo lo relacionado con el autor de Cien años de soledad, han ido apareciendo artículos de opinión sobre la noticia y reseñas literarias sobre la obra en distintos diarios y semanarios. No en vano, se trata de un fenómeno literario que ya se ha dado en otras ocasiones, esto es, uno de esos casos en los que los familiares o herederos de un escritor célebre ya fallecido toman la decisión de publicar algo que éste no quiso o, a veces, incluso, prohibió dar a conocer en forma de libro.

Por lo que respecta a García Márquez y a En agosto nos vemos, esas reacciones escritas se han centrado en la cuestión de si es oportuno sacar, sin poder contar obviamente con la intervención del autor aunque sí con una opinión suya expresada cuando aún vivía, un producto con el que éste no estaba satisfecho; hasta qué punto supone un enriquecimiento o puede significar, por contra, un borrón en su obra; y, en una derivación más polémica del asunto, qué papel ha jugado en este caso el factor económico por parte de los hijos de Gabo a la hora de poner en marcha esta edición.

En lo que se refiere al aspecto literario, cabe decir que el libro funciona bien en su conjunto, reúne las suficientes virtudes como para justificar su publicación. Algunas críticas aparecidas en los periódicos incurren en el error de considerar esta obra póstuma del autor como una novela, la comparan implícitamente, sin nombrar los títulos, con Cien años de soledad, El otoño del patriarca o El amor en los tiempos del cólera, cuando aquí estamos ante otra cosa, ante un género distinto, ante un ejemplo, precisamente, del tipo de narrativa que más apreciaba Gabo, que mejor se adecuaba a su concepción de la literatura, esa donde él podía mostrar con mayor claridad su enorme talento de escritor.

Como ya se ha mencionado más arriba, En agosto nos vemos es un relato, pero no por su extensión, por sus ciento veinte páginas, sino por rasgos relacionados con algo cualitativo antes que cuantitativo. Y es que en este librito volvemos a encontrarnos con el ritmo, la cadencia y la musicalidad propias de García Márquez, habituales en otros textos suyos, con esas frases de medida exacta y final poético con las que va desplegando su discurso narrativo, con las que va dando forma a su balada. Claro, una vez más, el autor colombiano nos recuerda que para él la música es mucho más importante que la letra, que el sentido debe estar al servicio del sonido, que en literatura sólo sirve aquello que pueda contarse con belleza.

Sí, esta obra merecía ver la luz. Y si bien es cierto que su autor no estaba convencido de su valor, que se mostró reticente a la hora de publicarla en su versión completa, ello pudo deberse a que, como también han apuntado algunas reseñas, no aporta nada esencialmente novedoso, distinto o rompedor en relación con lo que ya conocíamos de él. Se trata, en definitiva, de una muestra más, de una nueva entrega del material propio de Gabo, de ese producto en prosa caracterizado, en la forma, por su brevedad, liviandad, sencillez y armonía; en su fondo, por la resolución técnica necesaria para generar tensión narrativa en el lector, para sacar adelante una mínima trama.

Por otra parte, hay un segundo motivo literario al que remitirse, al que apelar en la defensa de la publicación de este libro. Me refiero al hecho de que, siendo García Márquez un escritor premiado y valorado a escala internacional, leído y analizado en universidades de distintos países, la aparición de una obra póstuma suya no deja de ser una noticia positiva. En agosto nos vemos constituye, por fuerza, un objeto valioso para quienes han convertido al autor en su materia de estudio, tanto en el ámbito académico como en el de la creación, edición y divulgación literaria.

En cuanto al aspecto crematístico, a los posibles motivos materialistas de los herederos del escritor, tampoco cabe ningún reproche, no hay lugar a la objeción. No sólo no están robando nada, sino que están en su derecho de obtener un beneficio con la obra de su padre, de la misma manera que lo están quienes heredan una casa, una empresa o cualquier otro bien susceptible de ser vendido o explotado. A menudo, sobre todo en nuestras latitudes, ocurre que cuando se trata de la propiedad intelectual o de productos artísticos, entra en acción un complejo moral según el cual se considera obsceno extraer todo el rédito posible a una creación ajena, incluso cuando se posee una titularidad legítima sobre ella. Los anglosajones carecen de ese pudor absurdo, y, gracias a eso, personas inteligentes como Priscilla Presley han sido capaces de mantener vivo el interés de varias generaciones por la figura y la música de Elvis.

Hay un último matiz que conviene recordar en estos casos, algo muy vinculado al universo de referentes asociado a la creación literaria. En mayor o menor medida, el entorno familiar de un escritor juega un papel muy importante en su obra, es fuente de inspiración y yacimiento, proveedor de historias y filón temático de primer orden. Y tanto en el género de la ficción de la imaginación como en el de la ficción de la memoria, es decir, tanto en el registro novelístico como en el biográfico-testimonial, las personas más cercanas al autor, habitualmente su pareja y sus hijos, acaban teniendo un trasunto literario, acaban convirtiéndose de un modo u otro en personajes de sus libros. Así que, aunque sólo sea por esa razón, los herederos de García Márquez, igual que muchos antes los de John Cheever, tienen todo el derecho del mundo a cobrar royalties por esa forma peculiar de protagonismo, por esa especie de coautoría.

*El autor es escritor