“Jamás penséis que una guerra, por necesaria o justificada que parezca, deja de ser un crimen” (Ernest Hemingway).

Un crimen de guerra es una violación punible según las leyes y tratados internacionales de la Ley de Guerra. ¡Qué extraño haber codificado la Ley de Guerra! ¿Existen guerras, tanto defensivas como de agresión, sin crímenes? ¡Toda guerra es un crimen! ¿Qué es oír el rugido de los aviones disparando sobre la propia cabeza? ¿Refugiarse en sótanos fríos, en muy poco espacio con otras personas, cada vez que se oyen sirenas de ataque aéreo? Quedarse sin comida, gas, electricidad, teléfono ni conexión a Internet. Familias con niños traumatizados por los gritos de sus padres a causa de los constantes bombardeos, y luego obligados a marcharse, dejando casa, parientes, amigos y trabajo y metiendo toda su vida en una mochila. Suenan sirenas antiaéreas y las explosiones resuenan con coches quemados y escombros de edificios y puentes. Muchos tienen muy poco que comer y deben permanecer de pie durante varias horas para escapar. Desde los pisos se ven los destellos de los disparos de mortero y las explosiones.

Toda guerra es inhumana. En las guerras se pueden tomar decisiones tan crueles que superan todos los límites del horror. De mil y una maneras –la realidad supera la ficción– en la guerra se pretende también aterrorizar a la población y provocar masacres de ciudadanos indefensos. La guerra es en sí misma un crimen contra la humanidad que se añade a las responsabilidades del conflicto... La guerra es la derrota de la humanidad y de la razón. Los conflictos de estas décadas nos han devuelto imágenes de inocentes que han muerto... De tantos ancianos, niños, adultos, mujeres, dejados mutilados, destinados a una vida llena de sufrimientos y penurias.

Se dice que el remedio sería apelar a la razón y al derecho. Y de hecho no habría guerra si hubiera razón, porque ésta se encuentra “fuera de la razón”. Pero es precisamente con la razón como hoy se valida el genocidio, cuando la razón lo juzga “proporcionado”, basándose en una macabra contabilidad entre ataque y defensa. Por no hablar de los tan manidos… daños colaterales. Y el racionalismo, desligado del espíritu que hace humano al ser humano, es esa “especie de desierto arenoso” en el que ha ido, hemos ido cayendo entre, a veces, la aprobación y justificación interesada, y, más frecuentemente aún, ante la desidia e indiferencia porque las guerras suelen ocurrir en otras geografías lejanas.

El hecho de que el Tribunal Penal Internacional de La Haya considere que hay motivos razonables para creer que tanto los líderes israelíes como los jefes de la milicia palestina de Hamás sean responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad hace aún más intolerable la inercia hacia otros escenarios donde los crímenes cometidos contra la humanidad son conocidos, pero cuyos perpetradores se encuentran entre los líderes políticos de las potencias pretendidamente democráticas, legítimas, etcétera. El universalismo de los derechos no puede tener fronteras geográficas o ideológicas. Se justifica siempre el crimen una vez que se convierte a la víctima en enemigo.

Mientras tanto, quizá se pueda recordar aquella frase atribuida a Thomas Mann: “Procure recordar que la tolerancia se convierte en un crimen cuando se tiene tolerancia con el mal”.