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Emancipación social versus supremacismo racial

Emancipación social versus supremacismo racialEFE

Comentando estos días con una amiga sobre la riqueza de conceptos que poseen algunas lenguas para describir la variedad de situaciones que la vida nos ofrece, como toda buena conversación, esta giró hacia la realidad mundial en la que estamos inmersos. La conclusión no fue muy esperanzadora. Esa sensación de que el ambiente sociopolítico está altamente crispado se ve acompañada de un ambiente bélico cada vez más recurrente, como siempre provocado por las negligencias estatales que, sin duda, se ven afectadas por la mediocridad de los gobernantes y de un dirigismo mediático que oculta la identidad y las responsabilidades más inmediatas.

Bajo estas dos ideas comentadas, la utilización del lenguaje y el actual contexto social, me he acordado de la panorámica ofrecida por la historia conceptual (siguiendo al historiador alemán R. Koselleck, sería la rama que se ocupa de la historia de la formación de conceptos, de su utilización y de sus cambios), y la importancia de esa herramienta metodológica para esclarecer los procesos políticos, sociales y culturales a través de las manifestaciones de los protagonistas de cada tiempo.

A sabiendas de que en la historia hay hechos ilógicos e inesperados que son difíciles de explicar, avatares sociales e intelectuales que no son producto del raciocinio, de la experiencia o de la lógica, tal y como decía P. Baroja, quizá en lo muy profundo nada es explicable por lo puramente racional, no deberíamos perder de vista el caos, el orden y las idas y venidas (J. Romero) que sufre el mundo desde, no vamos a ir muy lejos, finales del siglo XVIII. Dicho esto, podemos suponer que la Revolución Francesa desató las fuerzas del progreso y de las revoluciones, pero también las de la reacción y contrarrevolución. Desde entonces, el planeta ha sufrido tres guerras internacionales que asolaron la paz mundial –las napoleónicas y las dos mundiales– a la par que innumerables conflictos que, aun con menos estados intervinientes, han sembrado, y siembran, con millones de cadáveres la geografía mundial, en un conflicto entre los que apuestan por la emancipación social y los que creen en el dogma del supremacismo de las razas elegidas.

Siguiendo lo que nos sugiere la metodología citada hay una pregunta casi obligada: ¿cuál ha sido el discurso que nos ha traído hasta aquí? Desde luego que no podemos perder de vista la importancia de los escenarios simbólicos. Si hace cien años, la crisis social en la que se encontraba Europa hizo factible la fascitización del continente, ahora podemos afirmar que no es solo Europa la que se encuentra en crisis, sino que es el planeta en conjunto el que sufre las corrientes antiprogresistas. El supremacismo racial, obligado a retirarse tras las grandes masacres provocadas por su ambición expansionista, ya no esconde el perfil de su estrategia, divulgando de nuevo un discurso antiprogresista que busca, una vez más, la reorganización que de nuevo les permita asaltar el poder para construir una alternativa sin alternativas.

Desde luego que esta nueva puesta en escena de la historia les obliga a un cambio de decorado y la irrupción de nuevos actores, pero, en el fondo, el discurso integrador del fascismo no varía. Modifica su lenguaje, pero no su objetivo. Su arenga no es novedad, es una involución que gira en torno al gozne de un concepto ya formado cuyas consecuencias ya conocemos. Militarismo contra pacifismo, jerarquía contra democracia, apartando la idea de que el progreso y la justicia social son los componentes fundamentales para conformar una sociedad equilibrada. Es cierto que los habitantes de más de las tres cuartas partes del mundo no han disfrutado, sobre todo tras las invasiones supremacistas de los estados expansionistas, del progreso descrito, pero también lo es, la existencia de una población en aumento que desea la confrontación reflexiva contra esta tendencia reaccionaria que va apagando la luz del progreso en todo el mundo, tal y como las recientes elecciones europeas han demostrado o el continuo avance del trumpismo por el continente americano.

Es evidente lo poco que nos ha servido el mayor grado de desarrollo tecnológico que nos estamos proporcionando porque, siguiendo a L. Martínez en Utopía no es una isla, sus efectos son el aumento del control social y el aislamiento individual que desliza a la sociedad hacia el autoritarismo. Igual es necesario recordar lo que ocurrió hace cien años cuando los que tuvieron fe ciega en la socialdemocracia no comprendieron la emergencia de los fascismos, porque estaban convencidos de que la historia nadaba de forma inexorable a su favor, viéndose sorprendidos por el éxito de la fascitización que cabalgaba por el continente. Para mí, el problema reside en que la barbarie no debe ser vista únicamente como un fenómeno o remanente propio del pasado, uno en cierto sentido superado y desprovisto de un auténtico recorrido presente o futuro, olvidándonos de que no hay un solo instante histórico en el que no pueda estallar una guerra o una revolución. Sabido esto, no deberíamos sorprendernos de la trágica actualidad contemporánea, sino asombrarnos de haber hecho una comprensión errónea de la historia.

A pesar de todo esto, no hay que perder la esperanza. Debemos exigir a los gobernantes la construcción universal de una sociedad mejor a la actual que garantice los derechos humanos con cotas de igualdad, justicia social y libertad, sin duda, más amplias que las actuales. Hay que construir una sociedad alejada de los episodios de exterminio como el que está infringiendo el estado israelita al pueblo palestino bajo la permisividad del resto del mundo. Insisto, sin olvidarnos de que estas exigencias emancipativas son necesarias para todos. Para concluir, siguiendo al historiador J. Bloch, podemos decir que el legado de todo acontecimiento, por muy local que sea, puede franquear toda clase de fronteras, tanto espaciales como temporales. Lo que está ocurriendo en Gaza o la propia guerra entre Ucrania y Rusia, es un anuncio similar al de hace un siglo atrás, no lo olvidemos.

Tras la conversación mantenida, me queda claro, de nuevo, que lo más importante que han descubierto los seres humanos es la capacidad de cooperar y que la confianza de unos en otros es básica para que la emancipación social frene a la supremacía racial que cabalga de nuevo. Para ello, sin duda, tanto la palabra como la acción son esenciales.