El hallazgo del ara votiva de Larunbe (Valle de Iza) es una excelente noticia para todos los amantes de la historia y de la cultura navarra. Durmiente en el fondo de un pozo del hasta hace bien poco desconocido monasterio de Doneztebe, los voluntarios del pueblo y de la Sociedad de Ciencias Aranzadi la han despertado y sacado a la luz para disfrute general.

La inscripción que porta en una de sus caras está en latín y da cuenta de que una mujer con nombre y apellido romanos, Val. Vitella cumplió gustosa con su voto a Larrahi LARAHII VO(tum) L(ibens S(olvit). Seguramente, la mujer había pedido algo a la divinidad y esta se lo otorgó, así que, siguiendo las costumbres romanas y la máxima universal de que de bien nacidos es ser agradecidos, le dedicó tan hermoso altar.

Larrahi es una deidad bien conocida en el territorio de los vascones. Ya había aparecido en otras aras localizadas en Mendigorría (Andelos), Irujo y Riezu, recogiendo las ofrendas de otras personas. Ahora lo hace curiosamente en Larunbe y con solo una erre escrita, lo que no obsta para una pronunciación fuerte.

El dios o la diosa forma parte de la nómina de las divinidades que los vascones tuvieron con anterioridad a que asimilaran los cultos romanos. Junto a ella están: Selatse o Stelaitse (de parecido nombre a zelaia, campo, pradera); Errensae (parecido a erreintza, siembra); Itsacurrinne (puede que relacionada con txakur y quizá en forma femenina y diminutiva: perrita); Losae o Loxae (para unos relacionado con la diosa Puditia, pero también es dudoso, y puede que se conecte con lotza, lugar de lodos o balsas), Urde (parecido a urdi, cerdo), Lacubegi (para algunos vinculado con un pozo de agua, laku, lago, begi, ojo) y Peremusta (de significado desconocido).

La mayoría de estas deidades vasconas se vinculan con la ganadería y la agricultura, por lo que atestiguan que los vascones fueron un pueblo fundamentalmente ganadero y agrícola, además de comerciante.

El tiempo que media entre el siglo I antes de Cristo, en que se ubica cronológicamente La Mano de Irulegi, escrita en signos no latinos, y la construcción de esta ara votiva a finales del siglo I, ya escrita en latín, así como la presencia de otros altares de parecida factura, junto con la existencia de una red de calzadas bien pavimentadas, ciudades planificadas al modo romano, cargos públicos, individuos togados y monedas romanas, nos permite ratificar que en ese interregno se llevó a cabo la romanización del territorio vascón y que a finales del siglo I esta ya era completa, como bien describió Estrabón.

La latinización de las ciudades vasconas y la romanización del territorio vascón se desarrolló tras las guerras sertorianas y civiles romanas, el inmenso despliegue de las legiones romanas para aplastar a cántabros y astures, las nuevas leyes romanas que se dictaron y la ocupación y colonización de los terrenos más aprovechables. El territorio llano de los vascones, susceptible de rendimientos agrícolas y ganaderos, fue repartido por los conquistadores y atribuido a señores con ciudadanía romana, que bien eran veteranos legionarios en su retiro dorado, bien antiguos cargos públicos vascones que mantenían tranquilo el territorio y colaboraban con Roma, bien familias a las que se agradecían los servicios prestados al Imperio.

Los propietarios de las explotaciones agrarias (los fundos) tenían sus esclavos y esclavas, a quienes en ocasiones concedían la libertad. Los liberados (libertos) adoptaban las costumbres de sus antiguos amos para integrarse en el nivel social al que ascendían: dedicaban un ara a un dios y ordenaban que su voto a este se escribiera en latín. Cabe pensar que los libertos agradecerían su nuevo estatus a los dioses de las familias que los habían manumitido. Hacerlo a otros dioses ajenos no estaría bien visto. En cualquier caso, los dioses vascones fueron sustituidos por los dioses romanos en el transcurso del siglo II.

No sabemos si Valeria fue una esclava liberada o una ciudadana romana desde su origen. Lo que sí vemos es que la ofrenda de Valeria va dedicado a una divinidad vascona sin que sepamos qué agradecía. También que su ara aparece en el medio rural, que su apellido se ha vinculado con ternera (vitula-ae en latín significa esto), y que todo ello ocurrió cerca de la mansio romana de Alantone (situada en la calzada de Pompelo hacia Asturica-Astorga, donde hoy se encuentra Atondo) y al norte de la ciudad romana de Pompelo.

En definitiva, damos la bienvenida a este descubrimiento y saludamos de nuevo a esta divinidad de aquellos vascones que vieron llegar a los romanos. Y agradecemos el hallazgo a los que lo han descubierto, a quienes les apoyan y a los que estudian los secretos que esconde. ¡Que Larrahi les conceda larga vida!

Autor del libro ‘Cuando fuimos vascones’