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La dispersión del artista

La dispersión del artista

Todo arte, todo pensamiento, toda actitud es reflejo de la sociedad a la que pertenece. La sociedad de hoy en día es la sociedad del consumo, de lo cambiante de manera constante, una sociedad líquida como la definió Bauman. En esta sociedad se valora el experimentar vivencias, el estar permanentemente ocupado en algo, y ese algo se convierte en un proceso interminable donde lo que importa no es tanto el resultado como el que hagas algo. Porque ese hacer algo incesantemente te lleva irremediablemente al consumo.

Nos hemos vuelto devoradores de toda propuesta, de todo lo que se nos ponga delante. La gente se aburre a la mínima y desecha al poco cualquier novedad porque enseguida surge otra supuestamente mejor. Se dice incluso que el fracaso es no hacer, no intentarlo, no estar continuamente probando cosas. No interesa que finalices nada, ya que te harán ver que el resultado final puede que sea vulgar, repetitivo, ya visto, para nada sorprendente. Insistirán que lo importante es que muestres cómo lo haces, cómo lo intentas, cómo estás ocupado, y si además te muestras incomprensible, poco claro, los expertos lo van a entender como un reto intelectual el lograr entenderte.

Estamos rodeados de supuestos entendidos que necesitan constantemente la droga de lo nuevo para que no se aburran, y para ello realzan las propuestas supuestamente ininteligibles para el común de los mortales. Estos intelectualoides sufren el mono de parecer realmente intelectuales, no investigan ni analizan las propuestas de calado, las que han conllevado tiempo de reflexión, ejecución y destreza. Para conseguir la aprobación de estos expertos solo se necesita que les ofrezcas los ingredientes básicos: un lenguaje artístico, que sea tortuoso, que sea un collage de ideas o cosas, y que parezca enigmático. Ellos se volverán locos por resolverlo, aunque ni tú sepas lo que has querido decir, a ellos les da igual, ellos lo interpretarán a su antojo. La gracia está ahí, en parecer. Es el juego del jeroglífico contemporáneo, el reto es descubrir qué quiere decir. La tragedia contemporánea es que una vez que resuelves el jeroglífico, pierde la gracia y lo olvidas.

Y así nos va. Esta actitud es insaciable, no podemos parar y esto nos conduce al estrés permanente, a la ansiedad por ganar un me gusta. Porque hoy en día nos estamos nutriendo de la atención de los demás, se demanda la atención del otro pero no para interesarse por lo suyo, sino para que te den su aprobación, no se quiere más de él, de ella. Y no es solo que alguien te dé un me gusta, es que si tienes pocos te deprimes y piensas que a nadie gustas, a nadie importas y tienes que hacer algo por gustar, por agradar y así el delirio y la tontería se hace más grande. Pero si tienes muchos me gusta, quieres más, la gente se viene arriba y como una droga se enganchan a la aprobación de los demás.

La fatalidad, además, es que si se intenta abrir debates, reflexiones, discusiones en torno a lo que se plantea, se interrumpe continuamente, no interesa la profundidad, todo se está volviendo efímero, impactante en lo novedoso. Es lo urbano, lo tecnológico, la inmediatez, frente a lo rural, a la naturaleza, al hacer a mano, a la espera, a la pausa.

¿Por qué se da la espalda a la naturaleza, por qué se minimiza el impacto del cambio climático? Porque la naturaleza exige fijarse en ella, pararse, poner atención para intentar comprenderla y no tenemos tiempo por falta de atención. Como dice el filósofo José Carlos Ruiz: “la atención es la contemplación de la belleza y atender al otro, cuidar al otro. Vivir de alguna manera es atender, y esto requiere tensión, tensionarte, esforzarte y resistir para que dure… pero hoy en día lo duradero está desapareciendo”.

Crear es el poder más grande que la vida nos ha dado, y para poder crear se tiene que tener una atención completa. En estos tiempos, sin embargo, lo realmente difícil es que tu atención resista, hay que hacer verdaderos esfuerzos para no dispersarse. Vamos a salto de mata y eso se refleja en las creaciones, la mayoría son un corta y pega de cosas, de ideas, de conceptos sin una trabazón ni una línea argumental de pensamiento reflexiva y analítica. Esto nos lleva al principio, a que se exalta en exceso el proceso, porque el proceso puede ser el collage, el corta y pega. Como no tiene pretensiones de que culmine en una obra acabada, el proceso se puede interrumpir, nos podemos dispersar sin temor a perder el hilo conductor, porque no lo hay. Así, vemos instalaciones artísticas que son más bien fruto de la dispersión del artista, una acumulación de recortes, dibujos, ideas inconexas que se mezclan y presentan sin rubor porque no tienen otra cosa, no tienen la capacidad de finalizar nada. Padece este tipo de artista actual lo que se denomina atrofia atencional fomentada por la incapacidad de parar el tiempo suficiente para hacer, para culminar sin miedo a la repetición, al plagio, al fracaso, al no me gusta de los demás.

No es malo que nos guste lo efímero, lo disperso, si también fomentamos lo perdurable. Es muy interesante descubrir el proceso del artista, desgranar el enigma de su desarrollo, pero nos sentiremos vacíos si solo nos quedamos deleitándonos con el proceso. Si al interés por ello le sumamos la obra finalizada, el resultado final, el fruto del esfuerzo, de la dedicación, de la continuidad, de la destreza, entonces nuestra alma intelectual se verá totalmente satisfecha y plena.

Porque pensándolo bien, si solo elogiamos el proceso, y como dice Alberto Santamaría en su libro Alta Cultura descafeinada “en el mezclar todo (por el mero hecho de mezclar) es (..) como decir que todo vale porque todo es bueno para consumir”. Y esto es un coladero para que todo valga, incluso lo que ya crea la Inteligencia Artificial, la IA.