“El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” sentencia un popular proverbio que suele emplearse en economía para indicar cómo las políticas no deben juzgarse por la calidad de sus motivaciones sino por los resultados que producen, ya que a menudo la ausencia de un debido análisis de los costes y beneficios acarreados acaba provocando resultados no sólo indeseados sino incluso opuestos a los buscados.
El economista norteamericano Thomas Sowell lleva más de medio siglo estudiando este fenómeno en profundidad. Afroamericano, de familia desestructurada y sin recursos, Sowell abrazó el marxismo durante su formación universitaria pero en los inicios de su carrera profesional descubrió las relaciones entre las leyes de salario mínimo y el aumento del desempleo, lo que le llevó a abandonar sus posicionamientos ideológicos para entregarse a la tozudez de la evidencia empírica que iba recopilando. Desde entonces ha desarrollado una brillante trayectoria académica analizando y exponiendo los incentivos perversos de buena parte de las políticas públicas dominantes desde mediados de los años 60 hasta nuestros días. El trabajo de Sowell es una constante constatación de cómo el salario mínimo perjudica a quienes se encuentran fuera del mercado de trabajo; de cómo cualquier ley de contención de precios acaba con la oferta del bien o servicio en cuestión provocando su escasez; de cómo las leyes de igualdad de género están construidas en base a falacias que terminan perjudicando al sexo femenino; de cómo las leyes en favor de minorías raciales acaban desarrollando comportamientos que favorecen la segregación racial; de cómo las políticas de ayudas a familias monoparentales han sido un foco histórico de pobreza, exclusión social e incluso delincuencia... y así un largo etcétera. Pero nada de lo demostrado por este y otros muchos economistas ha obstaculizado el avance por doquier de tales medidas o corregido siquiera la querencia a la irresponsabilidad de todo gobernante.
Un ejemplo muy palmario lo tenemos en estos momentos con la evolución del mercado de la vivienda en España. Sus precios no han parado de incrementarse desde 2014, sufriendo una notable aceleración desde 2021. Es un periodo que ha coincidido con el endurecimiento legislativo de uno de los sectores más intervenidos y regulados que tenemos en los que, según la jerga burocrática impuesta, se está actuando en defensa de los colectivos más vulnerables para garantizar la sostenibilidad del mercado controlando los precios tensionados y solventar así algunos problemas estructurales. La realidad, no tan prosaica y siempre menos elevada, está siendo que la persecución y la estigmatización de una parte residual de la oferta (grandes tenedores y alquileres turísticos), la creciente inseguridad jurídica, las trabas administrativas y fiscales o la falta de calificación de suelo urbanizable para uso residencial por parte de ayuntamientos y comunidades mantienen la oferta en nuestras ciudades altamente constreñida frente a una demanda en crecimiento estimulada a su vez por ayudas, bonificaciones o subvenciones públicas. El resultado de todo ello es un mercado cada vez más inalcanzable para las rentas menos pudientes, más estable para las que gozan de un mayor poder adquisitivo y más lucrativo para los tomadores de riesgo. Justo lo contrario de lo que se busca.
Por contra, en Argentina, el gobierno del exageradamente denostado Javier Milei comenzó el año derogando fulminantemente la ley de arrendamientos gaucha, provocando con ello el instantáneo afloramiento de viviendas en alquiler que han multiplicado la oferta hasta la fecha en más de un 200% y reducidos sus precios en un 25% en términos reales mientras a su vez logra contener la elevadísima inflación del país y su economía experimenta los primeros indicios de repunte. Algo inaudito que parecía imposible de ver por aquellos lares.
Volviendo a lo que nos concierne, por nuestra parte no nos queda mucho más que saludar a Thomas Sowell desde nuestro esplendoroso camino empedrado por el que hemos decidido transitar. Buena suerte a todos los transeúntes.