El pasado 19 de julio Jaime Ignacio del Burgo arremetía contra la placa recién colocada por el Instituto de la Memoria para informar del monumento Gogoan y de la estela de Germán Rodríguez. Escribía un largo artículo donde comenzaba reivindicando el reconocimiento a Felipe II por la construcción de ese complejo militar de las murallas, realizado para asegurar la españolidad de Navarra conquistada décadas antes por las tropas castellanas.

Sin embargo, la parte sustancial del artículo es la dedicada a desdibujar y falsear la agresión policial de los Sanfermines de 1978, y en concreto el asesinato de Germán Rodríguez Saiz. Atribuyéndose la condición de “testigo presencial” (como si no hubiera muchos más) de aquellos hechos, desvirtúa el asesinato de Germán en la noche del 8 de julio, presentándolo como una consecuencia lógica de defensa por parte de las fuerzas del orden público ante un “intento de linchamiento de una dotación de la Policía Armada”.

La agresión policial que sufrió Iruñea de forma continuada durante los días 8 y 9 de julio, con la irrupción en la plaza de toros con armas de fuego, generando heridos de bala en la misma plaza y con la muerte de Germán, tiroteado por policías en la avenida de Roncevalles, que se extendió en solidaridad con resultado de la muerte de Joseba Barandiaran tres días más tarde, en Donostia-San Sebastián, y el asalto a Rentería por varias compañías de policía, es distorsionado por el entonces senador de UCD.

Según el testigo Del Burgo, en la avenida Roncesvalles “en medio de botes de humo y pelotas de goma sonaron varios disparos. Uno de ellos alcanzó a Rodríguez”. Ante lo que cabe preguntarse: ¿acaso los disparos habidos esa tarde y noche fueron de origen desconocido o cayeron del cielo? ¿No vio disparar sus armas de fuego a los policías que entraron en la plaza encabezados por el comisario Miguel Rubio? ¿No se enteró que en la misma enfermería de la plaza de toros atendieron a tres heridos de bala? ¿No conoce el testimonio de quienes se encontraban junto a Germán en el momento de recibir el mortal disparo, prestado tanto en sede judicial como ante las comisiones de investigación, y cómo certifican que fueron tiroteados con fusil CETME y pistolas por agentes descendidos de un jeep policial? ¿No vio los agujeros causados por las balas en las paredes de la avenida Roncesvalles y en el automóvil detrás del cual estaba Germán? ¿Tampoco se enteró en el Senado del informe presentado por su camarada Martín Villa en donde se reconocía haberse disparado 134 balas, 4.513 pelotas de goma, 1.138 botes lacrimógenos y 657 botes de humo?

¿Son esas las características de un linchamiento contra una dotación policial, o más bien los eslabones de la cadena represiva desatada por las fuerzas de orden público al mando del comandante Fernando Ávila y del comisario Miguel Rubio? Unos cuerpos policiales que, veinticuatro horas más tarde del asesinato de Germán, desde su emisora no tenían reparos en animar a continuar con la agresión con su escalofriante: “Dad la vuelta a la plaza. Preparad las bocachas. Disparar con todas vuestras energías. No os importe matar”.

No hubo tal intento de linchamiento a la policía, eso no es más que fruto de una mente calenturienta y malintencionada. Lo que sí se produjo fue una agresión policial que quedó impune. Lo que también es cierto es que todos los procesos judiciales que se abrieron por esos sucesos fueron cerrados sin llegar a la fase de enjuiciamiento. Ninguno de los mandos policiales o participantes fue encausado ni procesado. Ninguna de las más básicas pruebas judiciales (balística, declaraciones de policías intervinientes…) se llevaron a cabo.

Si el Sr. Del Burgo quisiera ejercer de verdadero testigo debería preguntar a sus correligionarios Ignacio Llano (gobernador civil de entonces) y Rodolfo Martín Villa (ministro de Interior) dónde está la Memoria del Gobierno Civil de Navarra del año 1978 (desaparecido de los archivos), o los informes que el comisario Miguel Rubio hizo para José Sainz (máximo mando policial para la zona Norte) y de éste para el propio Ministerio de Interior.

Y, finalmente, si tanto le preocupan los monumentos y el reconocimiento de épocas pasadas, en lugar de fijarse en reyes debería referirse al pueblo llano, representado por los miles de personas asesinadas en la retaguardia navarra durante los años de 1936-1939. Alcaldes, concejales, trabajadores de la tierra, sindicalistas, enseñantes… Esas a quienes el periódico que le ha publicado su artículo amenazaba de muerte y represión, o ensuciaba con sus mentiras, publicando también un 19 de julio, pero de 1936, en primera página el bando del genocida Mola.

En el caso de Iruñea, fusiladas, buena parte de ellas, en esa Ciudadela que, si al Sr. del Burgo le recuerda a Felipe II, a otros muchos, familiares de aquellas personas asesinadas, le trae a la memoria muertes tan injustificadas e impunes como la de Germán Rodríguez en julio de 1978.

Por eso está muy bien que se coloquen placas que recuerden los crímenes cometidos y sobre todo como denuncia de la impunidad con la que se intenta envolverlos.

Por Josu Chueca Intxusta, Amaia Kowasch Velasco, Aitor Garjón Irigoyen, Ramón Contreras López.

Miembros de Sanfermines 78 Gogoan