Podría escribir esta carta como madre resignada, como madre resentida o como madre reivindicadora, porque creo que a lo largo de la semana soy todas esas madres. He elegido, no obstante, hacerlo como madre resiliente, porque el domingo, día 17 de noviembre, Día Mundial del Niño Prematuro, es como creo que me gustaría, si estuviese estrenando una prematura maternidad, leerme.

Durante el ingreso de tu bebé prematuro en la UCI aprendes, como m(p)adre, a la fuerza, que hay que pensar en el día a día y que no vale eso de comparar a tu hijo con ningún otro, aunque aparentemente, por edad gestacional o circunstancias que acompañasen a la prematuridad puedan parecer bebés iguales. Y es que es innegable que cada niño prematuro es un mundo, un caso clínico aparte, pero, a su vez, creo que todos estos bebés nacen y viven, sus primeros meses, rodeados de una mezcla de sentimientos de pena, preocupación, desconcierto y, por qué no, incluso culpa y enfado por parte de sus m(p)adres. También hay alegrías, y hay amor, sí, pero a ratos parecen verse opacados por todo lo demás, que es verdaderamente inmenso y, muchas veces, insoportable.

Durante los primeros meses tras el alta aprendes que la carrera no acaba más que de empezar, que te va a tocar correr como mínimo una maratón, y que a lo largo de ese camino va a haber de todo, desde momentos de subidón hasta ratos de fatiga extrema, pero que no queda otra que tirar p’alante, que a eso es a lo que hemos venido. Afortunadamente, también aprendes muy pronto que el amor crece, y crece, y crece, y acaba por llenarlo casi todo, y aunque haya malas noticias, cambios de rumbo inesperados o surjan nuevos contratiempos, poco a poco se va haciendo todo mucho más llevadero.

Hace unas semanas visitamos la Unidad de Neonatología donde estuvo ingresado mi pequeño hace ya tres años, precisamente con motivo de su cumpleaños. Nos acercamos a saludar a un bebé y a su mamá, que nos miraba entre triste e incrédula. Sólo me salió decirle que “aunque no se olvida, todo (sobre todo el dolor) pasa”. Y es que eso es lo que aprendes con el paso de los años. Aunque, no nos engañemos, seguimos teniendo ratos o días malos, este ha sido el primer cumpleaños de mi niño que no he llorado de pena... las heridas se van curando. Sólo hace falta tiempo, cada una a su ritmo, y amor.

Dejo para otro día la retahíla de mi versión peleona que reivindica los Derechos del Niño Prematuro (recogidos en el Decálogo de Unicef del año 2011, de recomendada lectura, por cierto), porque para mí es un día para celebrar la vida, para dar un poco de esperanza y luz a todos los niños y familias que están viviendo la experiencia de la prematuridad y, como siempre, para dar las gracias. A título personal, no me canso de repetirlo, doy gracias a la Medicina, y, no se nos olvide, a todos aquellos profesionales, compañeros, familiares y amigos que, estando a nuestro lado, han hecho que hasta ahora el camino que hemos recorrido haya sido más fácil.

¡Feliz Día del Prematuro!