Un grupo de personas –bajo la cúpula nominal de navarros todos y la historia completa– ha presentado en público una iniciativa que declare el Monumento a los Caídos como Bien de Interés Cultural (BIC). El fin es impedir su modificación o derribo. No sorprende. El 25 de abril de este año, la denominada plataforma por el Museo de la Ciudad de Pamplona pedía al Gobierno de Navarra que las pinturas de Stolz fueran declaradas BIC. Basaba su petición en el valor artístico de estas pinturas. Apelaban a la Ley de Memoria Histórica que considera que “cuando se trate de elementos con singular valor artístico que formen parte de un bien integrante del Patrimonio Histórico Español” se librarán de ser destruidas.

La declaración de este grupo pretende que todo el monumento sea declarado como un BIC. Y, más que por motivos arquitectónicos o artísticos, lo pide por razones morales e históricas.

Hasta la fecha es el único grupo que defiende el mantenimiento del Monumento sin rodeos. Es decir, no ocultan su firme adhesión al golpe de Estado de 1936 y la defensa del monumento como lugar de exaltación de quienes hicieron aquel. Lisa y llanamente confiesan sin decirlo que están en la orilla de quienes “de forma voluntaria”, se rebelaron contra un gobierno legítimo y legal, surgido de unas elecciones democráticas.

Quienes murieron en defensa de la II República no cuentan, no han existido y, por tanto, nunca fueron asesinados. Defienden que el Monumento a los Caídos es un lugar de exaltación golpista y siempre lo será. Por ello, en su intervención solo se acordaron de quienes “mayoritariamente de manera voluntaria y altruista, entregaron su vida y hacienda por defender la fe, sus antiguas leyes y sus antiguas tradiciones”. Fe, Fueros y Tradición. Como en las guerras carlistas.

Así fue. Acuciados por esa fe, estos voluntarios creyentes y generosos, entre ellos miles de requetés, se dedicaron a saquear, robar, violar y asesinar a todos aquellos que consideraron marxistas, socialistas, comunistas, republicanos, anarquistas y nacionalistas. Como no pensaban como ellos, fue razón más que suficiente para matarlos y dejar sus cuerpos abandonados en cunetas y barrancos. Y es verdad, eran hombres que creían en Dios y en sus mandamientos, entre ellos, no matarás. Pero, gracias a la Iglesia y a su obispo de Pamplona, monseñor Olaechea, tuvieron bula para hacerlo sin remordimiento alguno. Pues matar en nombre de su Dios –“no es una guerra, es una cruzada”–, asesinar y violar nunca fue pecado mortal. De antemano estaban perdonados. Y cuantos más mataran, como les dijo Pemán, “más pureza de la raza”.

Lástima que, en lugar de pretender seguir homenajeando a estos creyentes criminales del pasado, este grupo de “navarros todos” no haya concluido que una fe y religión que justifican el asesinato y la violación, es una fe y una religión propia de fanáticos y de insensatos. Todo lo contrario. Por sus manifestaciones dan a entender que aquella fe es un don fantástico y maravilloso.

Desde esta perspectiva teológica, no extraña que hayan afirmado que lo que hicieron –sin especificar qué hicieron–, “no fue contra nadie”. Más aún. La sublevación golpista “fue un acto de amor, no de odio”. Tampoco hay que extrañarse. El Pensamiento Navarro ya decía el 7 de abril de 1938: “En la España de Franco, no se emplea el terror; se emplea el amor”. Entiéndase. Un amor sádico.

Este grupo, que rebosa navarrerismo, parece haberse caído del guindo de la ingenuidad, pues dicen que quieren “iniciar un proceso de debate y diálogo, sosegado y respetuoso”. ¿Con quién? ¿Con quienes piensan como ellos? Y respetuoso, ¿hacia quiénes? Pues parece que, dadas sus premisas hacia quienes murieron defendiendo el golpe de Estado, incluidos los verdugos que operaron en Navarra. No solo. Aseguran que hasta la fecha lo que se ha contado es “una sesgada y falsa visión de nuestra historia”. Y escrita “desde el odio, y no desde el amor”.

Resulta paradójico y contradictorio que, teniendo las cosas tan claras con relación al Monumento, afirmen que “lo mejor será dejar a futuras generaciones estudiar y aprender qué se hizo y qué pasó”. ¿Qué generaciones? Nosotros ya formamos parte de esa generación y sabemos cómo, por qué, para qué se erigió dicho monumento.

Sabemos que este Monumento no tiene cabida en una sociedad democrática. Insulta la democracia y a las víctimas, una y otra vez humilladas cada vez que un grupo de personas salta a la palestra defendiendo a sus verdugos justificando sus asesinatos. Y peor aún, justificándolos insinuando que fueron tales criminales porque defendían la fe y la religión. No fue así. La mayoría de los navarros que fueron asesinados eran creyentes. La religión fue instrumentada obscenamente tanto por la Iglesia como por los golpistas para justificar asesinatos y violaciones, saqueos y robos.

Un vocal de la rimbombante Asociación por la Reconciliación y la Verdad Histórica dijo que el fin de su organismo “era conseguir un patrimonio histórico sin ideologías y una verdad histórica sin censuras”, al tiempo que criticó que, “siendo la Guerra Civil española una guerra suicida entre hermanos no podemos reescribir la historia y querer cambiarla ahora a gusto de quien esté al mando”.

Primero. No tenemos inconveniente que este vocal se reconcilie con la Verdad Histórica y sus ectoplasmas, aunque sospechamos que lleva bastante tiempo cohabitando con ella. Segundo. La guerra civil no fue una guerra suicida entre hermanos. Para nada. Y menos aún suicida. La guerra sólo la quisieron quienes, al fracasar un golpe de Estado, unos militaristas perjuros, apoyados por la Iglesia, la declararon contra quienes defendían un sistema democrático y constitucional. No fue, por tanto, suicida. La guerra fue resultado de una indeclinable voluntad fascista. Tercero. La historia no pretende cambiarla nadie. Nadie tiene ese poder. Pero versiones como la que este grupo da de ella sí la cambalachea, al no reconocer el hecho fundamental: la guerra no fue voluntad del gobierno de la II República, ni de quienes la dirigían, sino de militares como Mola y Sanjurjo, a quienes se pretende aún seguir manteniendo como héroes de una épica gloriosa, y que solo lo fue para mentes que, si no defienden claramente golpes de Estado para acceder al poder, lo sugieren con sus propuestas que solo pretenden mantener en pie un monumento para la exaltación de los vencedores y la humillación y el olvido de sus víctimas. Y por ahí sí que no. Aunque se nos aparezca La Verdad Histórica desnuda o la musa Clío.

Los autores son: Víctor Moreno, Clemente Bernad, José Ramón Urtasun, Carolina Martínez, Carlos Martínez, Jesús Arbizu, Pablo Ibáñez y Txema Aranaz Miembros del Ateneo Basilio Lacort