No parece que hayan cambiado mucho las cosas desde el siglo I, cuando Décimo Junio Juvenal, en sus famosas Sátiras, dijera aquello de que el pueblo romano se había desentendido de la política y solo ansiaba que le dieran pan y juegos de circo (“Iam pridem, ex quo suffragia nulli uendimus, effudit curas; nam qui dabat olim imperium, fasces, legiones, omnia, nunc se continet atque duas tantum res anxius optat, panem et circenses”). Vivimos en una sociedad donde todo se ha convertido en espectáculo a un nivel superlativo que no podían haber imaginado en la Roma clásica. Gracias a las modernas tecnologías, el espectáculo se nos ofrece y telerretransmite durante las veinticuatro horas del día y nos acompaña allá donde vayamos, incluso lo podemos llevar cómodamente en un bolsillo. La principal industria de nuestro tiempo es la del espectáculo, ya lo decía la canción de Irving Berlin: There’s No Business Like Show Business. La propia política es hoy principalmente espectáculo, lo que posibilita que con harta frecuencia elijamos a bufones para gobernar.
No he podido sino recordar la cita de Juvenal al iniciar este año de 2025 en Pamplona. Hace tiempo que venimos convirtiendo el centro de la ciudad en un parque temático dedicado a los Sanfermines, que ya celebramos durante todo el año. Del 6 al 14 de julio de forma más ruidosa y multitudinaria, y del 15 al 5 de julio un poco más reposadamente pero con el mismo ánimo festivo y mercantil. Además, hemos conseguido integrar los Sanfermines con otra fiesta que posee similar tendencia expansiva, las Navidades. Compramos la lotería de Navidad desde el verano, los turrones desde octubre y los regalos navideños desde noviembre, cuando encendemos las luces; el mes de diciembre es ya prácticamente todo festivo. La parroquia de San Lorenzo, donde mora la imagen de San Fermín, hace años que incorporó la liturgia de la Escalera (Uno de enero, dos de febrero…), antaño solo patrimonio de algunas cuadrillas que se juntaban a puerta cerrada para comer y beber, y últimamente se ha sumado también el Ayuntamiento de Pamplona con gran entusiasmo por recuperar el tiempo perdido. Este primero de enero, en perfecta continuidad que-no-pare-la-fiesta con las telecampanadas de la puerta del Sol (¿eres más de Lalachús o de la Pedroche?) y la fiesta de disfraces de la Nochevieja irunsheme, ha programado pregón, reloj de cuenta atrás en la fachada consistorial, fuegos piromusicales y desfile de unicornios. A saber qué sorpresas nos depararán los siguientes peldaños de la Escalera (¿quizás prolongarla por el ocho de agosto, el nueve de septiembre, hasta el doce de diciembre?).
Pero el número fuerte de este año 2025 en cuanto a circenses pamploneses lo anunció hace pocas fechas el alcalde: celebraremos el 2.100 aniversario de la fundación de Pamplona, ahí es nada. Veintiún siglos de historia: eso no lo pueden decir todas las ciudades, dicen que dijo. Festejaremos que un general romano, un tal Cneo Pompeyo Magno, vino por aquí el año 75 antes de Cristo a fundarnos.
Como Joseba Asiron es profesor de Historia, seguro que sabe que el hecho y la fecha están un poco cogidos por los pelos. Dejando de lado que antes de la llegada de los romanos ya había aquí una población de la Edad del Hierro, de la que no sabemos casi nada y menos la fecha en que pusieron la primera piedra, no hay constancia real e indubitada de que Pompeyo pusiera nunca sus pies en Pamplona, ni que fuera el fundador, ni mucho menos, si es que llegó a suceder, que eso aconteciera exactamente en el año 75. Tenemos una tradición al respecto, sí, una hermosa tradición, como son todas las tradiciones, y una estatua de Pompeyo en la plaza de Juan XIII, y una plaza dedicada a Pompeyo en la Rochapea, y un busto en bronce en un pasillo de la planta noble de la Casa Consistorial. Pero lo cierto es que lo único que sabemos es que el griego Estrabón, casi un siglo más tarde, escribió en su Geografía que al norte de Jacetania, en la etnos de los vascones, “está la ciudad de Pompélon, que es como decir la ciudad de Pompeyo [Pompeiópolis]”. No afirma que la fundara él personalmente, solo supone que lleva su nombre, y no es cuestión pacífica porque hay algunos historiadores que niegan que Pompélon, o Pompelo o Pompaelo en latín, derive su nombre de Pompeyo. También sabemos que Pompeyo luchó contra Quinto Sertorio en Hispania entre los años 76 y 72 a. de C, que el historiador romano Cayo Salustio escribió que en torno al año 75 el ejército de Pompeyo se retiró al territorio de los vascones para proveerse de trigo y que Pompeyo se acantonó por unos días en un campamento, pero nada dice de Pamplona, y que el historiador griego Plutarco escribió que Pompeyo se retiró a pasar el invierno al territorio de los vacceos (algunos han interpretado que se equivoca y debería decir los vascones), es decir, la actual Castilla. Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si en estas idas y venidas Pompeyo estuvo o no en Pamplona y sacó tiempo para fundar la ciudad; ni siquiera se ponen de acuerdo en si los vascones estaban de su parte, estaban en su contra o eran neutrales en la guerra civil entre romanos, ni sobre si el supuesto campamento de Pompeyo (que unos sitúan en Pamplona, otros en Aranguren y otros junto al Duero) se instaló entre aliados o se instaló, al final de la guerra, como castigo. Solo sabemos, que en algún momento, los romanos construyeron aquí una ciudad.
Pero, en fin, teniendo la leyenda, ¿para qué necesitamos la historia? Festejemos con entusiasmo nuestros primeros veintiún siglos. Pompaelo XXI, sugiero ya como lema, y que el día central de la celebración sea el 29 de septiembre, cumpleaños de Pompeyo. Así hacemos puente con la fiesta de San Fermín Chiquito. La vida es fiesta.