‘Trumpazo’ en la Real Casa de Misericordia de Tudela
El trumpazo llevado a cabo por la actual Administración de Estados Unidos con la imposición de medidas arancelarias a nivel internacional, deportaciones masivas de inmigrantes o despidos de funcionarios, entre otras muchas, supone un duro revés a todos los niveles y sus efectos son imprevisibles.
En general, la puesta en marcha de acciones intolerantes de todo tipo forma parte del odio hacia el otro, y constituye la vía más rápida y eficaz para debilitarlo.
Me resulta sorprendente ver cómo la Dirección de la Real Casa Misericordia de Tudela copia estas maneras de actuar y las pone en práctica con las trabajadoras que más le incomodan para que les quede bien claro quién lleva la batuta.
Sin ir más lejos, a primeros de este mes, acaba de despedir a una trabajadora que llevaba 37 años de antigüedad en la residencia, alegando el hurto de un llavero de ganchillo a una residente. Lo peor de todo es que no ha querido admitir las pruebas que lo desmienten.
Curiosamente, se da la circunstancia que hace poco tiempo esta trabajadora, junto con dos compañeras, formuló una demanda contra la RCM relacionada con su salario, que dio como resultado un pequeño incremento de la nómina, el pago de atrasos y su aplicación al resto de trabajadoras. ¡Qué casualidad!
Por lo visto, no sirve para nada su valía demostrada y contrastada a lo largo de sus 37 años de servicio dejándose la piel, ni el reconocimiento de compañeros y personas residentes que han convivido con ella a lo largo de ese tiempo, y todo ello sin nombrar las graves secuelas producidas en su cuerpo fruto del trabajo realizado.
Que a las trabajadoras de las residencias de la tercera edad no se les reconoce en su justa medida el extraordinario trabajo que desempeñan con nuestros mayores es algo que está a la orden del día y que por desgracia no tiene visos de cambiar.
También es una realidad irrefutable que la mayoría ve con desesperación cómo sus cuerpos sufren las consecuencias jornada a jornada, y, desgraciadamente, las dolencias en brazos, piernas y espalda no son reconocidas por las mutuas como enfermedad laboral.
Si a eso añadimos que, a falta de un salario digno, malas condiciones laborales, largas jornadas de trabajo e invisibilidad para la sociedad, las administraciones públicas miran para otro lado y no hacen nada para remediarlo, pues ya está todo dicho.
En cualquier caso, lo que resulta realmente sangrante es que la dirección de tu empresa, que supuestamente es la que más te tiene que apoyar y estimular en beneficio del trabajo bien hecho, utilice su poder para ponerte la puntilla en puertas de tu jubilación y te ponga de patitas en la calle con una mano delante y otra detrás. Evidentemente, no hay que ser muy listo para ver que se trata de una represalia encubierta para perjudicar a la trabajadora y que, a su vez, sirva de ejemplo para el resto de compañeros.
Es una pena porque con dirigentes como estos solo se genera miedo e incertidumbre, y los principales damnificados son los trabajadores y los ancianos residentes.
Aviso para navegantes: ¿quién será la próxima víctima?, ¿alguien se atreverá a decir lo que piensa?, ¿qué excusa argumentará la próxima vez? Lo dicho, un trumpazo en toda regla.
El autor es profesor jubilado