La muerte sin tapujos, sin ocultamientos ni negaciones. La muerte sin edulcorantes ni maquillajes. La muerte, simple y llanamente. La muerte siempre ha estado y estará presente, es parte inseparable de la vida, es el precio que debemos pagar por esta fugaz existencia que llamamos vida.

En el atardecer de su vida, vacío, libre de toda organización jerarquizada, y enfermo de ELA, Rafael Redondo seguía atendiendo según sus fuerzas se lo permitían, hasta que el pasado 10 de abril moría.

Rafael Redondo fue profesor de Psicología y Sociología en la Universidad de Deusto hasta 1983, año en el que pasó a profesor titular de la Universidad del País Vasco (UPV), en cuyo Departamento de Psicología Social ejerció la docencia hasta septiembre de 2006, fecha en la que abandona voluntariamente la Universidad, para según la orientación de Willigis Jäger (maestro Zen), dedicarse a introducir a otras personas al Zen y acompañarlas en su Camino.

Fue jefe de formación en el BBVA y director de Formación en el Hospital Psiquiátrico Argia de Algorta (Bizkaia). Impartió numerosos talleres y conferencias, relacionados con la meditación, el zen y el mundo del crecimiento personal, la psicoterapia y la espiritualidad. Articulista y columnista en numerosos medios, fue autor de más de una docena de libros como: El brotar del asombro; Aromas del Zen; Ser la propia luz. Más allá de linajes y maestros, de escuelas y creencias; El milagro de vivir despierto; Gratitud; Zen, la experiencia del Ser.

Rafael Redondo nos animaba en sus talleres, conferencias y escritos a que la gran obra de cada uno de nosotros, de nosotras es saber quién eres y para qué estás en este mundo. Hizo su incursión en el mundo de la poesía, y es autor del poemario El sonido del silencio, siendo pionero en implantar la Meditación Zen, dentro de un Programa de Terapias Alternativas (Terapia Zen) dependiente de la Universidad de Deusto y el Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Basurto.

Aunque él mismo cuenta su vinculación con distintos maestros y escuelas como con Willigis Jäger que le nombró Maestro o David Brazier que le reconoció como Maestro en el Dharma, sintió el apremio de cambiar de forma y comunicarse de un modo menos jerarquizado, lejos de las atalayas magistrales orientales, e incluyendo otras tradiciones contemplativas más allá del zen, al que se refería, con enorme gratitud, pero que ya había pasado por él y que pertenecía a su pasado, y que le resultaba estrecho a la hora de trasparentar su sincera experiencia ante aquellas personas que se acercaban a él buscando el sentido de sus vidas.

Para Rafael Redondo la vida, por el hecho de ser vida, es en sí misma desbordante, y no cabe en ninguna escuela, ni iglesia, ni ritual.

Fue un ejemplo de libertad, rechazaba constreñirse en un camino trazado por una escuela o sistema preestablecido y no le gustaba que le llamaran maestro, cada uno tiene su propio camino diferente al de los otros. “No te dejes llamar Maestro ni Rabí…” pedía el Maestro de Nazareth, nos recordaba Rafael.

Rafael ha sido un espejo en el que buscarse para innumerables personas que se han acercado a él a través de sus talleres, retiros, conferencias o escritos. Tengo grabada la impresión amable y acogedora de aquella tarde lluviosa, hace más de 20 años, en un café en Bilbao, donde un amigo común, también psicólogo, me lo presentó en mi búsqueda. Posteriormente participé en un taller residencial, y la última vez que hable con él por teléfono fue a raíz de que le llegara a sus manos el libro Una respiración en observación, que acababa de publicar sobre mi experiencia de ingreso hospitalario por una forma grave de covid.

Sintonizo con él cuando repetía incansable que no es un privilegio de personas religiosas o de maestros de iluminadas maestrías, sino un derecho de nacimiento y patrimonio de la toda la humanidad, un corazón sin coraza que late mejor en los más frágiles y humildes, por lo que antes de pasar a la otra orilla, deseo ser y servir a mis iguales como un compañero más, quizá de edad provecta, pero igual, porque sin igualdad no cabe la cercanía y dudo que tampoco quepa el amor.

“Debemos viajar en la dirección de nuestro miedo” nos indicaba John Berryman. “¡Ah! ¿quién me salvará de existir?” sentenciaba Fernando Pessoa. Qué cerca estabas de ellos cuando decías que: “Un místico es un ladrón de vacíos, un extraño híbrido pescador-cuatrero, que, apoyado en el brocal de la nada, lanza un lazo al pozo del misterio…”. “Se trata de atravesar el miedo a perder mi propia individualidad, la que limita y encapsula el alma en el cilindro corporal percibido como ego. Ello supone un cambio radical, una metanoia, una transformación real que pasa por la ruptura de los viejos sistemas de refugio y protección. Esa metamorfosis exige la muerte del yo, la aniquilación de las formas caducas, siendo ese el precio que la vida exige para que mi ser humano halle su centro y encuentre ese algo, ese faro: la luz que fulge en la aridez de mi desierto. ¡Abbá!”.

Eskerrik asko Rafael Redondo Barba, que la tierra te sea leve. Goian bego.