Acabamos de contemplar con el corazón compungido la foto del niño palestino Mahmoud, cuyos dos brazos fueron arrancados por un bombardeo israelí, que ha resultado ganadora este año de la World Press Photo (prestigiosa fundación independiente con sede en Amsterdam). ¿Qué expresa su mirada? ¿Impotencia? ¿desconcierto? ¿odio? ¿resignación? En cualquier caso, la imagen es sobrecogedora y nos interroga, obligándonos a una profunda reflexión.
Este testimonio gráfico de barbarie va a tener seguramente una amplia difusión en el mundo entero y acrecentar, si cabe, la condena al Gobierno de Israel por su saña inusitada en la represión contra los civiles palestinos. ¿Cuántos muertos más y heridos o lisiados como Mahmoud necesita Netanyahu para saciar su sed de venganza?
La reacción del Gobierno israelí la podemos anticipar: Israel tiene derecho a defenderse, todo es culpa del antisionismo, el odio a los judíos. Sin embargo, esta vieja cantinela no puede acallar lo que realmente significa su conducta atroz contra los palestinos. Defenderse sí, pero no de esa manera desproporcionada y criminal.
El mundo entero condenó y no nos cansaremos de reprobar el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 y su crueldad extrema contra judíos inocentes que disfrutaban de una fiesta popular. Estamos seguros que se podrían exhibir fotografías escalofriantes como la de Mahmoud contra niños judíos.
Siendo todo esto verdad la comunidad internacional sigue estupefacta la crueldad del Gobierno de Israel que no tiene fin y que parece esconder, aunque cada vez menos, la finalidad última de su actitud: expulsar, manu militari, a los palestinos de sus tierras ancestrales, en una aplicación extrema de la perversa doctrina de que “el fin justifica los medios”.
No importa que se trate de bombardear una escuela, un hospital, o un campo de refugiados. Se invoca, con muy difícil comprobación en general, que en el lugar se esconden algunos terroristas y se entra a continuación a sangre y fuego aniquilando sin piedad a cualquier palestino, adulto o niño, que se encuentre por allí.
No es antisemitismo, sino sentido de justicia y proporcionalidad, lo que anima a cualquier persona de buena voluntad que contempla, un día sí y el siguiente también, las atrocidades de Netanyahu.
Muchos ciudadanos alemanes se han escudado en la ignorancia que tenían sobre el holocausto de los judíos por Hitler, pero ahora todas estas barbaridades que están ocurriendo en Gaza son mostradas por todos los medios de difusión, a pesar de las prohibiciones de Israel a los periodistas internacionales para informar desde el interior de Gaza.
Viene a cuento ahora en que lamentamos el fallecimiento del gran escritor Mario Vargas Llosa, su alegación en un artículo publicado en el diario El País, ya en mayo del año 2018, creo que a raíz de un viaje que realizó a Gaza, de que: “no son los palestinos quienes representan el mayor peligro para el Estado de Israel, sino Netanyahu y sus secuaces y la sangre que derraman”.
Queremos y admiramos a los judíos y aquí en España lamentamos profundamente su expulsión por unos reyes, falsamente apodados “católicos”, que ignoraron que la religión cristiana tiene o debe tener por santo y seña el amor. Como reza el cántico religioso profusamente invocado especialmente en estos tiempos de Pascua: “Si me falta el amor, no me sirve (el resto) de nada, si me falta el amor, nada soy”.
Preocupa e irrita todavía más, al contemplar las atrocidades del Gobierno de Netanyahu, el observar que todas estas matanzas las hace en la más flagrante impunidad, debida al apoyo sin fisuras de los Estados Unidos, por su interés, probablemente, en no desairar a los grandes financieros de Wall Street, afines en su mayoría a Israel. La actitud servil también de la Unión Europea, de palabras compasivas pero carente de resultados prácticos, es igualmente lamentable.
A ningún otro Gobierno se le permitiría burlar los más elementales principios del Derecho Internacional humanitario, sino que se intervendría o al menos se le aplicarían severas sanciones, como en el caso de Rusia, invasor de Ucrania. Netanyahu, sin embargo, tiene garantizada su impunidad.
El resultado de toda esta injusticia será, quizás, ante la frustración de la comunidad internacional, la expulsión de los palestinos de su hogar ancestral, por muerte, hambre o hartazgo y la apropiación ilícita por Israel de todo el territorio en disputa.
¿Por qué no unas hipotéticas negociaciones de paz entre ambas comunidades sobre bases de justicia y equidad?