Hermosa palabra, democracia. En recordada expresión de Winston Churchill, “el peor sistema de gobierno a excepción de todos los demás”. Ahora bien, se observa con preocupación que las opciones autoritarias están en ascenso. Por esa razón gobernantes como Trump, Orban (Hungría) o Bukele (El Salvador) están de moda. La mayor parte de los analistas tienden a culpar a los votantes y se olvidan de las limitaciones que tienen los sistemas actuales. Bien mirado, las limitaciones de los candidatos a ser elegidos. Sin embargo, hay otros tipos de democracias. Incluso la mayor parte de los dictadores se sienten legitimados por su pueblo. Veamos dos casos relevantes.

En el reciente Cónclave realizado en la Ciudad del Vaticano salió elegido como Papa León XIV. El sistema de votación es de lo más curioso: los cardenales se encierran durante el tiempo que haga falta, se realizan debates y discusiones a puerta cerrada y finalmente se va realizando una selección votación a votación que termina cuando un candidato alcanza las dos terceras partes de los sufragios. ¿Es eso democracia? Pensemos en la alternativa, y para ello nos vamos al caso más extremo. Supongamos que podrían votar los millones y millones de personas que tienen una partida de nacimiento firmada por la Iglesia Católica. ¿Nos fiaríamos del candidato que gane las elecciones? Seguramente no: los sistemas actuales están pensados para que el vencedor tenga mucho dinero (si es el caso de Estados Unidos) o haya sabido medrar de forma activa dentro de su partido (la mejor estrategia es ponerse todas las medallas posibles en los éxitos conseguidos y buscar chivos expiatorios para los fracasos). ¿Qué es mejor?

En el caso de la Iglesia Católica, muchos analistas piensan que el candidato elegido Robert Prevost tuvo una ventaja decisiva sobre Pietro Parolin: había estado muchos años ejerciendo su labor pastoral, lo que exige estar a pie de calle. Los políticos que se encuentran en el Congreso sólo establecen contacto con la población cuando llegan las campañas electorales. ¿Cómo no recordar la anécdota del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero cuando afirmó desconocer el precio de un café?

Con esta visión es obvio que para alcanzar el puesto de Obispo de Roma se necesita tener méritos. Sí, también están factores como la suerte (estar en el momento adecuado a la hora adecuada con la persona adecuada) o tener buenos amigos. Pero si tenemos en cuenta que para llegar a cardenal se necesitan méritos teológicos, intelectuales y pastorales se puede admitir que quizás el método no sea injusto del todo.

Lo mismo pensará un chino. Es el segundo caso de análisis. Reflexionemos: cuando analizamos la realidad nos cuesta mucho ponernos en el lugar de otra persona. Es cuestión de comprender su estado mental, el cual depende, entre otros factores, de sus experiencias vitales y de la educación adquirida.

A nivel histórico, la cultura china siempre ha premiado la meritocracia. Desde hace muchos años se necesitan pasar exigentes pruebas para ser funcionario. De la misma forma, cuesta ascender dentro del partido comunista. Se supone que quienes llegan a los puestos más altos tienen una preparación amplia y profunda. Tienen una visión clara de lo que debe ser el Estado y de cómo debe funcionar la sociedad. Eso permite lograr objetivos de bienestar y crecimiento económico que priorizan la estabilidad antes que el aceleramiento. El presidente del país, Xi Jinping, es ingeniero. Sus colaboradores más cercanos acostumbran a ser tecnócratas y a tener una visión empresarial que les permite probar mecanismos mediante el procedimiento de prueba y error para seguir creando riqueza. Por eso muchos chinos argumentan que nuestro sistema no es una democracia verdadera: puede llegar al poder un embustero sin ninguna preparación.

No se trata de apostar por uno u otro sistema. Se trata, simplemente, de comprender otras visiones. No es lo mismo liderar una religión que ser el presidente de un país. La falta de libertad, las precarias condiciones laborales o la subordinación del poder judicial al poder político son intolerables. Sin embargo, en muchos países empiezan a ser votados personajes que consideran saltarse este tipo de líneas rojas en el caso de que mediante esos instrumentos se logre alcanzar un fin que merezca la pena. Preocupante, muy preocupante.

Muchos líderes actuales critican que muchos votantes se hayan pasado a posiciones extremistas. No comprenden victorias electorales como las de Donald Trump en Estados Unidos y piensan que son debidas a los bulos, el fango y la desinformación. Es uno de los graves problemas del mundo de hoy: la distancia existente entre quienes gobiernan y los gobernados. Un analista lo explicaba muy bien: “muchos partidos políticos se preocupan por los últimos (inmigrantes o desempleados de larga duración) y olvidan a los penúltimos (personas con salarios bajos que además perciben cómo su situación no tiene visos de mejorar)”.

Es un debate muy pertinente: ¿cómo mejorar nuestro sistema democrático?

Economía de la Conducta. UNED de Tudela