Uno se pregunta en qué mundo vivimos, cómo podemos dormir, comer, salir, vivir tranquilos viendo cómo asesinan a niños, ancianas, médicos, profesoras, sociedad civil… cómo los matan de hambre mientras vemos pasar sus cuerpos inertes, sin vida, desde un televisor.
Muchos ya ni los ven. Hace daño a los ojos, nos duele el corazón, queremos evitar sufrir mientras otros sufren y seguimos impasibles nuestras vidas. Es mejor decir que otros no hacen nada mientras nosotros tampoco hacemos nada; es mejor criticar que implicarse.
Estamos instalados en la época del individualismo, del “si yo estoy bien, ¿para qué me voy a implicar o complicar la vida con cosas que no puedo resolver?”.
Nadie dice nada, nadie hace nada. Pasa el tiempo, las bombas siguen cayendo, los alimentos siguen sin llegar, los muertos se van acumulando, el genocidio se va consumando.
La comunidad internacional, regada con dinero judío, manifiesta malestar para curar su alma, pero calla contundentemente ante el exterminio.
¿Qué le pasa a un pueblo que sufrió un holocausto, un exterminio, para producir otro, para no sentir compasión, para perder la memoria, para matar a sangre fría sin oposición real?
¿Y qué le pasa al mundo desarrollado, democrático, avanzado, que un día luchó contra la imposición, contra el genocidio, contra las injusticias y que hoy no se pone de acuerdo para pararlas en pleno siglo XXI?
¿Qué hace falta, qué más hace falta, maldita sea, para que esto pare, para que el futuro no me sea indiferente, para que el dinero del poderoso no calle el llanto de un niño, el sonido de una bomba, el rugido de un tanque?
¿Cómo es posible que hoy haya partidos que titubeen para condenar, que saquen excusas para no decir alto y claro que esto es, a ojos del mundo, un genocidio y un exterminio?
¿Hasta dónde puede llegar la miseria humana, la miseria cristiana de quien dice amar al prójimo de boquilla y lo ejecuta con sus manos?
¿A qué dios defienden, qué dios permite esto, qué dios mira para otro lado, qué dios ha ordenado esto? Yo os lo digo: ningún dios. Sólo unos lunáticos sin corazón que engañan a las personas con falsos demonios para poder exterminar a un pueblo completo.
Hoy recuerdo aquellos años en los que el líder palestino Yasser Arafat y el líder judío Shimon Peres recibían el Nobel de la Paz, cuando la palabra se imponía a las bombas, cuando la razón se imponía a la sinrazón, cuando el futuro se miraba en convivencia para avanzar conjuntamente, con respeto, con entendimiento, con humanidad.
Allí quedó la paz. Hoy tenemos la masacre, impune, de un Estado genocida al que le juzgará la historia y la Corte Penal Internacional más pronto que tarde.
El autor es vicesecretario general del PSN-PSOE y portavoz en el Parlamento de Navarra