Hoy, a un mes de tu partida, me encuentro en casa, decidido a alimentar mi alma con la música que tanto amábamos. Es un pequeño paso hacia la sanación, recordando los innumerables momentos que compartimos y la huella imborrable que dejaste en mi vida y en la de tantos otros.

José Ignacio Labiano Ilundain, nacido el 18 de diciembre de 1959 y fallecido el 12 de junio de 2025, fue un ser excepcional. Todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerte no pueden evitar que se les dibuje una sonrisa al recordarte. No buscabas destacar, pero lo hacías naturalmente en todos los ámbitos: ya sea por tu rostro, el color de tus ojos, tu físico, tu capacidad de trabajo, tu liderazgo, tu ingenio, tu escucha, tu visión, tu generosidad, tu capacidad de acompañar, de hacer reír, de hacer gozar, y mucho más. Los elogios te hacían sufrir porque los considerabas desmerecidos, pues no te requerían esfuerzo, y temías no estar a la altura.

Tu mera presencia llenaba cualquier espacio de todo lo bueno que este mundo pudo ofrecer. Sabías hacer que las conversaciones, las reuniones, las cenas, las conferencias, y hasta los plenos del Ayuntamiento tocaran la perfección. Tu generosidad no tenía límites, al igual que tu tenacidad, tu amor, tus recursos y tu lealtad, única entre los mortales.

Tu relación con Dios y Cristo era muy especial. Nuestro Padre del cielo te concedía todo lo que pedías, pero tú no querías más de Dios ni de nadie. A pesar de sentirte afortunado por gozar de la gracia de Dios, nunca comprendiste por qué te arrebató a tu padre tan joven y después a tu madre. Ahora, te imagino en animada conversación con Dios y con tu madre en el Monasterio de Leyre, donde encontrabas paz.

Siempre quisiste lo mejor para todos los que te rodeaban: primero para tu madre, tu hermana, tus hermanos, tus primos, tus vecinos, y luego para ti mismo. Sabías que el bien llegaría para todos o tú te asegurarías de que así fuera. Fuiste un incansable luchador por el bien común, por tu amada Navarra natal, sus tradiciones, sus valores: trabajo, generosidad y orden, la lingua navarrorum, la formación, y más. Sabías que eso pasaba por emprender, liderar y entregar tu tiempo y saber hacer a la sociedad que te vio nacer, aunque eso supusiera salir para aprender y traer a casa aquello que merecía la pena: higienizar el centro y monumentalizar la periferia para Pamplona. Tu lema “Beti elkarrekin, beti Nafarroaren alde (Siempre juntos, siempre por Navarra)” encapsula tu dedicación incansable a nuestra tierra y a su gente. Como concejal de Urbanismo en Pamplona de 1999 a 2002, trabajaste en proyectos significativos como la peatonalización de Carlos III el Noble, sus aledaños, la plaza del Castillo y el paseo de Sarasate, la estación de autobuses, la planificación, dotaciones y el desarrollo de Lezkairu, y la aprobación del Plan General de Urbanismo con el voto a favor de todos los concejales aún en vigor, siempre con el objetivo de mejorar la ciudad para sus habitantes.

Además, eras un ferviente defensor de la justicia. Luchaste incansablemente contra las inequidades que observabas, expresando a menudo tu incomprensión ante la falta de justicia en la sociedad actual. Esta perplejidad no te desanimaba; al contrario, fortalecía tu determinación para marcar la diferencia, trabajando por un mundo más equitativo.

Para mí, Gotzon, tú lo fuiste todo. Me diste lo que nadie más ha sabido dar: mucho amor, protección, cuidados, momentos inolvidables. Alimentaste mi alma con la música, me ayudaste a hacer realidad todos mis sueños en la vida, mi fe, la felicidad, la familia, la empresa y la realidad. Fuiste mi norte; tú apuntabas y yo movía montañas y mares sin esfuerzo para alcanzarlo. Me considero extremadamente afortunado de que me eligieras compañero de camino en la mejor etapa de mi vida. Contigo, toqué las estrellas, pero cuando uno experimenta la perfección con un ser tan bondadoso, hermoso y grande como tú, y luego se esfuma, decide que poco a poco tiene que ir ordenando y desplegando velas para volver a estar a tu lado en la siguiente etapa.

Espérame, nere maitxia, laster susendukot gausak eta surekin berrira egongo naiz. La vida es muy hermosa; me llena el corazón de alegría ver a los niños reírse, a los adultos amándose y cuidando de los peques, y a los abuelos malcriando sanamente a sus nietos. Pero, José Ignacio, la vida sin ti no tiene sentido. Todo está casi hecho.