El Gobierno francés va a recetar una medicina muy amarga ante el riesgo real de acabar como Grecia hace unos años, en virtual bancarrota y forzada a una cura draconiana para salvarse. El primer ministro, François Bayrou, ha anunciado unos recortes de envergadura para alejar el peligro de un Estado insolvente, una situación de consecuencias catastróficas en Europa dado el tamaño de la economía francesa y el inevitable efecto dominó. Bayrou ha anunciado unos recortes de 44.000 millones de euros para los próximos presupuestos que se presentarán en octubre. Entre las medidas que deben figurar en el próximo presupuesto están la congelación de las pensiones en el 2026 y de otras prestaciones sociales, así como de los salarios de los funcionarios, la instauración de un nuevo impuesto de solidaridad para los ciudadanos más ricos, la eliminación de dos días festivos y una larga lista de propuestas.
Consciente de que se juega el puesto, Bayrou no ahorró dramatismo antes de comenzar a detallar su plan. Hace 50 años que nuestros gobiernos no diseñan un presupuesto equilibrado, nos hemos acostumbrado al déficit, y eso es pura y simplemente deuda, afirmó. La deuda de Francia supera los 3,3 billones de euros. El recorte de gasto público propuesto por Bayrou es equivalente a cerca de 1,3 puntos del producto interior francés. Para hacernos una idea de la magnitud de estas cifras, Mariano Rajoy aprobó un plan de ajuste de 16.000 millones de euros nada más llegar a la Moncloa en 2012, en plena crisis financiera, en uno de los momentos más dramáticos de la historia reciente de España. Los recortes serán muy dolorosos, especialmente para el funcionamiento del Estado. En un país acostumbrado a la lucha social, los anuncios tendrán un eco inevitable en la calle. El primer ministro aseguró que en 2026 se van a suprimir 3.000 puestos de trabajo públicos y a partir de 2027, uno de cada tres funcionarios no será sustituido en caso de jubilación. Las pensiones se van a congelar y en Sanidad habrá recortes de 5.000 millones de euros (la cantidad que deben pagar de su bolsillo los pacientes al comprar sus medicamentos pasará de 50 a 100 euros por año y por asegurado). “No gastaremos más que el año pasado, excepto en Defensa”, apuntando al incremento en gasto militar.
Hace falta trabajar más –recalcó el premier–. Hace falta que toda la nación trabaje más”. Pero la idea de eliminar dos días festivos ha caído muy mal, según las encuestas, y ha puesto en pie de guerra a los sindicatos. La portavoz del Ejecutivo se ha mostrado favorable a eliminar la semana de 35 horas, una de las conquistas históricas de la izquierda francesa. Incluso se está barajando que pueda trabajarse –con remuneración extra–, de manera voluntaria, la quinta semana legal de vacaciones. ¿Cómo ha llegado Francia hasta aquí? La pandemia de covid agravó las cosas porque se adoptó la política del “cueste lo que cueste” para ayudar a los sectores afectados. La idea tan francesa del Estado salvador se llevó hasta las últimas consecuencias.
Para 2029, “si no cambiamos nada”, la parte del gasto público dedicada al servicio de intereses de la deuda pública ascendería a 100.000 millones de euros, convirtiéndose en la partida más grande del presupuesto estatal. “Este es el último paso antes del abismo”, puesto que un volumen aplastante de deuda representa un peligro mortal para cualquier país. Durante mucho tiempo no hemos visto el riesgo y un día nos vemos atrapados y ya no podemos pagar lo que debemos. Tu país está acorralado, acosado, y ya no puedes escapar de la trampa. Un país que no llega a fin de mes”, ha relatado. En su intervención, Bayrou ha explicado que su compromiso con el pueblo francés es bastante simple: detener el aumento de la deuda en cuatro años. El plan de Bayrou entraña un riesgo político considerable para el Gobierno, que podría ser censurado en otoño si la izquierda y la extrema derecha unen sus fuerzas en la Asamblea Nacional, como ocurrió el año pasado cuando fue tumbado el breve gabinete de Michel Barnier.
Sin duda se avecinan meses muy agitados en Francia. El otoño será extremadamente caliente y habrá que ver si los socialistas se desgajan de la extrema izquierda y negocian con el Gobierno –que no tiene mayoría absoluta–, y en qué queda finalmente este proyecto presupuestario. Si las cosas van mal, habrá que ver también la suerte que correrá el propio Bayrou. Pero son los riesgos que el liderazgo político tiene que asumir cuando la situación lo exige: se trata de decir a la gente lo que el líder responsable cree que es necesario, no lo que la gente quiere oír.
Llama poderosamente la atención que Francia, una de las mayores potencias económicas del mundo, esté pasando apuros y tenga que apretarse el cinturón, mientras otras economías, como la española, vivan con alegría y sin restricciones. El país de los bares y los chiringuitos está superando a las economías tecnificadas. Eso, que podría parecer una fantasía, es una auténtica realidad si se atende a los datos del PIB per cápita que publica el FMI en cada revisión de sus previsiones, y en el que se constata que España ya ha superado a Japón, lo cual revela un cambio mucho más grande en la economía a nivel global. La creciente preferencia de los consumidores en buena parte del mundo por los servicios está generando este tipo de situaciones en las que las economías muy intensivas en capital, tecnología e inversión parecen languidecer frente a países donde los servicios representan una mayor parte del PIB. Las sociedades desarrolladas parecen mostrar una mayor preferencia por el consumo de experiencias o servicios que por los bienes: un británico o un estadounidense parece estar más dispuesto a pagar más por una puesta de sol que por una tablet o una videoconsola. Esta transformación de las preferencias de consumo parece haber beneficiado más a economías como la española frente a otras economías más especializadas.
El autor es economista