Frente a la aparente autonomía con la que cuenta la figura del sujeto, persona e individuo en la sociedad actual, Dufour trae a colación, como vimos anteriormente, una segunda acepción: la etimológica derivada de lo que se somete a un estado de dominación generalmente bajo una subordinación predicativa ante las grandes voces de ascendencia autoritaria. Este principio tradicionalmente se encontraba personalizado en fuerzas tanto de la visibilidad como de la invisibilidad. Pero para hacer efectiva su figura, pese a la importancia que damos a determinados personajes catalizadores simbólicos del movimiento generado por procesos que nos afectan de manera directa en la cotidianidad de nuestras existencias, tanto en el plano personal como social, debería considerarse el que la realidad aparente de su legitimidad requiere, siempre, de un consenso animado en buena medida por nuestras propias decisiones que influencian, sin duda, la determinación con que realizan sus acciones.

Por ello, tal vez, un pensador como Boris Groys advierte, reflexionando sobre la actual fluidez estética del arte, de la necesaria presencia de una premisa a tener en cuenta como es aquella de que: “Tradicionalmente, la ocupación principal de la cultura humana ha sido la búsqueda de la totalidad [puesto que] sabemos que lo particular siempre esta subsumido, sujetado a la totalidad.” Y en esto, no parece que destaquemos en su desapego ni evolutiva ni revolucionariamente.

Para alguien que aspiraba a iniciarse en estas cuestiones filosóficas, en época estudiantil, un Curso de iniciación filosófica como el editado por Antonio Aróstegui (1977) consideraba al sujeto dentro de la formalización lógica como una relación entre dos unidades del pensamiento, la del sujeto y el predicado, afirmando del primero ser “el concepto del cual se afirma o niega algo”, mientras el segundo habrá de tratar de “lo que se afirma o niega”. Grandes sujetos de la acción presente aparentan ser los políticos de relevancia mundial por todas aquellas tropelías que cometen; también los afectados por las mismas y los referentes de una autoridad moral que distan mostrar eficacia alguna tras su predicación. Todos ellos, prometen un “mundo-otro” de inmanente trascendencia por muy terrenal que sean los intereses de que tratan. Y debido a ello, viene a ser de importancia vital preguntarnos, antes que otra cosa, a qué pueden estar sujetos. A la geopolítica (el instrumento de análisis para el dominio del mundo por parte de todo imperio); a la vocación (el de la voluntad personal supeditada a finalidad determinada por el carácter de su aspiración que requiere de un buen margen de autonomización); también a la obediencia (cuya cara más amarga se ofrece en la alienante subordinación y en un gregarismo de acción militante y militar en todo tipo de organización demandada por la enorme pluralidad de la omni-sujeción de destinos con la que el poder juega), etcétera. Y no hay peor cosa, en este sentido, que ser un presunto díscolo obediente. Condición muy común entre el predicativo personal que comparte sustanciosas prebendas dentro del entorno institucional académico. Por poner un ejemplo, la que o bien cuestiona o bien elogia desde su interior la Inteligencia Artificial, siendo mi opinión la de que en un mundo dominado por la “física matemática” (en expresión de Robert Sokolovski), lo que realmente cuenta no es tanto el así denunciado, por el filósofo Innerarity, improbable sorpaso de esta artificialidad sobre aquella naturalidad, es decir, la amenaza sustitutiva del humano por la cosa, cuanto la emergencia de una nueva formulación del imperativo dominio de la misma sobre su propio mundo, el de los demás y lo demás.

Así pues, retomando el hilo argumental de este sustancioso pensamiento habré de recuperar la más fundamentada opinión de Sokolowski respecto de las consecuencias habidas al tratar de la hegemonía –cuestión ávida de poder– del monocultivo de una sola variedad del conocimiento:

“Si el análisis matemático del mundo es lo definitivamente verdadero, entonces la otra manera de describir las cosas se convierte en mera ordenación subjetiva de nuestras propias ideas. La predicación y el juicio pierden su primacía en la vida intelectual; de ellos se dice que simplemente reflejan el vocabulario que nuestra sociedad ha acuñado o el modo en que decidimos configurar nuestras propias imágenes y pensamientos. El mundo se “descuartiza” en función de nuestros intereses y costumbres, según el significado que proyectamos en las cosas y de acuerdo con el modo en que las cosas son. Este desplome en el relativismo sucede porque nuestra atención en torno al mundo de las figuras y al mundo de la geometría ha eliminado el puesto del juicio en la mente. Las figuras no son relativizadas, los juicios sí. La mente se torna matemática (primero geométrica, y en estadio posterior algebraica) pero no predicativa. La lógica clásica queda reemplazada por la lógica de Frege, y las “leyes de la naturaleza” sustituyen a las cosas y a sus esencias y propiedades”

Es decir, dicho previamente en otras palabras:

“Razonamos deductiva e inductivamente. Nuestra racionalidad se muestra en dicho cálculo e inferencia, pero estaría mal restringir el razonamiento a dichos ejercicios matemáticos y lógicos. Limitarlo de este modo nos haría pensar en nosotros mismos como animales que tienen máquinas calculadoras u ordenadores en sus cabezas. De hecho, la razón está distribuida más ampliamente en nuestro ser, y se manifiesta de otros muchos modos además del cálculo y la inferencia.”

Esta última afirmación denota, por tanto, una nueva modalidad de sujeción ante todo aquel distópico futurismo de la política-ficción. La dicotomía aparente, también, entre lo dado y lo porvenir, entre cómo es el mundo que queremos y aquél otro configurado a partir del absolutismo irrefutable de una ecuación. Un mundo que trabaja para la fantasía de la concretización predicativa en la que él y lo otro tiene un lugar; y otro de factible aplicación a partir de un lenguaje formulado desde la elaboración de un producto determinado en función de intereses elitistas y corporativos que manipulan mercantil y militarmente la orientación de dicha abstracción. Cuestión que facilita que algunos se pregunten por dónde habrá de quedar el mundo heredado desde la tradición frente a esta nueva revolución. Qué lugar habrá de ocupar en la mente y en la vida, el conocimiento de las cercanamente consideradas artes y humanidades. Respuesta a la que entiendo intenta contribuir el neurocientífico David Bueno, desde su ensayo El arte de ser humanos, partiendo de la premisa de que tanto arte como ciencia son productos de esa naturaleza singular que es la humana, proponiendo el que frente al Homo sapiens surja el revulsivo de un Homo artisticus.

*El autor es escritor