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Tribunas

La aconfesionalidad es para el verano

La aconfesionalidad es para el veranoJavier Arizaleta e Iban Aguinaga

En la afamada obra de teatro de Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano, ambientado su inicio en el verano madrileño de 1936, el deseo infantil del joven protagonista Luisito de recibir una bicicleta se pospone más de lo previsto con motivo del estallido de la Guerra Civil. En la actualidad, y ya desde hace demasiados años, cada verano otros objetivos son pospuestos de manera aparentemente indefinida.

En lo que llevamos ya transitado de este verano del año 2025, las principales autoridades políticas de nuestra comunidad han vuelto a olvidar por completo el mandato aconfesional emanado del apartado 3 del artículo 16 de la Constitución Española; ninguna confesión tendrá carácter estatal. Un verano más, alcaldes y alcaldesas, concejales y concejalas, consejeros y consejeras, parlamentarios y parlamentarias, y representantes forales en las Cortes Generales, están participando de manera efusiva y con carácter oficial en diversos actos religiosos a lo largo y ancho de toda la comunidad.

A la hora de rendir pleitesía institucional a la Iglesia Católica con pompa y boato, constitucionalistas y no constitucionalistas, nacionalistas y no nacionalistas, progresistas y conservadores, dejan sus diferencias político-ideológicas a un lado, y de manera grotesca se enfundan por igual los fracs y las chisteras, los trajes de roncalesa, o la vestimenta de etiqueta, para procesionar oficialmente junto al santo o a la virgen de turno. Quizá el culmen de este esperpento veraniego, este 2025 haya sido la pataleta confesional en una red social de un senador navarro por no haber sido invitado oficialmente a la tudelana procesión de Santa Ana.

Por mucho que aún cueste digerirlo a una buena parte de la sociedad, la participación oficial de las instituciones públicas en actos religiosos en Cuerpo de Ciudad o en Cuerpo de Comunidad, supone una anomalía democrática más propia de tiempos anacrónicos. La sociedad navarra, y el vecindario de cualquier pueblo o ciudad de Navarra, es hoy multicultural, y coexistimos fraternalmente navarros y navarras que profesan muy distintas religiones, o que simplemente no profesamos ninguna de ellas. De manera consiguiente, las tradiciones y los rituales protocolarios deben ir evolucionando y adaptándose a los devenires de las sociedades.

Durante la legislatura 2015-2019, la coalición Izquierda-Ezkerra propuso en el Ayuntamiento de Pamplona una innovadora reformulación del ritual protocolario de la festividad de San Fermín (perfectamente extrapolable a cualquier otra festividad patronal de cualquier localidad de Navarra), para de manera escrupulosa y respetuosa compatibilizar durante el 7 de julio la celebración de la procesión de San Fermín con el debido proceder aconfesional de una institución pública. Aquella propuesta, totalmente respetuosa con un acto tan arraigado en el acervo cultural pamplonés como la procesión de San Fermín, fue mandada al traste porque la gran mayoría de los grupos municipales ni tan siquiera contemplaron la posibilidad de analizar la organización de un acto religioso como este sin la participación institucional del Ayuntamiento de Pamplona dentro del desfile del Cuerpo de Ciudad. A aquel primer Gobierno municipal del cambio la cuestión de la aconfesionalidad es evidente que le vino demasiado grande.

En nuestro país, durante el periodo de la II República se experimentó una institucionalización constitucional del laicismo, modernizadora, que despertó la radical y virulenta oposición de las derechas monárquicas y conservadoras, que no toleraron el fin de los cuantiosos privilegios legales de los que hasta entonces gozaba la todo poderosa Iglesia Católica. Tras el golpe de estado franquista de 1936, más de tres décadas de dictadura nacionalcatólica reconfiguraron de manera arcaica y confesional las relaciones entre el estado y la Iglesia Católica. Y en nuestros días, décadas después de la muerte del dictador, y a pesar de contar con una Constitución formalmente aconfesional, aún convivimos con reminiscencias institucionales de aquel pasado nacionalcatólico.

Quienes defendemos el laicismo lo hacemos no con la intención de prohibir o perseguir actos religiosos de ninguna confesión, total respeto a las creencias y a las actuaciones individuales o colectivas de cualquier ciudadano o ciudadana, faltaría más. Lo hacemos desde la profunda convicción de que desde el profundo respeto a todas las creencias y confesiones religiosas (incluso a las de quienes no profesan ninguna), debemos diseñar un nuevo orden o modelo de relaciones entre estas instituciones religiosas y las instituciones públicas que de manera fehaciente deben representar a todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas de la sociedad. Y en nuestras festividades locales, este nuevo orden o modelo de relaciones entre los representantes de nuestras instituciones públicas y la Iglesia Católica debe ir configurándose de manera oficial, paulatina, natural y no traumática. Sabemos que los odiadores extremistas se opondrán con la mayor de las virulencias a cualquier avance aconfesional o laicista por menor que pueda ser, pero debe ser un deber político para quienes creemos en la justicia social transitar honestamente hacia ese objetivo.

En la escena final de Las bicicletas son para el verano, con varios años de retraso y con una motivación distinta, Luisito ve acercarse la materialización de su antiguo sueño veraniego durante un triste paseo por una ciudad sumida en la ruina posbélica. En esta Navarra del 2025 tendremos que seguir trabajando para que más pronto que tarde la aconfesionalidad de las instituciones públicas sea también respetada durante las festividades del verano.

El autor es coordinador general de Izquierda Unida de Navarra y portavoz parlamentario de Contigo Navarra - Zurekin Nafarroa