La prolongada ola de calor que sufrimos nos ha hecho sentir, un verano más, lo que la ciencia anunció hace tiempo y no quisimos creer. Muy probablemente, estos –junto a los vividos en la misma época del año durante prácticamente la última década– han sido los días más cálidos registrados en la Península desde hace milenios.

Ya sentimos el sol y el calor abrasador en nuestra piel, el malestar, el peligro de las personas que trabajan al aire libre, o aquéllas cuya salud es delicada, y el agotamiento general de no poder descansar por las noches.

Nuestra vista se llena de imágenes de incendios, sequías y eventos meteorológicos extremos. A nuestro oído llegan casos de daños personales y económicos cada vez más cerca. Nuestro olfato está cada vez más atento al rastro de un posible incendio. Son nuevos avisos de lo que sentiremos de manera más intensa y continuada si no cambiamos nuestra forma de consumir, utilizar la energía y comportarnos como especie en nuestro hermoso y cada día más frágil planeta. Como adelanto, ya hay millones de personas convertidas en refugiados climáticos y se estima que pueden ser hasta 1.000 millones hacia el año 2050. ¿Quién nos asegura que no estarán nuestras familias entre ellos?

Resumiendo mucho el problema, el cambio climático es el resultado de un sistema de consumo en el que participamos, en mayor o menor medida, las personas de lo que conocemos como mundo desarrollado.

Un sistema que consiste en producir esquilmando, desechar rápidamente lo producido y volver a por más. Vivimos en el espejismo de un planeta inagotable, como si no estuviéramos quemando combustibles fósiles almacenados en el subsuelo, cuyos gases calentarán la tierra hasta límites inhumanos, o envenenando el agua que bebemos con plásticos de miles de sustancias nocivas que alteran nuestro, también delicado, equilibrio bioquímico. Se ha convertido, la vida de la humanidad, en un círculo pernicioso que debemos romper y que hasta la fecha –por desinterés, incapacidad o egoísmo homicida– no hemos sabido afrontar de manera efectiva.

Desde Fundación Clima-Klima Fundazioa hacemos un nuevo llamamiento al sentido común, personal y colectivo, de todas y todos, para unir esfuerzos en esta tarea de vida o muerte. Reducir nuestro consumo es imprescindible: debemos poner en un lado de la balanza nuestros viajes de placer, la abundancia de objetos que adquirimos, nuestra codicia insaciable de novedades. En el otro plato, esperan, perplejos, una respuesta nuestras hijas, nuestros nietos, todo lo que amamos, el futuro común. Cómo juguemos esa balanza decidirá el largo plazo, digamos unas pocas décadas. En un plazo más corto (solemos decir “para ayer”), preparar nuestros municipios, puestos de trabajo y hogares para veranos tan o más cálidos que irán viniendo año tras año. Con un clima abrasador nos faltarán alimentos, agua, salud y estabilidad social, por

lo que nos va todo en el empeño. Olvidémonos de una vez del espejismo del reciclar, seamos realistas, y pensemos en reducir, reparar y reutilizar.

Pongamos a la ciencia como guía en la toma de decisiones políticas, económicas y ciudadanas para el cuidado del clima y, por tanto, de la salud de las personas y de la propia civilización humana. Ignoremos y hagamos el vacío a consumistas, negacionistas y aprovechados: nos hundirán con ellos. Si no apretamos desde abajo, no podemos esperar que los que toman las decisiones cambien el rumbo.

La buena noticia es que sabemos lo que hay que hacer y tenemos las herramientas para mitigar y adaptarnos.

En la tarea de mitigar el impacto de los gases de efecto invernadero: votar, en todos los niveles de la administración, a políticas que apuesten por reducir el consumo innecesario, potenciar el transporte público gratuito y gravar el privado. Políticas que faciliten una agricultura propia, ecológica y destinada a la alimentación, y que graven la explotación intensiva de nuestra tierra. No contribuyamos al despilfarro de alimentos: tratemos la comida como un bien esencial y común. Cambiemos nuestros hábitos hacia un mayor protagonismo de los vegetales en nuestra dieta. Apoyemos políticas contrarias a la especulación y la acumulación de capital. Analicemos qué servicios públicos deberían ser respaldados con más fuerza, y cuáles debieran adelgazar, en número y privilegios. Sólo una sociedad próspera en valores y humanidad podrá asumir la responsabilidad que enfrentamos.

En el reto de adaptarnos al cambio climático, es decir, el reto de sobrevivir mientras intentamos cambiar las raíces del problema: ganar terreno para las zonas verdes y el arbolado, cambiando zonas pavimentadas y dedicadas al uso exclusivo del coche por zonas más naturales y que sean capaces de infiltrar el agua de las lluvias torrenciales. Procurar superficies claras que reflejen la radiación solar y dotar a los edificios de la eficiencia y aislamiento necesarios para superar las olas de calor cada vez más frecuentes e intensas. Defender cada árbol como si fuera el último.

En definitiva, desde Fundación Clima-Klima Fundazioa hacemos un llamamiento a trabajar de forma urgente y coordinada, bajo parámetros científicos, para afrontar este lío en que nos hemos metido, probablemente el mayor problema de carácter planetario que afronta nuestra especie. Es imprescindible buscar otra forma de vivir en este planeta antes de que deje de ser un hogar habitable: Sintámoslo como un propósito ineludible de vida.

Para contactar, pueden dirigirse a info@climafundazioa.org.

Se adhieren al artículo en nombre de la Fundación Clima-Klima Fundazioa: Javier Armentia, Juanma Areta, Mikel Baztan, Adolfo Gallego, Peio Oria, Iñaki Ordoñez, Julen Rekondo y Antonio Villarejo