De carreteras cerradas y árboles talados: crónica de un absurdo
Hay alternativas al cierre de la carretera que atraviesa la Universidad de Navarra:
Durante el mandato de Yolanda Barcina se excavaron dos calles en Pamplona para que ese gran almacén con forma de rallador tuviera acceso a su garaje privado fuera del volumen del edificio. La entonces alcaldesa nos quiso vender la obra como un proyecto de peatonalización maravilloso para la ciudad cuando la maniobra era una privatización del espacio público pura y dura, a mayor gloria de intereses comerciales. La explicación no coló, claro, pero la obra se hizo y hoy tenemos dos hermosas rampas de garaje en medio de las calles Tudela y García Ximénez por los siglos de los siglos.
Ahora, con un gobierno municipal de signo contrario, resulta que se quiere cortar la carretera que transcurre por la universidad privada. La decisión, que se iba a ejecutar este martes, se ha pospuesto para realizar evaluaciones técnicas complementarias, pero está por ver si se revocará o se acabará ejecutando. Lo que ha sido una comunicación secular entre la carretera de Zaragoza y la de Estella, ahora es estrecha (siempre lo ha sido) y peligrosa (según la velocidad y el “talante” de los que la atraviesan), y es mejor cerrarla e impedir el paso por delante del campus. Y naturalmente esos argumentos de peso omiten otro… que al final es el de siempre: cuando a un ente privado con poderío no le gusta o le molesta algo, se opone y, si puede, maniobra. A la universidad que quiso –sin conseguirlo– poner una valla en torno a sus terrenos (que son de uso público), tampoco le debe entusiasmar que gente normalica, como usted y yo, cruce sus dominios y contamine su predio.
Lo curioso es que una administración “progresista” entre al trapo y compre el argumentario. Un argumentario que es, como mínimo, discutible. ¿La carretera es estrecha? Pues teniendo en cuenta el terrenazo que la circunda, se podría hacer otro carril dejando en medio la fila de árboles existentes, con lo que estaría garantizada la seguridad de la vía. También se podría regular el paso alternativo mediante semáforos, o si se quiere, se limita la velocidad al mínimo por pasar delante de un centro docente y así no se convierte en “la variante de la variante”.
Lo peor de todo es que el pastel ha quedado al descubierto. Resulta que tras la noticia publicada por este periódico nos hemos enterado de que ya se había comenzado a “apear”, curioso eufemismo arboricida que significa talar para el común de los mortales, un total de 174 árboles en la zona. Y, fíjate por dónde, precisamente les ha tocado entre otros a los que están situados en la parte más próxima al río Sadar. Para colmo, muchos de estos árboles han sido derribados sin que conste por el momento ninguna patología que lo hiciera necesario, o sea en plan “hechos consumados”, y según parece sin haber obtenido licencia para ello, que a los demás mortales se nos exige hasta para tirar un ladrillo.
Estaremos atentos a los próximos pasos del consistorio. No nos podemos permitir que la razón esgrimida (la estrechez y peligrosidad de la carretera), nos prive de su circulación, ni tampoco de los árboles que la flanquean.