Estas semanas Pamplona se nos llena de universitarios: más juventud, más idiomas, más culturas, más alegría... En este contexto de llegadas nacionales e internacionales, creo que es buena una reflexión sobre la importancia de la presencialidad en este ámbito educativo.
En más de una década, la universidad (y no sólo ella) ha cambiado más que en los cien años anteriores. La tecnología ha transformado profundamente nuestra manera de enseñar. También la de aprender, investigar y hasta la de relacionarnos. La Covid19 aceleró un proceso que ya venía gestándose. La formación online se convirtió, en muchos casos, en un modelo muy relevante (y, a veces, durante el confinamiento, imprescindible).
Ante ese nuevo escenario, que llegó para quedarse, conviene reivindicar el papel fundamental que sigue teniendo la universidad presencial. Una universidad como la que disfrutamos en nuestra Comunidad foral.
No pretendo oponer lo digital a lo presencial. La educación online ha demostrado ser una herramienta poderosa para democratizar el acceso al conocimiento. Gracias a ella, miles de estudiantes que antes podían quedar fuera del sistema por motivos geográficos, o de conciliación, hoy pueden formarse con calidad. Es, además, una vía útil para la formación continua de profesionales, para el aprendizaje flexible y para la innovación metodológica. Es, en suma, una conquista educativa que debemos proteger y seguir desarrollando.
Pero al mismo tiempo, conviene recordar que no todo puede aprenderse (ni aprehenderse) a distancia. La experiencia universitaria no se reduce a cursar asignaturas, aprobar exámenes o acumular créditos. Quienes han estudiado fuera de su ciudad, o de su país, saben bien que la universidad es toda una experiencia vital. Un espacio donde aprendemos a convivir, a compartir, a conocer otras culturas; a pensar en comunidad, a escuchar otras opiniones, a construir un criterio propio. Esa dimensión humana, emocional, social de la formación, difícilmente puede reproducirse plenamente en un entorno pura y exclusivamente digital.
Lo presencial nos enriquece. Nos aporta algo que la pantalla no puede ofrecer: el contacto humano, el aprendizaje por imitación, la fuerza del ejemplo, la conversación espontánea antes o después de clase, la mirada cómplice de un profesor que detecta una duda sin necesidad de palabras. También la creación de comunidades y de contactos reales; el trabajo en equipo con roce y desacuerdo, el sentido de pertenencia a una comunidad que interactúa física y presencialmente. Todo eso moldea no sólo el conocimiento, sino el carácter.
Algunas universidades lo han entendido bien, sin dejar de emplear todo lo bueno que tienen las tecnologías. Por ello, lejos de relegar lo presencial, están apostando por enriquecer el campus como lugar de encuentro interdisciplinar, de mentorías personalizadas; de cuidado del bienestar, de cultura compartida. La Universidad de Navarra y la UPNA, por ejemplo, han convertido sus campus en un ecosistema de aprendizaje y acogida integral, donde cuidar tanto la excelencia académica como el crecimiento humano y social de cada estudiante. Otras muchas, en el resto de España y del mundo, están redoblando su apuesta por una presencialidad bien entendida: como oportunidad de convivencia y crecimiento personal.
Porque la universidad es un lugar donde se forman personas, no sólo profesionales. Un lugar donde se aprende a pensar (¡y no necesariamente como el profe!), pero también a convivir, a discrepar con respeto, a construir un futuro desde la experiencia común. La tecnología puede facilitar el acceso, reforzar metodologías, ampliar horizontes. Pero no debe reemplazar –salvo que sea necesario– aquello que hace única a la educación superior: la vivencia compartida del saber, desde el acompañamiento y la presencia.
Concluyo: No es cuestión de elegir entre una modalidad u otra, ni de plantearlo de modo maniqueo. Pero sí estamos en un buen momento para preguntarnos qué universidad queremos legar a las próximas generaciones. La respuesta –seguro– no está solo en la nube, sino también –y sobre todo– en el aula, en el campus, en ese lugar, en nuestro caso navarro, donde seguimos aprendiendo a vivir mientras aprendemos a aprender.
El autor es director de Relaciones Institucionales de CampusHome y exconsejero de Educación