Se está trabajando ya a nivel profesional y social sobre el suicidio y su prevención. Nos sangra si es en la adolescencia: una vida entera ¡que renuncia a ser andada! A nivel macro se están haciendo cosas, nunca suficientes. ¿Qué puedo aportar yo a nivel micro? Estaba madurando la idea lo que tú, que me lees, pudieras aportar, cuando me sacudió una experiencia de trabajo. A la salida de una sesión de terapia de grupo, un participante, que había permanecido bastante silencioso, me pidió una sesión individual urgente. En ella, Carla me cuenta que tiene ideas de suicidio, algo que ya vivía en su adolescencia. Le invito a retroceder a esos momentos y buscar una escena. Nos vamos a sus 17 años. En ella, vuelve del cole a casa desanimada, se ha sentido sola, muy sola, no tiene amigas ni ganas de tenerlas, tiene ideas de sinsentido de la vida y de suicidio. Se sienta con su madre en la cocina y trata de contarle. Ella no le mira: “mi madre tiene mal día, no escucha nada”, me dice. Carla se siente muy abatida en la escena a la cual nos hemos ido. Hay un punto de rabia que quiere aparecer y apenas se la deja sentir. Yo siento mucha acompañamiento, como ayudante, en su representación. Terminamos la escena y compartimos sentimientos. La rabia que no puede salir hacia fuera para hacer despertar a su madre, atrapada en su propios problemas, la dirige contra sí misma en forma de autoagresión suicida. Ya tenemos un camino: poder experimentar el enfado de no ser visto en su adolescencia. Algo muy difícil de vivir cuando a la vez se ama y se necesita a la misma persona.
Pertenezco a una generación cuyos padres no tenían las palabras para hablar de emociones y sufrimiento emocional. Pertenezco a una generación que nos hemos tenido que batir el cuero para compartir, ya de mayores, cómo nos sentimos y qué nos pasa por dentro. Pertenezco a una generación que debe, debemos, preguntarnos cuán atentos estuvimos a los adolescentes que crecían a nuestro alrededor. No aprendimos de nuestros padres esa escucha de nuestras derrotas en la autoestima ante acosadores y matones de aula, populares que nos rechazaban en su club de divinas. Creímos durante esos años que solo nos pasaba a nosotros.
Si tienes adolescentes a tu alrededor mírales a los ojos, intuye lo que está pasando, soporta la angustia de que no fue invitado a un cumple, sufre con él y no des la respuesta descalificadora de que “no tienes que sentir eso”, “es una tontería”. Busca su equivalente en tu vida y empatia aunque no se lo cuentes. La comunicación más importante se suele dar en silencio. Por eso, cuando el adolescente se cierre en banda y no te cuente y quite la mirada, no te sientas derrotada, derrotado. No te justifiques con la coartada de que “él no quiere comunicarse”. Ya sabe que le estás mirando; has cumplido con tu tarea, has llegado hasta su frontera y has saludado desde allí. Mi papá me soltaba un “¿qué tal estás?” que nunca contesté pero me guardé para cuando pude entender.
Carla tenía que haber ido a terapia a sus 17, particularmente a terapia de grupo, pues a esa edad el grupo, la cuadrilla, es fundamental.
Haces prevención cuando miras a los ojos a los que tienes a tu alrededor, cuando les tienes en tu mente cotidianamente, cuando te preguntas por el desafío que estarán abordando en ese campamento, en esa salida.
El autor es psiquiatra