Tengo buenos amigos. Pocos. Todo lo que me dicen esos amigos, se refiera a lo que se refiera, es verdad. Y lo es porque provienen de personas dignas de crédito. Algunos llaman a esto fe. Puede ser. Yo lo llamo verdad en su acepción más genuina y libre. Una verdad inserta en un grado de consciencia rocoso que la hace incontestable.
Tomo café en una pequeña cafetería escorada discretamente en una esquina que a su vez es un mirador. Desde ella se ve el fluir de la carretera y de las gentes en sus tribulaciones, en sus asuntos, de la vida fluyente y dinámica. Yo me siento siempre en una mesa sita en el borde mismo del borde, en la misma ventana transparente. Esto se debe a una malsana tendencia a la desaparición. Qué le vamos a hacer.
Uno de estos amigos, que se sienta a la mesa contigua, me contaba que, al regreso de un viaje de vacaciones por el Asia insospechada, aterrizó en Barajas después de un vuelo cansado y tórrido. En el aeropuerto –lugar apátrida donde los haya– del país en cuestión, le habían destripado literalmente la maleta. Aquí en Barajas, algo desorientado por lo plúmbeo del vuelo, se dirigió a una de esas rondas mecánicas donde llegan las maletas de los vuelos. Sí, al recogerla notó algo raro: también aquí habían destripado su maleta.
Se sentó en un banco de la terminal y pensó en la decadencia. Una decadencia violenta que corroe las entrañas del mundo. Mi amigo decía verdad y sentía verdad.
Yo por mi parte diré que, si uno tiene la trasnochada ocurrencia de salir de su casa para ir al supermercado, o a pasear por sus lugares de asueto simplemente, debe saber que es filmado en todo momento por múltiples cámaras que recogen todos sus movimientos y que pronto veremos cómo recogen, también, sus pensamientos. Total indefensión del individuo frente a qué. Este qué acentuado es la madre de todos los progresos regresivos y de la manipulación como institución de poder a todos los niveles. Uno es destripado desde que tiene esa cándida ocurrencia de salir de su casa. Estoy hablando de cámaras, ese artefacto que, más allá de la fotografía es de sí, inmortal. Ocurre que uno puede hablar de drones que surcan el cielo a la rebusca de quién sabe qué objetivos que pretenden dejar sin aire al propio aire. Resignada indefensión. Las personas que solo somos personas aceptamos este estado de cosas como aceptamos que no se pueda alquilar una vivienda, que sea un ideal quasionírico comprar un techo para vivir, como aceptamos que se asesine a toda la población de Palestina sin apenas pestañear, que el opcional de comprar haya dejado de ser opcional. Hay que comprar en todo momento lo que sea. Tanto lo facilitan que se puede hacer en un solo clic que activa el farragoso engranaje de una transacción hasta convertirlo en un juego de niños. Si el clic se convierte en múltiples clics, mejor que mejor. Quedan registrados además esos clics en enormes ordenadores donde saben más de ti que tu propia madre, que nunca imaginó semejante mercadería carcelaria, como tampoco tú lo imaginaste.
Mi amigo de la cafetería sabía muy bien lo que decía. Digno de todo crédito. Mi amigo.
Si vas en coche en cualquier parte, cualquier agente uniformado, o no, puede pararte el tiempo que quiera y destripar tu coche de la manera que quiera sin más fuerza que la fuerza misma. Cualquiera te puede parar por la calle y decirte que no eres quien eres. Que vives en el error.
Ciertamente. Vivimos en el error.