Cuando hablamos de Israel, con frecuencia nos surgen varias preguntas que difícilmente las expresamos en voz alta y ocasionalmente las compartimos con nuestros amigos. Nos las reservamos y buscamos información en redes, buscando aquellas respuestas que nos permitan mitigar las reacciones embrutecedoras. Intentamos racionalizar los hechos, alejar los sentimientos, sin darnos cuenta que ello conlleva alejar aquello que traspasa la frontera animal y nos convierte en humanos. Y es esto, independientemente de los aspectos culturales de cada pueblo, lo que hace resurgir aspectos como solidaridad y compañerismo. Cuanto más se desarrollen estos conceptos, más amigable es la comunidad, más viva es la relación y más alejados estaremos de la psicopatología social con su expresión más frustrante como es la envidia y su reflejo sintomático en el odio, matriz y sustrato de las reacciones violentas, personalizadas en la ley del más fuerte. Si alguien tiene la habilidad perversa de aunar estas voluntades urticariformes, la comunidad se convierte en un grupo de gente que discute a gritos, que representa el retroceso a la caverna en la evolución humana.

Y buscando respuestas, nos preguntamos cómo es posible que un país de 9 millones de habitantes sea capaz de poner en jaque las relaciones internacionales y el derecho internacional con grave riesgo, incluso, de desencadenar una guerra mundial, dada la praxis militarista que ha demostrado en los últimos años. La sociedad civil en los países europeos (y otros) sitúa a Israel entre los países más peligrosos para la paz mundial en el mismo nivel que Rusia/Afganistán/Corea del Norte (The Economist-Global Peace Index).

La democracia es algo más que el desarrollo de elecciones legislativas. Argumentar que Israel es el único país democrático de Oriente Medio es desprestigiar el objetivo de la democracia y sobrevalorar la metodología. Un país es o no democrático en la medida que respeta los derechos humanos y cumple la legislación nacional e internacional, tanto en tiempos de paz como en momentos de guerra. Con esta perspectiva, asumir que Israel es una democracia es puro fariseísmo hipócrita.

El Gobierno de Israel, aupado (conviene recordar) por su sociedad civil, no tiene límites en el uso de la ley del más fuerte. La ley del Talión multiplicativa es su modus operandi, actual y en el pasado. Nada les frena, ni las decenas de miles de muertos en Palestina, ni las decenas de miles de desaparecidos, ni ser responsables del país con mayor número de amputaciones en niños, de utilizar la hambruna como arma de guerra (Relatora Especial de la UNRWA), de destruir la sociedad civil palestina. Y también Israel es responsable de menoscabar, incluso destruir el derecho internacional; tanques, aviones y francotiradores. La manera que el ejército responde acatando las órdenes es bajo la premisa escalofriante de deshumanización de los palestinos: bestias inmundas con forma humana, les apodan. No obstante, miles de soldados han desarrollado problemas serios de salud mental (Agencia Judía de Noticias), y quién sabe cuántos soldados se han suicidado. Los dioses, los verdaderos y los falsos, también sobre esto deben reclamar justicia divina, tanto por su origen mesiánico como porque la justicia humana está en pañales.

El presidente Netanyahu y algunos de sus ministros supremacistas, perseguidos por la justicia de Israel (corrupción) y por la justicia internacional (crímenes de guerra y genocidio) son reincidentes en falsedades, las mismas que le justificaron la masacre/genocidio de palestinos, prometiendo liberar a los rehenes con esa bocaza tuneladora cuando los hechos han demostrado su incapacidad y, todavía peor, falta de interés. Con el uso de la fuerza asesina, el ejército ha liberado a 8 rehenes secuestrados, frente a 147 israelíes liberados en acuerdos diplomáticos. Pero ello no es relevante; el plan está trazado y todo indica que la muerte de los rehenes está amortizada.

En la reciente Asamblea de la ONU y tras las declaraciones de líderes mundiales reconociendo, por fin, el Estado de Palestina, ha vociferado Netanyahu. Impertérrito, cuan robot humanoide, ha continuado haciendo declaraciones patologizadas en lo personal y de aislamiento internacional en lo social. La gran mayoría de líderes mundiales abandonan la Asamblea previo Netanyahu despotricara contra el mundo. No es suficiente, pero tampoco es poco.

Unos pocos países le ayudan en su frenesí supremacista con USA como su aliado más fiel. El presidente iletrado Trump, representante sucursalista de Netanyahu en USA, piensa y actúa, con su empaque habitual, como el CEO de su país confundiendo la presidencia con su empresa privada. Y eso le da derecho de pernada para eructar barbaridades sin escrúpulos, inepto e indigno, sufre desvaríos que le anulan la capacidad de contención verbal para atestiguar lo mismo (por la mañana) y lo contrario (por la tarde). Su objetivo misión en este mundo es besar donde pisa Netanyahu, escondido en su faceta de clown. Con esa imagen de arrogancia y actitud chulesca, el miedo a no pasar a la historia es el motor de sus declaraciones; esto y el miedo a ser llamado demócrata

La sociedad civil internacional intenta organizarse para responder a las matanzas genocidas de palestinos: concentraciones, marchas, Flotilla de la Libertad. Los países, en el plano político, realizan declaraciones que ponen la piel de gallina por su inocencia: rechazo en la participación de Eurovisión, transformando una crisis humanitaria a telebasura; es la pupa nene del adolescente, pura fachada y pura palabrería diplomática. El TIJ señala la obligación de los estados de prohibir el comercio con los asentamientos israelíes en Palestina, apoyado por ONG de carácter religioso, derechos humanos y ayuda al desarrollo.

El judaísmo, en sus aspectos éticos, dice buscar la justicia social en un mundo más justo y equitativo, señala que todo ser humano es creado a imagen de Dios y, por tanto, toda vida es sagrada, promueve la paz para toda la humanidad y transmite estos valores con el ejemplo; en una palabra, solidaridad con el débil, con quien sufre. Pero ello no se corresponde con la realidad, es la antítesis del gobierno (y sociedad civil) fetichista de Netanyahu y sus megalómanos secuaces. Hablar de miedo en la comunidad judía, de vergüenza en su comunidad por los actos del Estado sionista, provoca un silencio cómplice que, ojalá, despierte voluntades.

Han elaborado un plan de paz unilateral que, entre otras medidas, excluye a Hamas del Gobierno gazatí. Pero en Cisjordania, verdadero patrón-oro de la anexión, donde Hamas no existe, los colonos judíos tan supremacistas como sus gobernantes, con ayuda de ejército han asesinado a cientos y cientos de palestinos con total impunidad. Israel ha troceado la solidaridad inicial internacional tras el horror del 7 de octubre, reconvertido en un estado paria, apestosos. El tiempo dirá si, como en situaciones similares, la ostentosa satisfacción de la idea deja paso a la decepción de la catástrofe.