Mientras el Fondo Monetario Internacional aumentaba la proyección de crecimiento del PIB de España para este año en cuatro décimas, hasta el 2,9%, la realidad social de la economía española contradice el discurso oficialista con una prosperidad que se queda muy por debajo de la mayoría de sus socios comunitarios oprimida por el agotamiento del poder adquisitivo y las rentas de las familias. Nos encontramos ante una paradoja persistente: el PIB de España crece, pero la riqueza de cada ciudadano apenas lo hace. El PIB real (descontando la inflación) per cápita ha aumentado menos del 10% en los últimos 16 años. España figura en el puesto catorce del ranking europeo en ingresos por persona. La abundancia agregada no se reparte bien porque ese crecimiento de la economía española lo hace de forma extensiva, no intensiva. Esto significa que el PIB aumenta porque hay más gente trabajando, no porque cada trabajador produzca más. Hay más trabajadores, pero no más valor añadido, porque España apenas ha mejorado en su productividad, en su innovación y en su capacidad tecnológica. Hay más gente trabajando, sí, pero proporcionalmente producen menos. Un PIB per cápita bajo es sinónimo de baja productividad y eso es un claro síntoma de que en promedio cada persona produce menos. Normalmente, el salario refleja la productividad del trabajador. Nunca te pagarán por encima de lo que produces, porque la empresa estaría condenada a la quiebra, por ello, los salarios acaban reflejando la productividad.
La realidad es que España crece, pero solo porque ha crecido su población, porque los salarios reales han subido poco en las últimas décadas. No todos los países han corrido la misma suerte. Por ejemplo, Irlanda, que tenía unos sueldos parecidos a España en 1990, ha experimentado un intensísimo crecimiento de los salarios, debido al aumento de la productividad, lo cual ha generado una mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos. El crecimiento del PIB de España no se refleja en la renta de los españoles porque esta se ha estancado por culpa de la baja productividad. La implicación social es que cuando España ha crecido, la renta de sus hogares no lo ha hecho al mismo ritmo.
La economía española está inmersa en lo que los economistas definen como recesión silenciosa, con un crecimiento del PIB que está dopado por el excesivo gasto público y la llegada de los fondos europeos, además de camuflada por los ingresos derivados del aumento de la población generado por la inmigración, y no por una mejora de la productividad en el tejido empresarial. La última publicación del FMI prevé que España crezca en unas 500.000 personas al año, que el PIB siga expandiéndose más de un 2%, pero el PIB per cápita apenas aumentará. El PIB per cápita de España fue en 2024 de 32.630 euros, un 25% por debajo de los 43.310 euros de media de la eurozona. Más reveladores son las proyecciones sobre la evolución a corto de nuestro PIB per cápita que avanzan un 1,6% en 2025 y apenas un 0,8% en 2026, lo que nos sitúa en el furgón de cola de la UE en mejora de la prosperidad de sus habitantes. Esta es la realidad de la economía española que sigue liderando el desempleo de la UE, cuenta con casi 12,5 millones de personas al borde de la pobreza (un 25,8% de la población) y 4 millones en situación de pobreza severa.
No basta con subir el salario mínimo interprofesional para incrementar los salarios. En España para 2025 se fijó el SMI en 1.184 euros mensuales. Con la última subida del SMI, este se incrementa en un 61% desde 2018. Sirvan de ejemplos otros países europeos: Luxemburgo es el país de la UE que tiene el SMI más alto, 2.638 euros, pero un PIB per cápita de 127.000 euros). Irlanda (SMI de 2.282 euros y un PIB per cápita de 104.000 euros). Francia (SMI de 1.802 euros y un PIB per cápita de 42.630 euros).
Francia es un país más rico que España, aunque su economía está dañada: el conjunto del sector privado francés acumula una deuda superior al 276% de su PIB, España tiene una deuda del 165%. El total de deuda pública y privada de Francia alcanza el 389% del PIB, más de 100 puntos por encima de España. Francia tiene problemas, pero ni la crisis económica, ni la política han logrado frenar a la bolsa francesa que va como un tiro. El CAC 40 cerró en un nuevo máximo histórico, y supera el anterior, que se marcó en junio de 2024. Los inversores no parecen estar preocupados y esta complacencia que están mostrando los mercados están descontando un escenario idílico, que podría terminar de forma abrupta. Porque tras el impulso alcista de la bolsa francesa, y de otras bolsas europeas, se encuentra la promesa de estímulos económicos, el principal motor que está moviendo las cotizaciones de las compañías del viejo continente.
A pesar de la complacencia en la que viven instalados los mercados, hay expertos que advierten de la posibilidad de que se esté formando una burbuja. Las bolsas están haciendo una exhibición de confianza en el futuro, pero lo están haciendo en un ambiente de desconfianza. Hay analistas que opinan que hay una burbuja que está a punto de estallar. En este sentido, desde Goldman Sachs muestran señales de preocupación, ya que se está encontrando con correlaciones en los mercados que no había ocurrido en el pasado: las correlaciones históricas entre bonos, bolsa y oro se han roto. Existe una correlación inversa entre el oro y la bolsa, de manera que el oro actúa como activo refugio cuando el dinero huye de las Bolsas y, por el contrario, cuando el dinero acude masivamente a los mercados de valores, la cotización del metal desciende. El oro suele considerarse un refugio seguro donde invertir el dinero cuando los mercados son inestables. Pero ahora, el oro está en máximos y las bolsas, incluida la española, también. Esta relación inversa se observa también en el mercado de bonos, donde los bonos a 10 años tienden a subir su rentabilidad cuando la rentabilidad del oro baja y viceversa. Habrá que esperar a ver si nos estamos acercando a un bache, porque existe la posibilidad de que estas correlaciones rotas sean una señal de que estamos ante la llegada de una crisis.
El autor es economista
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