La capital checa, Praga, fue la cuna y el hogar de Franz Kafka. Su casa natal se encuentra situada a pocos pasos de la plaza de la Ciudad Vieja, atractivo lugar que se encuentra cerca de la Sinagoga Vieja-Nueva, obra gótica que data del siglo XIII, en cuya buhardilla, según la leyenda, reposan los restos del Golem, terrible criatura creada por el rabino Löw para que protegiera a los judíos de las atroces masacres que se organizaban contra ellos. El rabino, en un meandro del río Moldava, con el barro de la orilla moldeó un homúnculo. Tras un breve ritual, el Golem comenzó a respirar y se puso en pie. Era un gigante con unos brazos muy fuertes y unas piernas poderosas. Aquel monstruo era tan intimidatorio que el acoso contra los judíos cesó. Sin embargo, la misteriosa creación se desvió del fin para el que había sido creada. Una noche, el Golem, con una fuerza desbocada, salió a la calle y comenzó a sembrar la destrucción. Derribaba todo lo que encontraba a su paso: árboles y calles enteras. No dejó piedra sobre piedra. Por todas partes se podían escuchar los gritos y el llanto de la gente que huía atemorizada. El rabino Löw, viendo que su criatura, lejos de ser necesaria, se había convertido en un monstruo peligroso, lo tranquilizó y lo durmió, pero no lo destruyó, para que, en caso de necesidad, pudiera ser devuelto a la vida en cualquier momento. Después lo ocultó en algún lugar del desván de la Sinagoga Vieja-Nueva. Y, al parecer, el Golem ha vuelto a la vida, solo que bajo la forma humana de Netanyahu.

Pese al frágil y engañoso alto el fuego, aunque represente un respiro crucial, no determina el final del sufrimiento de los gazatíes, pues los ataques continúan y la ayuda humanitaria sigue prácticamente bloqueada. A pesar de los esfuerzos humanitarios, las necesidades siguen siendo enormes, pero las autoridades israelíes impiden que el agua, los alimentos y los suministros médicos lleguen a miles de familias que lo han perdido todo. En definitiva, Israel sigue dificultando la ayuda y vulnerando el derecho internacional humanitario. Es obvio que el influyente lobby sionista, sobre todo en Estados Unidos y Alemania, ha logrado que se toleren las flagrantes violaciones del derecho internacional y que se conceda a Israel una ayuda militar sin precedentes, hasta el punto de que cualquiera que cuestione este apoyo incondicional a Israel se convierte en el blanco de implacables campañas de desprestigio. Así es como se ha construido el fuerte consenso en favor del Estado de Israel que le ha venido proporcionando una total impunidad colonizadora y militar frente a la soledad que padece el pueblo palestino.

En fin, no recuerdo nada más parecido al genocidio nazi contra los judíos que el genocidio que está realizando Israel contra el pueblo palestino, masacre que representa el crimen más terrible y execrable de nuestra historia reciente. Los más de 68.000 muertos palestinos y la imagen devastada de Gaza retratan definitivamente a Netanyahu como un criminal y a Israel como un estado genocida. El odio racial, la violencia, el desprecio por la vida humana y el fanatismo religioso son sus señas de identidad. Esta cruenta masacre es una expresión más de la guerra bíblica, una guerra eterna como eternas son sus pretensiones religiosas. Quizá tenga razón Nietzsche cuando dijo que no existe un libro que haya hecho tanto daño como la Biblia hebrea. La Biblia narra el éxodo del pueblo hebreo en busca de la tierra que Dios les había prometido, hasta que llegaron a Canaán, habitada por numerosos pueblos. Y allí con la ayuda de tan poderosa divinidad conquistaron Hebrón, Jericó y Gaza. Lo que más horroriza es que los judíos aniquilaban todo cuanto se hallaba con vida en las poblaciones que conquistaban, incluidos las mujeres, los niños y los animales. Esta brutalidad representa el éxtasis de los pueblos que se creen en posesión de la verdad absoluta y del embeleso que produce la ignorancia, extremos que pueden tener mortales consecuencias. La adhesión inquebrantable a la mitología, a la tradición y a las fabulaciones religiosas produce una peligrosa tosquedad en las conciencias de los crédulos, que acaba con frecuencia volviéndose belicosa y letal. Y es que el fundamentalismo se opone a la modernidad y sus exigencias, esto es, a la razón, al diálogo y a la convivencia.

Conviene recordar que una organización terrorista sionista atentó contra la sede de la Comandancia Militar británica durante su mandato en Palestina, causando 92 muertos. En fin, como se ve este cruel y sangriento genocidio contra pueblo palestino no es más que la continuidad de la historia de Israel, que acumula 75 años de desprecio a las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas, sin recibir sanción alguna. Y mientras el sionismo cuente con el apoyo incondicional de EEUU, el Golem, que ha regresado en forma de Netanyahu, seguirá libre, porque ni los rabinos ni el excéntrico presidente Trump parecen decididos a encerrarlo de nuevo y para siempre.

El autor es médico psiquiatra