Estos días de noviembre se cumplen 10 años desde que se celebraron las elecciones a la Comisión de Control Económico, salimos elegidos y constituimos la misma por primera vez.

Eran tiempos convulsos y oscuros en Osasuna. Tiempos donde no había noticia buena, abriendo en ocasiones portadas y noticiarios, y no precisamente anunciando títulos, victorias épicas ni fichajes de relumbrón. Recuerdo aquellos meses previos con muchas personas preguntándome qué pasaba con Osasuna, qué había de verdad en todo aquello que salía, si había riesgo de desaparecer… Cada pregunta era un puñal –y no me refiero al gran capitán de Huarte–. No podía creer lo que estaba pasando y, como a todos los rojillos, me aterraba el solo pensar en que Osasuna pudiera desaparecer: el que no hubiera más partidos que ver, más noticias que leer sobre nuestro club, el no pisar más las gradas del Sadar. Y es que no lo decimos por decir aquello de que “Osasuna es una forma de ver y vivir la vida”.

Lejos de quedarme de brazos cruzados, por pura casualidad me enteré casi a última hora de que se pretendía crear un órgano independiente de control económico para supervisar la gestión y garantizar que los errores del pasado no se repitieran.

Aquel proyecto, impulsado por la entonces nueva junta directiva presidida por Luis Sabalza, surgía como una respuesta necesaria a los graves hechos que habían sacudido la institución: deudas millonarias, investigaciones judiciales y una pérdida de confianza sin precedentes entre los socios, las instituciones y la propia afición.

Así nació la Comisión de Control Económico de Osasuna, un órgano inédito en el fútbol español, pionero en establecer mecanismos internos de supervisión y transparencia dentro de un club profesional. Su creación fue aprobada por la asamblea de socios compromisarios en febrero de 2015, y fue elegida y constituida en noviembre de ese mismo año. Con ello, Osasuna marcó un antes y un después en su historia reciente.

El desfase de varios meses entre la aprobación y su constitución respondió al tiempo necesario para desarrollar el reglamento interno, abrir el proceso de candidaturas, garantizar la independencia de sus miembros y organizar una votación transparente en plena etapa de reconstrucción institucional.

Recuerdo haber enviado un email a falta de unas pocas horas del cierre, haber sido aprobada mi candidatura y tener que preparar y dar un discurso para toda la asamblea de socios compromisarios, con el objetivo de convencer y ganarme el voto y la confianza de quienes debían decidir si mi persona podía –y debía– ser una de las cuatro elegidas para esa labor. Se requería formación y experiencia en la rama económica, pero, dado eso por sentado, creo que tiré tanto o más de corazón que de cabeza. Así me dirigí a la Asamblea: como un rojillo que no podía seguir permitiendo lo que estaba ocurriendo con nuestro club, con Osasuna.

La Comisión se diseñó con una clara vocación: ser un instrumento independiente, técnico y apolítico, capaz de vigilar la gestión económica, analizar los presupuestos y cuentas anuales, y garantizar que el dinero del club se administrara con rigor y responsabilidad.

Para ser miembro de la Comisión de Control Económico era necesario ser socio de número con al menos cinco años de antigüedad, estar al corriente de pago y, sobre todo, acreditar formación y experiencia profesional en ámbitos como la economía, la auditoría, el derecho o la gestión empresarial. Se buscaban personas con criterio técnico, solvencia profesional y, por encima de todo, un compromiso inquebrantable con el club.

El mandato era de cuatro años, no coincidente con el de la junta directiva, para reforzar su independencia. Los cinco miembros titulares y dos suplentes eran elegidos por la asamblea, y su renovación se hacía de forma parcial para evitar cambios totales coincidiendo con procesos electorales.

El cargo, además, era honorífico y no remunerado. Los miembros de la Comisión actuaban con plena independencia y tenían acceso a toda la documentación económica del club. Su misión era clara: emitir informes objetivos, verificar presupuestos y auditorías, alertar ante posibles irregularidades y garantizar que la gestión económica se ajustara a la legalidad y a los principios de transparencia.

Aunque algunos –con más o menos conocimiento de lo que pasaba en Osasuna y de lo que implicaba esta función– cuestionaban mi decisión porque pensaban que no era momento de subir a un barco en llamas, yo tenía claro que ese era el momento. En los buenos entra cualquiera; pero cuando más se necesita y más complicada está la cosa, es cuando hay que dar un paso adelante. Y así también otros me animaron a hacerlo y supieron reconocer, y agradecer, el paso dado y la labor posterior.

Fueron años de trabajo extra y voluntario, fuera de las horas de trabajo oficial. Y no fue poco ni fácil. El primero nos alimentaba la ilusión y la esperanza de ver a Osasuna resurgir, intentando limpiar muchos meses de trapos sucios –aunque fuera el segundo el que nos diera de comer–. Meses de entender y conocer cómo funcionaba la estructura, los informes y los números del club; de estructurar el tipo de documento necesario que aglutinara información rigurosa con una lectura comprensible para la masa social. Y de pelearnos también por obtener la información que necesitábamos y emitir críticas constructivas y recomendaciones por la buena salud económico financiera, en particular, pero también general del club. Fueron meses en los que se veían las costuras internas de Osasuna: tensiones de tesorería, un modelo menos profesionalizado, con mucha menos estructura, dotaciones y recursos.

Porque, sobre los más de 85 millones de euros de presupuesto de hoy –aun con unos 60 millones de deuda–, aquellas temporadas 2014-2015 y 2015-2016 el presupuesto rondaba apenas los 12-13 millones, con más de 60 millones de deuda.

Diez años después, es inevitable mirar atrás con una mezcla de orgullo y responsabilidad: de haber estado ahí cuando se requería, de aportar mi granito de arena cuando nuestro club lo necesitaba. Aquella Comisión nació en un momento en el que todo parecía tambalearse, pero demostró que, desde la honestidad, el trabajo en equipo y el amor a unos colores se podía reconstruir la confianza perdida. Fue, en definitiva, una muestra de que Osasuna –como tantas veces en su historia– supo levantarse cuando más difícil parecía.

No cabe duda de que fue labor de la junta directiva, empujada y vigilada por la asamblea y los socios dueños del club, y fiscalizada por las sucesivas Comisiones de Control Económico, la que ha ido tomando las decisiones ejecutivas que permiten que hoy Osasuna, pese a sus problemas deportivos, económicos y sociales corrientes, se parezca bien poco a aquel club en ruinas y con su imagen social por los suelos. Y por ello es clave seguir con el espíritu de mejora continua y de vigilancia para que no se repitan errores del pasado.

Y no me quiero olvidar de los compañeros de aquella primera Comisión: su compromiso, su nivel profesional, su sentido común y su lealtad al club y entre nosotros. Cada reunión, cada informe, cada decisión se tomaba con la conciencia de estar sirviendo a algo más grande que nosotros mismos, además de aprender mucho de estos grandes profesionales.

A todos ellos –Joaquín, Juan Mari, Nati y Julián– mi agradecimiento y mi respeto. Fue un honor y un orgullo compartir aquel camino que hoy, por suerte, seguimos recorriendo de otra forma, pero compartiendo afición y preocupación día a día… y mesa y mantel cuando se puede.

Porque Osasuna nunca se rinde, y porque, atzo, gaur eta beti, Gorriak.

El autor es exsecretario de la Comisión de Control Económico del CA Osasuna (2015-2019)