Este año, cuando se cumple el 50 aniversario del fallecimiento del dictador Francisco Franco y el inicio de nuestra transición democrática, he encontrado un motivo íntimo y especial para reflexionar sobre lo que significan la libertad y la democracia. Hoy leí un artículo de Manuel Palomo, publicado en un diario digital de Jaén, en el que el autor les cuenta a sus nietos una historia hermosa y profundamente simbólica sobre un hombre llamado Cándido. Cándido era el padre de Cándido Méndez, quien fuera secretario general de UGT y un amigo al que admiro desde hace décadas. En ese artículo, Palomo les pide a sus nietos que nunca olviden que la democracia es un regalo muy caro, que procede del sacrificio silencioso de quienes, con valentía y sin esperar reconocimiento, dieron pasos firmes para conquistar libertades que hoy consideramos evidentes.

Al leerlo, no pude evitar recordar las conversaciones con mi padre, Benito Ríos Ochoa. Él también formó parte al igual que muchos militantes de la UGT y socialistas,de esa generación que jamás pudo permitirse el lujo de dar la libertad por sentada. Líder socialista navarro y alcalde de Berriozar, primero luchó contra el franquismo desde la clandestinidad, cuando la simple defensa de la dignidad humana era motivo suficiente para exponerse a la cárcel, a la tortura o al exilio. Después, cuando pensábamos que nuestra democracia comenzaba a asentarse, también se enfrentó a la violencia cobarde de ETA, que quiso someter a nuestra sociedad a su dictadura del miedo y del silencio. Mi padre falleció este año, precisamente cuando se cumple medio siglo de la muerte del dictador, y sus palabras resuenan hoy con una claridad renovada: “la libertad no es un regalo; es un valor que se conquista día a día, al igual que la democracia”.

Esa frase, repetida en tantas sobremesas familiares y en tantas reuniones sindicales, nunca me pareció más urgente que ahora. En un momento en que muchos estudios revelan un preocupante desconocimiento –cuando no directamente desafección– de parte de nuestra juventud hacia la democracia, sus instituciones y lo que representan, conviene detenerse y volver a nombrar lo esencial. Porque no estamos hablando de un sistema administrativo, ni de un mecanismo frío para elegir gobiernos cada cuatro años. Hablamos de un marco de convivencia que garantiza derechos, limita abusos, reconoce la pluralidad, protege el trabajo y acoge la discrepancia como una riqueza.

Porque ese suelo democrático no es indestructible. En Navarra y en el conjunto de España asistimos al crecimiento de discursos populistas y de ultraderecha que apelan a la frustración, al miedo y al desencanto para socavar los consensos democráticos que nos sostienen. Discursos que trivializan el franquismo o lo blanquean, que convierten la palabra libertad en un eslogan vacío mientras desprecian a quienes la defendieron con su vida. Discursos que manipulan el descontento de los jóvenes, en lugar de ofrecer soluciones reales a sus problemas: la precariedad laboral, las dificultades de acceso a la vivienda, la incertidumbre ante el futuro.

No podemos permitirnos la ingenuidad. La democracia no muere de golpe: se erosiona lentamente cuando dejamos de valorarla, cuando toleramos la mentira, cuando nos habituamos a la crispación, cuando delegamos nuestro pensamiento crítico y dejamos de participar. Y sí, también cuando olvidamos de dónde venimos y el precio que se pagó para llegar hasta aquí.

Por eso es tan importante recuperar la memoria de quienes, como Cándido o como mi padre Benito, supieron entender que la libertad nunca viene dada, sino que se conquista y se defiende. Ellos no fueron héroes de manual. Fueron trabajadores, militantes, sindicalistas, hombres y mujeres sencillos que tenían claro que una sociedad justa no se construye desde la comodidad, sino desde el compromiso. Les tocó vivir en tiempos duros, pero nunca renunciaron a la esperanza de un país mejor. Y por esa tenacidad hoy podemos expresarnos libremente, organizarnos sindicalmente, elegir a nuestros representantes, participar en el futuro colectivo.

En este contexto, me parece especialmente acertada la campaña del Gobierno para recordar los 50 años del fin de la dictadura y reivindicar el valor de la democracia. No se trata de mirar atrás con rencor, sino de mirar hacia adelante con memoria: de explicar, con un lenguaje cercano y pedagógico, que las libertades de hoy son fruto del compromiso colectivo de ayer. Es importante que las instituciones asuman esta tarea, pero aún más importante que la sociedad la haga suya. Porque, como dice la campaña, la democracia es nuestro poder y debemos defenderla.

En UGT Navarra sabemos bien que esa lucha sigue. Nuestro sindicato nació para defender derechos en tiempos en los que tenerlos parecía imposible, y sigue siendo un pilar fundamental en su promoción y garantía. No podemos fallar ahora, cuando vemos a demasiados jóvenes desconectados de lo público, cansados de la política y seducidos por mensajes que prometen soluciones simples a problemas complejos. Nuestra responsabilidad es acercarnos a ellos, escucharles, explicarles con humildad, pero con firmeza, que nada de lo que hoy tienen –vacaciones, salarios dignos, seguridad laboral, educación pública, sanidad universal– cayó del cielo. Todo fue conquistado.

Recordar a quienes nos precedieron no es un ejercicio nostálgico, sino un acto de presente. Hoy, 50 años después de la muerte del dictador, la mayor amenaza para la democracia no es un golpe visible, sino el olvido. Y frente al olvido, la memoria es resistencia. La memoria y el compromiso. Que mis hijos, que los nietos de Manuel Palomo, que toda la juventud navarra y española sepan que este sistema que a veces les parece imperfecto y lento es, sin embargo, el mejor instrumento para garantizar su libertad y su dignidad. Y que defenderlo no es un gesto del pasado, sino una tarea diaria del presente.

Porque la libertad, como decía mi padre, no es un regalo. Es una conquista diaria.

El autor es secretario general de UGT