Una década después del Acuerdo de París los países siguen enganchados al petróleo, al gas y al carbón, y llegan a esta Cumbre de Belém rezagados y sin cumplir lo pactado. También es verdad que hay notables avances en los renovables y aumenta la movilidad eléctrica en nuestras ciudades. Esta cita climática llegaba en el peor momento por los avances del negacionismo y la desinformación promovidos por la ultraderecha, corriente populista cada vez más extendida gracias a las redes sociales. Negacionismo que gana terreno a pesar de que es en este momento cuando las evidencias científicas del cambio climático son más evidentes y los efectos del calentamiento se notan más que nunca. Los veranos del 2023, 2024 y 2025 han sido los más calurosos de la historia y el registro de las emisiones de CO2 generadas por dichos combustibles y por la fabricación de cemento en el mundo han crecido un 9,8% en una década, siendo el registro del año pasado, 2024, el de mayor incremento de CO2 desde que hay mediciones, según la Organización Mundial de Meteorología. Otro dato, las muertes por calor en el mundo han aumentado un 23% desde los años 90. En esta cumbre, los grandes países productores de combustibles fósiles como China, Rusia o India se han puesto de perfil, o como el caso de Estado Unidos, no han acudido, y por otra parte la Unión Europea, debido a la crisis económica que arrastra Alemania y el bajo crecimiento de otros países como Francia, amén de la influencia ultra en la agenda medioambiental, ha hecho que la aportación europea haya sido un poco titubeante. Por ejemplo, en Alemania los fabricantes de automóviles quieren una prórroga para los motores de combustión más allá del 2035. Por ello, con estas premisas no cabía esperar grandes resultados de la reunión de Belém. Mencionar también que su desarrollo ha sido bastante opaco, apenas ha trascendido a la prensa, no había ningún político importante salvo el presidente brasileño, ni tampoco ninguna otra Greta Thumberg para movilizar y concienciar a una opinión pública ya de por sí bastante mediatizada por la ultraderecha y las redes sociales.
La lucha contra el cambio climático parece haber perdido empuje y puestos en las prioridades de la agenda mundial. El papel jugado por Brasil, anfitrión de esta conferencia, ha sido determinante para explicar este resultado de la COP30. El presidente izquierdista Inácio Lula da Silva ha jugado el doble papel de defender la lucha contra el cambio climático y, paralelamente, apoyar a la industria petrolera con la autorización de nuevas prospecciones petrolíferas marinas frente a la Amazonia. Así, desde el primer día puso en la agenda de la reunión concretar una hoja de ruta para el abandono de los combustibles fósiles. En el tramo final de los debates, cuarenta países –entre ellos España, uno de los impulsores– firmaron una carta en la que reclamaban a la presidencia de la COP que incluyese en la declaración final la necesidad de dicha hoja de ruta, con duros enfrentamientos de la ministra Sra. Sara Aagesen con el representante de Arabia Saudí. No ha podido ser por la presión de ochenta de los ciento noventa y cinco participantes, encabezados por los petroestados. Un informe de la ONU alertaba de los planes de producción de los principales productores de combustibles fósiles del planeta, entre ellos China, Rusia, Arabia Saudí o Estados Unidos, señalando que diecisiete de los veinte países que componen el grupo planean aumentar la producción de al menos un combustible fósil hasta el año 2030. Recordad aquí la agenda Visión 2030 de Arabia Saudí, que hasta esa fecha no prevé poder diversificar su economía para no depender solo de la exportación del petróleo.
La ciencia es unánime y tajante desde hace años: las crisis climáticas que padecemos obedecen a las emisiones de gases de efecto invernadero y estas son provocadas por la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), constituyendo el principal factor que provoca la aceleración del cambio climático del planeta. Su combustión representa casi el 90% de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) que, junto al resto de gases de efecto invernadero, rodean la Tierra, retienen el calor del sol, impiden que escape al espacio y ello genera el calentamiento global de la atmósfera que, a su vez, altera el equilibrio normal de la naturaleza. Tres décadas de cumbres medioambientales desde que en 1992 se adoptó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se han centrado siempre en mitigar las emisiones y no en adaptarse al abandono progresivo de sus principales causantes: el petróleo, el gas y el carbón. De las treinta cumbres celebradas, solo el acuerdo final consensuado en Dubái hace dos años con mucho esfuerzo cita explícitamente los combustibles fósiles y la necesidad de una transición energética que los deje atrás. El Acuerdo de Paris fijó que en lo posible la temperatura media no debía aumentar 1,5 grados sobre los niveles preindustriales. Ese límite ya se alcanzó en 2024 y resulta inevitable que se rebase de forma estable durante la próxima década.
Para detener por completo el calentamiento global deben alcanzarse las cero emisiones netas de dióxido de carbono en el mundo. Este es el objetivo ideal al que progresivamente hay que aproximarse, además de reducir las emisiones de otros gases de efecto invernadero, como el metano, si se quiere evitar el desastre climático
En suma, en la conferencia climática de Belém no ha habido grandes pasos adelante, la sombra del presidente Trump es alargada, pero, como reconoce la propia Unión Europea, no se han dado pasos hacia atrás. Eso es importante porque, a pesar de las tensiones geopolíticas actuales, el desprestigio cuando no desprecio de algunos organismos internacionales (ONU, OMS,TPI), el auge del unilateralismo y políticas caudillistas, la mayoría de los países siguen confiando en la acción multilateral y solidaria para avanzar en la lucha contra el cambio climático. La cumbre, según los expertos, termina con un acuerdo de mínimos que no supone un avance real ni en reducción de emisiones ni en garantizar la financiación necesaria del Norte al Sur global.
Laurence Tubiana, arquitecta del Acuerdo de París y una referencia en la diplomacia climática, ha querido resaltar el lado más positivo de Belém. “El multilateralismo perdura”, ha dicho, “Hemos demostrado que Trump estaba equivocado, la acción climática es imparable”.