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La carta del día

Personas mayores sí, pero personas

Personas mayores sí, pero personasCruz Roja

Cualquiera de nosotras y nosotros cuando andamos o paseamos por las calles de nuestra ciudad podemos ver que las personas mayores vamos siendo cada vez más numerosas, y esta apreciación se corrobora con los datos del Primer Plan Municipal de las Personas Mayores de Pamplona/Iruña 2025-2029. Un 23% de la población, 48.423 personas, son mayores 65 años y un 7% mayor de 80 años. Proceso de envejecimiento que además en determinados barrios supera el 30% y que llega a alcanzar en alguno de ellos el 38%.

Estos datos, reflejados en el Plan, se verán en los próximos años incrementados sustancialmente ya que la edad media en Pamplona es de 45 años, y por lo tanto las personas mayores en pocos años formaremos el grueso de la pirámide poblacional.

En contra de lo que creemos el envejecimiento no está ligado a los últimos años de vida, sino que en una definición más correcta se define el mismo como el proceso que se inicia desde el nacimiento y termina con la muerte. Proceso que tiene distintas etapas y que identificamos como la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez y la vejez. Estas etapas, si bien tienen un componente cronológico, no dejan de ser todas ellas parte de un todo donde nunca dejamos de aprender y conformar nuestra propia singularidad.

Ocurre sin embargo que conforme nos acercamos o ya estamos en la última parte de nuestra vida, no podemos dejar de pensar cómo viviremos el tiempo que nos queda, en qué condiciones y cómo lo afrontaremos. Y en ese pensamiento tendemos a observar y a definir la vejez desde un contexto tanto histórico como social, político y económico que condiciona nuestra percepción y que conlleva una significación negativa, residual y a veces estigmatizante. Valoraciones que al final pueden acabar generando procesos de exclusión y marginación social.

En lugar de definir la vejez como el efecto del paso del tiempo en las personas y cuerpos con sus respectivas potencialidades y reconocimiento social, llegamos a convertir a este colectivo en los otros, y en determinadas edades más avanzadas en personas dependientes, enfermas o incapacitadas con las que no existe ningún grado de identificación.

En nuestra sociedad el trabajo productivo constituye, como sostienen algunos autores, un factor de enaltecimiento social y hasta de nuestra propia identidad. Así, cuando se deja de contribuir a través del trabajo asalariado, se pasa a un segundo plano dentro del estrato social con pérdida de relevancia social. Creencia que tenemos tan arraigada a lo largo de la vida, que cuando llega la edad de jubilación se producen muchos interrogantes y dudas en torno a cómo se afronta este nuevo tiempo y qué función tenemos ahora en la sociedad.

Por un lado se nos presenta en el imaginario colectivo la idea de que ahora la vida nos ofrece la posibilidad, al no estar sujetos a un horario estricto, de que podamos realizar aquellas actividades que anteriormente o no podíamos realizar o teníamos limitadas, como viajar, estudiar, dedicarnos a nuestras aficiones, aprender idiomas, participar en organizaciones de voluntarios, etcétera. Unido a todo ello la atención de nuestras nietas y nietos en aquellos casos que concurra esta circunstancia. Y por otro lado, cuando nuestras limitaciones de todo tipo son mayores, demandamos un asistencialismo que busca hacerse cargo de nuestras necesidades básicas de subsistencia, entendiendo que ya hemos hecho nuestro aporte a la sociedad y debemos ser restituidos por ello.

Pero la edad no puede llegar a ser un impedimento o constituirse en un factor negativo para seguir siendo elementos activos de la sociedad en la cual vivimos. Podemos tener limitaciones de todo tipo, sí, pero ello no nos excluye del entorno social, cultural y político donde vivimos, donde reclamamos nuestro espacio, el decidir qué queremos ser y cómo vivir.

Mientras la edad en determinadas organizaciones se puede convertir en una barrera de cristal, hay ámbitos de poder real en los cuales la edad no supone ningún problema. Así, la media de los presidentes de los consejos de administración de los bancos españoles es de aproximadamente 63 años. Conde Pumpido, presidente del Tribunal Constitucional, tiene 76 años, y la presidenta del Consejo de Estado, Carmen Calvo, tiene 68 años.

Por ello es necesario romper con los estereotipos que tenemos sobre la vejez. Igualmente hay que dejar de lado formas de atención y conceptualización asistencialista, desarrollando enfoques desde la inclusión social y la autonomía personal. Somos sujetos activos, y si bien nuestras limitaciones exigen cuidados, no renunciamos a nuestra autorrealización, al mantenimiento de nuestra dignidad y a la eliminación de los problemas de vulnerabilidad y discriminación.

Por eso es importante la existencia de colectivos y asociaciones de personas mayores que sigan reivindicando con sus acciones y actividades este papel activo, porque aunque somos personas mayores, ante todo somos personas.