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Colaboración

Natxo Barberena

De la empatía a la generosidad y la hospitalidad

De la empatía a la generosidad y la hospitalidad

“La raíz escondida no pide premio alguno por llenar de frutos las ramas”

(Rabindranath Tagore)

Hoy en día denominamos tener empatía a la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de la otra persona. Y al hacerlo, tomamos conciencia de lo que le pasa y de lo que necesita. Pero ser empática sin más, sin acción posterior, es como tener hambre y no comer pudiéndolo hacer. Con empatía comprendemos mejor las emociones y sentimientos de las demás personas, llevándonos a una mejor resolución de los conflictos. La empatía por sí sola es poca cosa, requiere que lo que vemos y sentimos en los demás nos mueva, nos revuelva y nos haga actuar.

Podemos llegar a actuar por compasión, ese sentimiento de pena, ternura e identificación ante el sufrimiento de la otra persona, y que esta nos lleve o bien a la lástima, o a la caridad o a la generosidad.

La lástima a menudo implica una sensación de superioridad sobre la persona que sufre, no se siente de igual a igual. La lástima nos puede paralizar y hacer sentir que en el fondo no va con nosotros, es una pena externa. O puede llevarnos a la acción a través de la caridad. Y es a través de la caridad como ayudamos a quienes sufren o están en necesidad, pero no solucionamos nada, tan solo intentamos paliar su sufrimiento. Ejercer la caridad lleva a calmar la conciencia de los que se sienten superiores y en mejor situación. Nada quieren que cambie, tan solo que no se vea tanta necesidad a su alrededor.

Pero hay algo más humano, más profundo, más intenso y más fuerte, que basándose en la empatía y yendo más allá de la compasión, de la lástima y de la caridad, transforma a las personas, a su entorno y a la propia sociedad: la generosidad. La generosidad da y comparte con los demás sin esperar nada a cambio. La persona generosa, además, es amable, bondadosa, prioriza el beneficio de los demás, por lo que no es egoísta, y es receptiva.

Dice un proverbio árabe “La generosidad consiste en dar antes de que se nos pida”, y ahí está la primera clave, el acto de dar algo que tenemos, sea material o inmaterial. Podemos dar, por ejemplo, el fruto de nuestra cosecha para que la disfruten como tú, o nuestro tiempo para compartirlo con los solitarios, o nuestra sabiduría para solucionar cuestiones, o simplemente nuestra alegría, buen humor, amabilidad, o la honestidad y coherencia.

Dar algo material nos hace compartir aquello que hemos sido capaces de crear, de obtener, y el otro no tiene ni puede adquirirlo. Dar algo material produce en el que recibe una grata alegría que contagia al que da. Dar lo inmaterial con un abrazo, una sonrisa, con la alegría de compartir, impregna al que lo recibe de amor y nos hace sentirnos más unidos. “El corazón que da, reúne” nos dice Lao-Tse, y es así, las personas generosas nos hacen sentir mejor y nos apetece estar con ellas, juntan a su alrededor y crean un ambiente de amabilidad y respeto mutuo.

La generosidad genera amor y, como dice San Juan de la Cruz, “Donde no hay amor, poned amor y encontraréis amor”. Pero para que se dé el amor, hay que ser también generosos para recibir, y esta es la segunda clave. Hay que aceptar lo que los demás intentan aportarnos, entonces es cuando se produce la reciprocidad y la integración. Si solo damos y no aceptamos que nos den, en el fondo estamos practicando como mucho la caridad. El abrirnos a los demás, el aceptar sus dones, sus formas de expresión, de pensar, de ser, nos hace crecer como personas sociales y esto nos lleva a la hospitalidad, a la buena acogida y recibimiento al extraño, al visitante, al extranjero.

La hospitalidad no es que el que venga asimile lo nuestro, ni que ocupe nuestro espacio. Jacques Derrida lo expresa así: “La hospitalidad tiene que ser negociada a cada instante, y la decisión de otorgar la hospitalidad, que es la mejor regla de negociación, tiene que ser inventada a cada segundo, con todos los riesgos que ello conlleva”. La hospitalidad conlleva siempre un riesgo y es a través de la generosidad de ambas partes, el que abre su espacio, su interior, sus posesiones, y el que entra en ese espacio que no es el suyo, el que penetra en el interior del otro, el que acepta los dones que se le dan, cuando ambas partes se dan y reciben mutuamente, cuando se consigue la unión de las personas. De hecho, sin generosidad y sin hospitalidad es imposible la convivencia, la coexistencia en armonía. De igual manera, si unes generosidad, hospitalidad y amor, lo tienes todo y ese todo te lleva a la alegría, a la felicidad.

El mundo, la vida misma, no nos lo pone fácil. Todo parece abocarnos a la dureza, al resguardo, al escudo, a la reja, al muro, al aislamiento… El escritor Kurt Vonnegut nos advierte: “Sé gentil. No dejes que el mundo te endurezca. No dejes que el dolor te haga odiar. No dejes que la amargura te robe la dulzura. Siéntete orgulloso de que, aunque el resto del mundo esté en desacuerdo, todavía crees que es un lugar hermoso”. Un lugar hermoso, vivible y maravilloso si además somos empáticos, generosos y hospitalarios.