A mis 18 años me apunté al euskaltegi de la Txantrea, ahora me quedan unos 15 para jubilarme (estoy en esa etapa de la vida en la que los amigos ya hablamos de la jubilación…). En todo este tiempo mi amor por el euskera creo que ha sido constante y bonito. Nunca he pasado del B1, pero he disfrutado mucho yendo a euskaltegis y barnetegis. Ahora llevo a mi hijo a una ikastola y aún consigo que las primeras 4/5 frases de una conversación amable y trivial, las pueda seguir haciendo en euskera. He perdido mucho nivel, pero a veces pongo la radio en euskera y consigo entender buena parte del discurso, también hago las barras de la peña en euskera. Poca cosa, lo sé, pero ahí estoy…

Fui testigo privilegiado de la presentación de la Mano de Irulegi en Góngora, realmente me emocionó este hallazgo y todo lo que se está derivando de él con respecto al euskera en sí y la relación de esta lengua milenaria con Navarra.

También, durante los más de 50 años que tengo, he visto cómo padres euskaldunes hablan entre ellos en erdaraz y han roto la transmisión de esta lengua ancestral hacia sus hijos, que ya no saben nada de euskera. He conocido a gente euskalduna que negaba el conocimiento de su lengua materna y te enteras que saben euskera a los años. He visto a alcaldes vanagloriándose y fanfarroneando de no saber euskera, a consejeros del Gobierno de Navarra recién llegados, que lo primero que hacen es poner el castellano delante del euskera en los letreros de los despachos del Servicio Navarro de Euskera. A amigos míos que desprecian profundamente esta lengua por mimetizarla equivocadamente con ETA y su terrible y estúpido legado.

Muchos desprecios, mucha ignorancia, desde hace mucho tiempo, en muchos ámbitos y en muchos lugares.

Y el otro día, tras la preciosa nevada, nos fuimos a la Ulzama a disfrutar de la nieve y de los 7 años de mi hijo y a vivir una estupenda y divertida batalla de bolas de nieve. Ni que decir tiene que la gané yo. Mi mujer y mi txiki hacían un tándem bien coordinado, pero mi técnica de coger gran cantidad de nieve de una vez e ir sacando bolas pequeñas sin tener que volver a agacharme (cada año el suelo está más abajo…) me hizo claro vencedor de la contienda. Quizá, si les preguntáis a ellos dos, la versión varíe, pero esto no es lo importante…

Habíamos reservado en un restaurante de la zona y, al sentarnos, nos vimos rodeados de dos mesas en las que se hablaba en euskera. Cosa bonita y reseñada entre mi mujer y yo. Las mesas estaban bastante juntas y escuchamos cómo el chico joven de la mesa de la izquierda le preguntó a la dueña del restaurante cuando les iba a tomar la comanda: “euskaraz edo erdaraz”. La dueña, con un poco de acento vasco, dijo disculpándose: “me da mucha vergüenza, pero no sé euskera, solo erdaraz”.

No sé, quizá sean mis ganas de que la vergüenza cambie de lado, o quizá estoy sacando conclusiones de una casualidad, pero esta vergüenza de no saber euskera en una zona de Navarra en la que los padres de la dueña del restaurante seguro que sabían euskera, me dio que pensar.