El Reyno estuvo a la altura
el ambiente en el viejo sadar fue excepcional y la afición llevó en volandas al equipo
PAMPLONA. No era un partido más. Hacía tiempo que no se recordaba un jornada tan nefasta para los intereses de Osasuna como ésta. Los sorprendentes triunfos del Zaragoza y de la Real Sociedad ponían la salvación de los rojillos muy cuesta arriba. Y la afición lo sabía.
Conscientes de lo que estaba en juego, el partido para la hinchada navarra empezó unas horas antes de que el colegiado diera el pitido inicial. En concreto, cuando alrededor de doscientos seguidores aclamaron al autobús osasunista a su llegada al estadio, a la vez que dedicaron a los valencianistas la primera pitada de la tarde. Los mensajes de apoyo lanzados por los capitanes y los pesos pesados del vestuario a lo largo de la semana habían surtido efecto.
El ambiente, como predijo Unai Emery, fue hostil para el conjunto che. La grada navarra se hizo sentir desde el calentamiento. Y si no que se lo pregunten a César Sánchez, un viejo conocido de la afición rojilla, que fue el centro de las iras de ésta mientras preparaba a su compañero en la portería Guaita. Solo hubo tiempo para una tregua, la ovación, a modo de homenaje, que recibió Roberto Soldado cuando se encaminaba rumbo a los vestuarios.
Con el pitido inicial, y tras el protocolario Riau-riau, Osasuna salió enchufado. Justo lo que necesitaba la grada para alentar todavía más a los suyos. Con cinco córneres botados en apenas un cuarto de hora -con paradón de Guaita incluido-, la afición no paraba de animar. De hecho, el árbitro, Velasco Carballo, pasó desapercibido hasta que en el minuto 20 perdonó la tarjeta a otro viejo conocido, David Albelda, que a esas alturas de partido ya había dejado un par de recaditos a Álvaro Cejudo.
El Valencia despertó en el último tramo de la primera mitad y los cánticos de la grada se convirtieron en silbidos dirigidos a las largas posesiones valencianistas. Así, antes del descanso -y del merecido bocadillo- Osasuna acusó el esfuerzo inicial, Guaita desesperó al respetable con sus pérdidas de tiempo y Albelda lo crispó todavía más con sus entradas a destiempo.
Tras el paso por vestuarios, la digestión del bocadillo se prolongó más de lo debido y a la afición le costó entrar de nuevo en el partido. Hacía falta un gol. Dicho y hecho. Cejudo, con la inestimable ayuda de Stankevicius, se estrenaba en Primera y hacía vibrar al Reyno. Entonces sí que la afición respondió. Quedaba más de media hora por delante y tocaba arrimar el hombro y sufrir de lo lindo. Cada posesión de los valencianistas conllevaba una sonora pitada y cada recuperación de balón, una ovación.
Los minutos pasaban y el Valencia no conseguía crear peligro. En el descuento, con Camuñas dando una lección de cómo se aguanta el balón en la esquina del campo, el viejo Sadar empezó a botar y la afición, además de despedir a los jugadores con una atronadora ovación -de las que hacía tiempo que no se veían por el Reyno-, comenzó a celebrar una victoria vital para conseguir la permanencia en Primera.