tOCA esperar hasta la última jornada de Liga. Como casi siempre. No hay otra con este Osasuna que parece que disfruta haciendo sufrir a sus aficionados.

Sin duda, la salvación está ahí, porque el descenso ya está marcado en 44 puntos (El Getafe o la Real Sociedad, que juegan entre ellos, no pueden superar esa cifra), que son los que tiene en este momento Osasuna. Resulta muy difícil, casi imposible, que el equipo rojillo no logre la permanencia, ya que se enfrenta a un Villarreal con todo resuelto y pensando en coger las vacaciones porque tiene que empezar su preparación antes que los demás por el hecho de jugar la previa de Champions.

Sin embargo, esa pequeña posibilidad de descenso está ahí porque Osasuna ayer no supo cerrar la temporada ante un Getafe mediocre. Salió pensando en el empate y terminó perdiendo y dejando todo para el último día.

Sin duda, ayer Osasuna jugó mediatizado y mermado por el tremendo esfuerzo físico realizado en sus partidos anteriores contra el Zaragoza y Sevilla, pero también acusó su menor mentalización y el hecho de ir inconscientemente a por el empate. Osasuna jugó prescindiendo prácticamente de su ataque, Nekounam estuvo desaparecido como director de juego, y no tuvo bandas que suministrasen certeros centros al área como contra el Sevilla. Además, sus jugadores ofensivos se mostraron demasiados estáticos y apenas pudieron crear ocasiones de gol (una de Kike Sola que detuvo Ustari en el 77 y un larguero de Pandiani).

Y fue una pena, porque Osasuna no supo aprovechar un primer tiempo casi de guante blanco en el que parecía mentira que el Getafe se estuviese jugando la vida, la permanencia. A Osasuna le iba bien el empate, más sabiendo que en la Romareda también estaba acompañando el resultado, y se conformó con estar bien posicionado y contener a un rival que jugaba sin la intensidad y presión que necesitaba en su situación. Por no haber, no había ni el ambiente típico de estos partidos-finales en la grada. El Getafe sólo se acercó en jugadas aisladas, en acciones a balón parado, y Ricardo volvió a estar inmenso para que todo siguiese como había empezado.

Sin embargo, el partido tomó otra dimensión cuando el Getafe se enteró de que el Zaragoza ganaba al Espanyol y se metía de lleno en puestos de descenso. Entonces empezó el partido de verdad y lo peor para Osasuna porque el conjunto madrileño salió de su juego blando y apático y el equipo rojillo se quedó sin balón y se replegó a sus dominios empujado por un Getafe mucho más agresivo. En ese momento, Osasuna se hizo el harakiri con un autogol de Miguel Flaño. Allí empezó su reacción, pero fue más una rebeldía tardía y alocada, mediatizada por las prisas, los nervios y la imprecisión, aliñado todo ello con el desacierto de Mendilibar en sus cambios, que terminaron por resquebrajar la poca armonía del equipo, asumiendo más riesgos que poder ofensivo real, aunque Pandiani tuvo el empate con un remate al larguero. Al final Osasuna perdió justamente y dejó el suspense hasta el final, aunque mucho me equivocaría si ese final no es feliz. Osasuna seguirá en Primera, aunque las matemáticas aún no lo certifiquen. Seguro.