la trayectoria de Josetxo Romero (Pamplona, Navarra, 25 de febrero de 1977) en Osasuna es un ejemplo de lucha sin descanso por hacerse un hueco en la primera plantilla. Salió cedido, muchas temporadas empezó como suplente y acabó como pieza clave y siempre lo hizo siendo un ejemplo tanto dentro como fuera del campo, sin dar ningún problema.
Llegó a Osasuna procedente de Oberena con apenas 17 años. Todavía en época de juvenil, Enrique Martín Monreal decidió darle la oportunidad para demostrar su valía en el Promesas. En la temporada 95-96 ya jugó 33 partidos con el filial en Segunda B y, además, debutó con el primer equipo. Aquel chico de 1,85 tenía porte para poder triunfar en el primer equipo, pero iba a tener que trabajar mucho.
Al año siguiente dio el salto al primer equipo y estuvo alternando en los dos equipos. Se había hecho indispensable en ambos y llegó a jugar 29 entre los dos (16 en el filial y 13 en el primer equipo). Las dos siguiente temporadas ya solamente estuvo en el primer equipo y, aunque sin terminar de asentarse como un fijo, sí que contó mucho para Martín Monreal, que también fue fundamental en la carrera de otros muchos jugadores de Osasuna. Su aportación fue clave para conseguir la salvación en Segunda División en más de una temporada.
La salida a Eibar En la temporada 1999-2000, cuando parecía que se había hecho con un hueco en el equipo y que su evolución haría de él un fijo en la zaga con su compañero César Cruchaga para muchos años, tuvo que salir cedido al Eibar. Muchos cambiaron entonces su percepción sobre su carrera y pasó de tener futuro en Osasuna a que su futuro se ennegreciera. Él mismo ayer, en su despedida entre lágrimas, reconoció cómo cuando se fue al Eibar pensaba en concluir su carrera para poder labrarse un futuro profesional fuera del fútbol. Porque Josetxo es un tipo de futbolista culto, formado, que no ha abandonado sus estudios pese a dedicarse al balompié.
En Eibar jugó poco, fue una temporada dura, pero le hizo madurar y le ayudó a comprender mejor situaciones peliagudas que tendría que afrontar más adelante. Se perdió el ascenso del equipo y todo hacía indicar que, con los rojillos en Primera, Josetxo se tendría que buscar la vida lejos de Pamplona o lejos del fútbol.
Volvió a Pamplona, pero no al primer equipo. Lotina, por entonces entrenador rojillo, no confiaba en él demasiado, así que tuvo que jugar en el Promesas, de nuevo. No era nada fácil para un jugador que había disputado casi medio centenar de partidos con el primer equipo. Pero Josetxo no dijo nada, se enfundó el mono de trabajo y entrenó a tope para hacerlo lo mejor posible en el filial. Fue indiscutible, jugó 36 partidos y anotó 3 goles.
Esa campaña le abrió de nuevo las puertas del primer equipo. Lotina le dio 19 encuentros y, a partir de entonces, Josetxo empezó a brillar con luz propia. Además, la llegada la campaña siguiente de Javier Aguirre dio un impulso a su carrera.
Momentos de gloria Josetxo desde entonces fue una pieza muy importante en los años más gloriosos que recuerda el osasunismo. Primero, con la final de Copa del Rey, en la que fue titular, y un año más tarde con la clasificación para la Liga de Campeones y su posterior temporada en Europa. Josetxo, ese hombre que siempre juega mascando chicle, se convirtió en esencial dentro del vestuario. Poco a poco sus minutos fueron decreciendo, pero él ha seguido ahí, ayudando a todo el que podía y sin poner ni una mala cara, sin alzar nunca la voz.
Ayer se despidió uno de los capitanes de Osasuna. Uno de esos ejemplos de lucha por llegar al primer equipo en los que los canteranos se miran.